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Karolay Solano, Jaime Pérez, Gonzalo Charris y Sergio Solís, integrantes del cuerpo de Bomberos Barranquilla, cuentan la manera en la que vivieron el incendio que oscureció el cielo de la capital del Atlántico en diciembre de 2022, sus experiencias, los esfuerzos que requiere su servicio y retratan a Javier Solano, el sargento que perdió su vida en el lugar de los hechos. 

Por: Juan Álvarez, Marcela Consuegra, Giovanna Fazzolari, Juliana Iriarte, Andrea López, Samuel Morales, Mafe Pichón

¿Cuánto tiempo necesita Barranquilla para olvidar las heridas que dejó un incendio que, en cuestión de horas, arrebató una vida y marcó el alma de una ciudad entera? Más de 500 días han pasado desde ese siniestro evento que tocó el corazón de miles de ciudadanos. Hoy en día, al recorrer la Vía 40, los tanques quemados que aún permanecen en una orilla son un recordatorio constante de aquel incendio en diciembre de 2022. A unos kilómetros de allí, en la estación de bomberos que ahora lleva su nombre en homenaje, el rostro de Javier Solano está estampado, como un permanente recuerdo de aquellos días en llamas. 

Parecía ser un soleado día más en Barranquilla, con las brisas decembrinas en todo su esplendor. Ese día, 21 de diciembre a las 8:14 de la mañana, la Alcaldía de Barranquilla anunció en su página oficial de X un evento que cambiaría la vida diaria de muchos. Para algunos solo unos días, para otros la vida entera. 

Lo único ardiente en Barranquilla ya no era el sol, un incendio de gran magnitud llenaba el cielo de espesas nubes negras provenientes de indomables llamas en la zona industrial de la Vía 40, una de las principales de la ciudad. El suceso que apenas llevaba unas horas desde su inicio, ya había cobrado una vida. 

Javier Solano. Ese es el nombre que le pertenece a ese hombre que respondió al primer llamado de la emergencia, el sargento de 53 años cuyo trabajo aun es recordado por los ciudadanos y, especialmente, por el cuerpo de bomberos. Solano, con décadas de experiencia y dedicación a su trabajo, estaba en su último día de servicio antes de tomar sus vacaciones. Sin embargo, el intento por acabar con las voraces llamas, alimentadas por cada litro de combustible que se consumía minuto tras minuto, se convirtió en su último acto de heroísmo. El incendio en Bravo Petroleum no solo dejó dos tanques completamente destruidos, sino que también se llevó consigo a un gran bombero que nunca será olvidado por su labor y sacrificio.

(Infografía “Javier Solano: Campanazo de alerta de un héroe sin capa”)

“Mi papá logró que nos vieran con otros ojos” 

Esa mirada que se tiene al recordar algo que dejó marcas. Esa mirada en forma de pinceladas en un lienzo que retrata un recuerdo que dejó una huella profunda. Esa mirada de Karolay Solano cada que por medio de sus memorias viaja al pasado para volver a encontrarse con la figura de su padre. Los movimientos de sus pupilas dibujan con precisión la historia donde el sargento Solano, su padre, fallece dentro de una de las emergencias más graves en la zona industrial de Barranquilla. Fue un antes y un después en su vida.  

Toda la escuadra sabía menos ella. Nadie en la escuadra tuvo el valor de decirle lo que había pasado. Había fallecido una persona dentro de las llamas, pero a Karolay jamás se le pasó por la mente que fuera su papá la persona que había perdido la vida. 

Ver el nombre en alto de esa persona que le dio la vida y que tanto admiraba era lo único con lo que soñaba Karolay. Pero, los medios se volvieron el dolor de cabeza durante su duelo. Lo que quizá debería ser un momento de superación progresiva y con calma, se convirtió en un proceso incómodo, marcado por la presión mediática:  

Eso fue horrible, de todo mi proceso de duelo eso fue lo más incómodo, que es la hora y todavía lo vivo. Por eso a veces llegan personas aquí, periodistas, preguntando por mí y yo le digo al teniente que no quiero hablar.  

Entre sus razones, explicó que solo da entrevistas a aquellos periodistas que busquen resaltar el nombre de su padre. Karolay afirma que la mayoría de los medios que intentan contactarla están más interesados en aspectos sensacionalistas como la póliza de seguros o si la empresa ha respondido a la familia. Aunque es escéptica al dar entrevistas que retraten la muerte del sargento Solano, esta vez sus expresiones corporales denotaban una inusual serenidad y confianza, reflejando su deseo de honrar la memoria de su padre. 

