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Por: María Victoria Andrade López

El coronavirus o Covid-19 es silencioso, cauteloso y no le importa etnia, estrato o sexo. Por eso y por lo que él implica ha cambiado en menor o mayor medida la vida de todos los colombianos, incluyendo la mía. Cambiando mi forma de ver mi mundo y el de los demás. 

Me encuentro sentada en el lugar que se ha convertido en mi espacio de estudio, de entretención, de descanso, hasta de desahogo en los últimos meses. Cuatro paredes blancas con un par de cuadros, dos camas para convivir con mi hermana, unas ventanas con cortinas grises y una que otra cosa más. El colchón se ha vuelto víctima de la constante presencia de mi anatomía y mi perra Coco se ha convertido en mi bolita antiestres. “Siéntate bien” “No te acuestes” “vas a terminar con 50 cm menos de estatura”. Mi abuela se preocupa más que yo por la salud de mi columna.  

Hasta el sol de hoy no he puesto ni un solo pelo del otro lado de la reja de mi casa. De hecho, desde días antes de la cuarentena preventiva ya me encontraba aislada del mundo exterior. No por miedo, por respeto. Al virus hay que tenerle respeto. Cuando empezaron los contagios a nivel mundial lo vi muy lejano, ahora está muy cerca. Solo hay que superar esta etapa en la que ya llevamos más de 38.000 contagiados en el país.

El último día por fuera de mi casa estaba saliendo de la universidad un viernes al mediodía. Mi mamá me había dejado el mensaje de que llegara directamente al supermercado, al cual no le cabía un alma. Ahí sí que se daba un ambiente propenso para que el virus feliz hiciera su maravilla. 

¿Pa’ donde vas con todo eso? Le dije inmediatamente al ver el carrito lleno de alimentos para dar y convidar.

Con el ceño fruncidoEs mejor prevenir que lamentar. Uno no sabe qué puede pasar– 

En la tarde llegó mi papá de la empresa con más bolsas de compras, pensando en abastecerse para mis abuelos. “Ellos dependen de nosotros”. Al cuarto abandonado de mi hermana mayor se le incorporó una gran caja amarilla llena hasta el tope de alimentos no perecederos, y el closet de mi mamá se llenó de botellas de alcohol y detergentes. Me sentía como en una de esas películas futuristas catastróficas, pero me causaba mucha risa. Los supermercados no iban a cerrar. 

No todos tenemos los mismos privilegios

¡Se le tiene piña, papaya, guineo maduro, plátano verde! ¡El aguacate-cate!

Luego de un par de semanas, en las que nos acoplamos en los manejos sanitarios que debíamos tener, compramos el tan anhelado aguacate. Con una sonrisa de oreja a oreja y vestida con pijama, como todos esos días, esperaba, detrás del ventanal del balcón, a que mi papá lo subiera por medio del popular ascensor elaborado con pita y bolsa de preferencia.

De ahí en adelante el vendedor ya se prepara para, al estar cerca de mi casa, gritar con más ganas y entonación.  Si no salimos, espera con su voz retumbando por la calle hasta que sale uno de mis papás. “Yo todavía no sé cómo desinfectar lo que entra a la casa”. Palabras de ellos, no mías. 

Muchas personas se han venido quejando en redes o en conversaciones familiares, porque siguen viendo a los vendedores ambulantes por las calles. El que no les quiera comprar, por el motivo que sea, que no lo haga, somos libres. De las puertas de las casas a las calles hay suficiente distancia como para que el virus no se contagie, si es que lo portan.

La triste realidad detrás de esta situación es que a estas personas les preocupa más llevar algo de dinero a sus casas para vivir el día a día y ayudar a sus familias, que el exponerse a ser contagiados. En el Atlántico la gobernación está tomando medidas para estos grupos de personas, pero si fueran suficientes ¿estarían ellos todavía en las calles empujando sus carritos de madera o llevando con gruesas gotas de sudor en el cuerpo un tazón en la cabeza?

A diario me entero de situaciones de desigualdad por las redes sociales, pero muchas veces no nos damos cuenta de que éstas se presentan aún más cerca de nuestras vidas.  Para un trabajo de medios audiovisuales debía hacer una entrevista. Se la hice a una tía, quien desde aquí en Barranquilla le sigue dando clases a sus alumnos de primaria de un colegio en el municipio de Malambo. 

 –¿Y cómo te comunicas con ellos? ¿cómo les das las clases?Pregunté curiosa por videollamada. 

Con cejas arriba y sonrisa ladina Uff, si te contara. Se han vuelto hasta personalizadas. Todos los días me dedico a llamar a uno por uno, y por whatsapp me mandan las tareas. Ahora trabajo más que el triple

¿Y te logras comunicar con todos?