(Estación de bomberos once de noviembre)

Cada recuerdo que sostiene su mirada perdida entre millones de imágenes que construyen sus recuerdos, se entretejen los hilos de una historia marcada por el amor, el sacrificio y la pérdida. El sargento Javier Solano la introdujo en los bomberos desde los 18 años, hoy tiene 24, y aunque empezó voluntaria en el municipio de Malambo, tras el accidente ascendió de cargo. Para Karolay, llevar seis años de servicio no solo representa un compromiso con su labor, sino también un vínculo profundo con la memoria de su padre.  

En Colombia, eso de las distinciones entre bomberos no existe como en otros países. Acá, los bomberos deben capacitarse como bomberos completos (estructural, forestal, etc.) Desde salvar la vida de un gato, hasta levantar los cuerpos de niños enterrados en un alud de tierra. ¿Acaso los bomberos no solo apagan llamas? No. Y eso lo recalca Karolay con firmeza. Aquellos que están montados en ese camión que va altas velocidades, vestidos con uniformes tan pesados como si se tratase de un traje lleno de piedras, atienden todo tipo de emergencias.  

(Maquinaria en la estación de bomberos conocida anteriormente como “Las Flores”)

Las manos de la bombero Solano se mueven de emoción con tan solo recordar el sonido de esa alarma que se enciende cada que hay una emergencia en la ciudad, un derroche de adrenalina que recorre sus venas recordándole la responsabilidad y el compromiso que implica su labor. No obstante, esa emoción se mezcla con el dolor cuando medita sobre la pérdida de su padre. Verlo morir ha cambiado su percepción de la profesión otorgándole una humanidad más profunda a su labor. 

Karolay convirtió su duelo en una reflexión que la ayuda a mantener la calma al recordar a su progenitor, y es que, con mucha firmeza cree que quizá era el momento de su padre. Aunque sea doloroso verlo de esta manera, le agradece a Dios que no hubo más víctimas fatales, ya que, durante el incendio, varios bomberos resultaron heridos, otros golpeados y otros cayeron al suelo. La empatía por las demás personas que también estuvieron en el siniestro es lo que la mantiene con fe de que la muerte de su padre tuvo un propósito. 

A veces digo que… uno es egoísta, pero uno también tiene que pensar como ser humano de que no fueron más personas que fallecieron ese mismo día. 

Son incontables los recuerdos que quedan de su padre y son contables los recuerdos que aun la unen a él físicamente. Un traje de bombero y un reloj. Dos objetos que conserva desde la partida de su ángel, ambos eran portados por el sargento el día de su muerte y desde entonces, son los compañeros de Karolay en cada una de las emergencias a las que tiene que acudir, haciéndola sentir cada vez que desde un lugar más allá de esta vida, su padre sigue protegiéndola.  

Nadie espera morir por esto, y él murió haciendo lo que él amaba. 

Un descanso tras ver crecer a los bomberos de Barranquilla 

Jaime Pérez lleva treinta y cinco años como bombero. Un cargo de gran magnitud esperaría tener una oficina tan grande como el peso de sus obligaciones, sin embargo, aquella puerta alejada en la estación “once de noviembre” le pertenece a la médula del cuerpo de Bomberos de Barranquilla. Entre esas cuatro paredes de aspecto sencillo y tras el pequeño escritorio lleno de papeleos, reconocimientos y objetos personales, estaba el dueño de las órdenes a los 173 bomberos, el capitán del barco.  

Alex Char y Jaime Pérez. Jesús. Los bomberos de la estación. Tres cuadros, enmarcados detrás del capitán, junto a la ventana donde se presenciaba una vista a aquel museo de carros antiguos usados por los bomberos.  

Conmemoraciones por su gran labor se roban la vista de cualquiera que llegue a aquella oficina. Los trofeos de fútbol de aquellos partidos entre colegas que hacían los bomberos, donde recuerda a su compañero de confianza Javier Solano. 

(El capitán Jaime Pérez habla con periodistas de El Punto en su oficina en las instalaciones del cuerpo de Bomberos de Barranquilla) 

Con una sonrisa sin dientes asomada en su rostro, Jaime Perez cuenta sus experiencias como líder, la gran responsabilidad que carga como un saco de papas en la espalda. Muchas de esas le impactaron su vida. Muertes. Llamas. Pero siempre en calma.  

Haciendo un recorrido en el tren de los recuerdos, llega a ese día de diciembre del 2022, donde los días se alargaban y las noches eran infinitas. El ardiente ambiente de aquella empresa, Bravo Petroleum, la cual se incendiaba como un volcán en erupción.  

Honestamente le digo que, es uno de los incendios más, no solamente de grandes proporciones, si no la dificultad que teníamos para apagarlo, porque lo que se estaba consumiendo eran 44 mil barriles de gasolina

Se trataba de un enemigo inmenso, los bomberos no contaban con la preparación y los instrumentos necesarios para tratar con las llamas que hacían que el cielo de la ciudad se oscureciera. “Somos bomberos estructurales, más no industriales”. 

Con el movimiento de sus manos temblorosas, Pérez recuerda el timbre tan repentino a las cinco de la mañana en su apartamento y aquella respuesta del subteniente Fonseca, que lo impactó.  

Ñercole, ¿qué pasó? – fueron las primeras palabras del capitán antes de conocer la tragedia.  

Fonseca pronunció una frase que hizo que su cuerpo se desvaneciera, “Es un incendio grande y se nos fue un compañero”. Solo su instinto de bombero hizo que reaccionara, poniéndose en pocos minutos aquel uniforme.   

Sin saber muy bien lo que sentía, sin tener muchos detalles, Jaime se dirigió al lugar de los hechos. No solo era un incendio sin control, también era la pérdida de un colega. 

(Estación de bomberos once de noviembre)

Sin apagar su aura alegre, recordó a ese gran amigo. Sus manos bailaban junto su boca mientras hablaba. Solano. Más que un colega que entró siendo un simple bombero, con sus años de experiencia, fue ascendido a sargento por el Capitán Pérez, hasta llegar a ser un héroe para una ciudad. Más que todo eso, era la confianza de la mente maestra del cuerpo de bomberos.  

Se nos fue un gran hombre, mejor dicho, un gran ser.  

Su rol de capitán significaba no solo mandar, sino tomar la responsabilidad de cada detalle que sucediera. Ansiedad. Preocupación.  Dos sentimientos que como malos inquilinos se alojaron en su mente. Las llamas no eran sus únicos enemigos, era inevitable no tener pensamientos negativos en ese momento. 

Yo pensaba, ni Dios lo quiera esos tanques se exploten o produzcan una avería, que empiece a derramar combustible por toda la vía 40, pa´lla  pal’ barrio Edén, imaginarse un río prendido, un río candela.  

Una emergencia que requirió la ayuda de estaciones vecinas. Las máquinas de la ciudad no contaban con la capacidad de controlar aquel humo negro y aquellas llamas que parecían infinitas. No se contaba con la espuma suficiente.  

Junto a la ayuda de Cartagena, en Ecopetrol exactamente, donde cuentan con la maquinaria necesaria para los incendios industriales, se encuentra “nodriza” la máquina que tiene mil galones de espuma, que fue la que pudo apagar el incendio. Después de tres largos días de trabajo, el fuego logró controlarse hasta su total apago.  

Como quien dice encontrando una luz en la oscuridad, un mes después de la emergencia se diseñó un “curso de atención de emergencias para almacenamiento de hidrocarburos”. Para la preparación de los futuros bomberos ante una misma situación, y demostrando ser un hombre supersticioso tocó la madera del escritorio, tres veces, aludiendo a la creencia popular de espantar “la mala hora”. 

Dentro de su cargo, se intensificó la protección para los suyos. Jaime Pérez, ha visto crecer a Bomberos Barranquilla, como un padre con su hijo, ha visto evolucionar uniformes, máquinas y sobre todo a sus colegas.  

Esos días de diciembre se convirtieron en una experiencia más para el veterano que ya piensa en su plan de retiro, y en un libro que rescate los sucesos que han marcado su paso por la institución. La vocación de Jaime Pérez sigue, pero su cuerpo ya pide un descanso. 

Una última llamada en medio del fuego 

El intenso sol y sus gafas no dejaba ver la expresión de los ojos del teniente Gonzalo Charris, pero la posición de su cuerpo perfectamente erguido que manifestaba autoridad demostraba que no estaba dispuesto a revelar mucha información. Algo cambió, quizás, el interés por conocer sobre sus historias, de un momento a otro se encontraba atravesando el soleado patio y caminando entre el oscuro pasillo que llevaba al corazón del que afirmó ser no su segundo, sino su primer hogar.  

Una grande sala de reposo para los bomberos, el corazón de su hogar. En el centro una mesa de billar, que de por sí sola, se notaba que ya ha vivido toda una vida. En una de las puntas un televisor frente a un sofá que muestra ya signos de uso, del otro extremo la única gran pared con montones de pequeños huecos causados por dardos y tras ella una cocina, donde seguramente, muchos recuerdos fueron cocinados. 

Tomó asiento frente a una silla roja y si el rojo representa intensidad, allí, en la parte más íntima de la estación, dejó fluir con gran intensidad los sentimientos que las siguientes dos horas evocarían con los recuerdos. 

El notable acento de Charris lo delata, es habitante de un pequeño municipio ubicado a menos de 30 kilómetros de la capital del Atlántico, Polo Nuevo. Entró en 1992 a la institución que cambió su vida entera y donde hoy ejerce más que una labor. Ejerce su vocación. Sin importar el riesgo, era lo que le gustaba hacer. 

(El teniente Gonzalo Charris conversa con periodistas de El Punto en las instalaciones del cuerpo de Bomberos de Barranquilla) 

Explicando su diario vivir cuenta que, durante las 12 horas de turno, él y sus otros 15 a 17 compañeros hacen de todo para que la ciudad pueda seguir fluyendo de una manera adecuada. Tal como lo muestran las películas, el trabajo de los bomberos va desde rescatar animales que se encuentran atrapados en árboles, reubicar animales peligrosos para las personas, recoger ramas que obstaculizan el paso de los carros; incendios, claramente y muchos otros quehaceres. Cada palabra manifestaba una emoción, cada recuerdo retrataba una imagen, sonidos, llantos, risas, llamas, espuma, felicidad y muertes.  

Una figura grande e imponente llama la atención del teniente, el subgeneral, César Fonseca, se encontraba mirándolo fijamente. Con paso lento se acerca y saluda a cada uno de los presentes, su actitud es contagiosa, al igual que el teniente en pocos segundos es notable el amor por ese lugar. Recordando los momentos en la estación decide sacar una opaca fotografía, con señales de vejez, que capturaba a 18 hombres frente a un carro de bomberos. 

Ese murió, ese murió – entre los señalados estaba uno de los protagonistas de la crónica “24 horas como bombero” del célebre Ernesto McCausland. 

Ese murió, ese todavía está aquí y ese también – Una pequeña risa es expresada por Charris al verse durante sus primeros años en ese lugar. 

(Fotografía del cuerpo de Bomberos entre los años 1993-1994) 

Luego de la breve visita, el teniente retoma la conversación, mostrándose cada vez más abierto e interesado en contar historias sobre su vocación. 

Sus 32 años de experiencia vienen acompañados de muchos recuerdos y de muchas historias, entre las positivas resalta cuando las personas demuestran un agradecimiento especial luego de ser socorridas. Entre las malas, recuerda un difícil momento. Charris se quita los lentes y aparta con sus manos las lágrimas que brotan de sus pequeños ojos que ahora son lagunas. 

Yo llamé a mi esposa. 

Dice con la voz quebrada mientras vive nuevamente aquella vez en la que sintió que iba a morir entre el ardiente fuego que quemaba una ferretería. De cómo salió no da muchos detalles, pero sí recuerda el momento que entre lágrimas y abrazos se reencontraba con su esposa después de pensar que aquella había sido su última llamada. 

(Estación de bomberos once de noviembre)

Segundos de silencio se asoman en el momento, Charris mira a la sala y recuerda con cariño al difunto Solano.  

En esta estación jugábamos fútbol. 

La descripción lanzada por el teniente era correspondida por su tono nostálgico. Indicaba los recuerdos de un buen compañero. Recuerda que, al momento de llegar a la escena de los hechos, recibió la noticia del fallecimiento de Solano, en él se avivó un sentimiento de responsabilidad, debía cuidar a su equipo pues sabía que era quien debía dar la cara por todos ellos y lo que les sucediera.  

Al terminar la conversación y salir nuevamente bajo el sol de Barranquilla, sus pies y brazos se movían en la misma dirección, como un soldado en formación. El teniente mostraba carácter en cada paso que daba. Autoridad. Sobre todo, conocimiento. Como si de un guía de museo de historia se tratara, muestra cada una de las máquinas 26, 31, 30, 32, 37; unas más modernas que otras y pocas ya olvidadas. 

Pausa su marcha bajo el techo que recubre las máquinas, como un águila viendo el terreno se posa en un puesto estratégico para ver la estación y con voz firme da una orden a través del radio que sostenía en sus manos. 

Como si de un director con su batuta se tratase, la orden de Charris hizo que, en cuestión de segundos, la melodía de una fuerte alarma resonara en la estación y como si lo que sonara fuera una canción los bomberos emergen de donde estaban para ensayar su partida. 

Bota derecha. Bota izquierda. Pantalones arriba. Brazo derecho. Brazo izquierdo…Correr. 

Sus movimientos eran armoniosos, perfectamente ejecutados, parecía que ya sus cuerpos trabajaran con memoria muscular. Con gran agilidad y rapidez tomaban sus cascos y corrían hacia su lugar designado en las inmensas máquinas. 

¡Uuuuh, uuuuh! 

¡Uuuuh, uuuuh! 

¡Uuuuh, uuuuh! 

¡Uuuuh, uuuuh! 

Aquel sonido que haciendo caso al metrónomo aumenta dependiendo de la emergencia era el “tranquilo”, sin embargo, inyectaba en sus cuerpos la misma cantidad de adrenalina como cada vez que la escuchan. 

Dos máquinas salieron de sus posiciones habituales, una tras otra encendiendo las luces que eran acompañadas por el sonido de la emergencia. Desde el mismo lugar, Charris observaba como un director orgulloso, ve a su equipo con una sonrisa. 

De manera coordinada los conductores regresaban las máquinas a sus puestos y, cada bombero, uno a uno, se bajaba con una sonrisa en su rostro. Como un día más de servicio, volvían a sus lugares para esperar el momento para salir y atender una emergencia.  

Decisiones de un voluntario en el puesto de comandante

(Bombero revisando equipos en la estación de Bomberos Javier Solano durante el cambio de turnos) 

 Acompañado del sol de medio día, en el salón de formación al lado de un parqués grande y entre paredes rojas el Bombero Sergio Solís narró qué pasó esa madrugada. Cuenta que, tras un cambio de turno, su esposa lo desconectó del mundo, apagó radios y teléfonos mientras él dormía. Sergio le atribuye a su Dios lo sucedido después de ese cambio de turno. 

No sé, cosas de Dios, me levanté mucho antes de lo normal. 

Solís narra que al llegar a la cocina su esposa entre lágrimas, rodeada de platos y ollas le contó que un compañero suyo había fallecido. Así, sin nombre ni apellido. Como un balde de agua fría recibió la noticia el bombero.  

Sin levantar su cabeza, sin despegar sus ojos del piso como si buscara un ancla para no desbordarse, dice que ya está acostumbrado a la muerte… pero su hilo de voz dice todo lo contrario. Acudió a el PMU de la emergencia como bombero voluntario, aunque minutos después lo nombraron comandante de maniobras. Solís mirándose los vellos del brazo, ahora erizados, se dio cuenta dónde estaba metido cuando las fuerzas militares se formaron a su izquierda, indicando que ahora era la máxima autoridad.  

Conmovido y al lado de su compañero, otro bombero de apellido Vargas, manifiesta que hace 55 años no se presentaba una emergencia de tal magnitud. Eran 44 bomberos, pero esa noche había 70 personas trabajando simultáneamente. Todos con el mismo objetivo, apagar el tanque que ya había cobrado una vida. 

(Fotografía de los restos del accidente en la planta de Bravo Petroleum)

Una mezcla de sentimientos, entre tristeza y dolor se asomaron en el rostro del bombero Solís que, aunque no tuvo una relación cercana con Solano, ver su rosto a diario a un costado de la estación en la que trabaja le recuerda la pérdida de su compañero todos los días. 

Poco a poco la adversidad se vuelve parte de lo cotidiano, o quizás son los años de experiencia, pero su forma de contar seguía de una manera firme. De ese suceso recuerda, por último, la gran experiencia que le dejó laboralmente y las oportunidades que nacieron en medio del infortunio. 

5-9 para PMU, 5-9 para PMU- dice Solís a través de su radio 

Situación 5-5-3, 5-5-3, 5-4 – con un poco de estática le contestan del otro lado 

5-4, mi sargento, 5-4. La situación está completamente controlada. – y con una sonrisa explicaba a los presentes que finalmente, las llamas que atormentaban a la ciudad durante más de dos días habían sido extinguidas. 

(Estación de bomberos once de noviembre)
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