Nada. Hay niños que ni los teléfonos que sus papás registraron en las reuniones sirven. Toca a veces pedirles a otros papitos que se comuniquen con los que tienen cerca de sus casas

Esta situación contrasta grandemente con la mía. Yo solo debo, a la hora que toque conectarme, encender mi computador y entrar al link que me envíe el profesor por correo o por Whatsapp.

Medidas que se debían tomar 

Desayunando en la mesa de comedor, en la que nos logramos ver las caras sin un dispositivo electrónico de por medio, se desató uno de los populares debates espontáneos de mi familia. A mi papá le llegó la información que la cuarentena se iba a alargar.

¿La cuarentena es para que no se contagie la gente? Contestó mi hermana menor. 

En parte. Es para extender la curva Contesté entregándole café a mi hermana.

¿Es eso del pico de contagio? preguntó mi mamá. 

¿Cómo así? Frunció el ceño mi hermana. 

Días antes había escuchado un video en instagram de un doctor en Barranquilla llamado Luis Alberto Parra. Él explicaba que el sentido de la cuarentena era extender el pico de la curva de contagio. Si no se hacía la cuarentena el virus podía haber desaparecido en cuestión de un mes.

De hecho el Doctor Diego Rosselli estimaba que, en esas circunstancias, el punto máximo  de contagio se hubiera presentado el día 30 de Abril y después empezaría el descenso de casos. ¿cuál es el problema? Nuestro sistema de salud no resistiría el número de casos por su falta de capacidad, por falta de camillas y ventiladores. La cuarentena, al aplazar el pico de contagio, le permite una mejor capacidad de respuesta al sistema de salud. Pero a pesar de todo esto, el sistema de salud está sufriendo.

Caras marcadas no solo por máscaras, también por lágrimas. 

Es posible que mañana hagamos una renuncia masiva, ¡pero no le digas a mi mamá! Puede que no se haga y la podemos preocupar por nada 

Me comentó mi hermana mayor a través de la pantalla del computador. Las videollamadas y los mensajes de Whatsapp se han convertido en los testigos de sus preocupaciones. Se le lograban ver los ojos enrojecidos, habían despedido a un compañero por exigir equipo de protección adecuado. 

A pesar de trabajar en una clínica privada en cartagena ha tenido que pasar toda una odisea. No puedo imaginar lo que deben estar pasando las públicas a las que normalmente les niegan los implementos.  Entre las tantas cosas que le han pasado está lejos de su familia, lo que la mantiene preocupada.

Se tuvo que ir de la casa donde se quedaba porque representaba un riesgo para la persona mayor con la que vivía, ese día llamó a mis papás llorando; no conseguía transporte para llegar a la clínica; le tocó comprar mejores equipos de protección; dos colegas cercanos ya se contagiaron; no le han realizado la prueba de covid-19, a pesar de que la ha pedido; y no le pagan a tiempo. Tras todo eso, se mantiene llamándonos todos los días. O al menos escribe. 

Una familia en riesgo como tantas 

Sentada en el patio verde por la cantidad de plantas de mi abuela, a quién visito al menos una vez por semana, nos pusimos a repasar por qué mi hermana se preocupa tanto. Claro está que con medidas de prevención y aclarando que vive en el piso debajo del de nosotros. 

Es obvio que se va a preocupar Dice regando las plantas con una manguera como si de ahogarlas dependieran sus vidas. Pero estamos teniendo cuidado

Abuela, todos los que han entrado con sobrepeso a la clínica donde trabaja mueren

Apaga la llave del agua preocupada Ella no me había dicho eso

Mi mamá prediabética con sobrepeso, mi papá hipertenso con sobrepeso, tú y tata diabéticas, mi abuelo hipertenso con problemas respiratorios, Dany con sobrepeso y yo asmática

Somos la familia de los factores de riesgo, factores que vuelven más riesgosas las recuperaciones de las personas contagiadas. Por esas mismas razones mi madre, desde que inició la cuarentena ha orado más que nunca. Una vela encendida adorna la sala todos los fines de semana y todos en la casa portamos un rosario.

En semana santa, que se celebró en cuarentena, no nos dejaba perder ni una de las ceremonias que dirigía el papa. A pesar de que al principio me portaba indiferente, esos momentos me daban tranquilidad sin intentarlo. Nos acostábamos todos en la cama de mi mamá a escuchar las ceremonias por el televisor, mientras ella se sentaba en una silla. Si uno hacía amago de quedarse dormido, una sola mirada quitaba todo el sueño.

A pesar de que mi asma me ponga aún más en riesgo, estoy tranquila. Estoy tomando todas las precauciones y si me llego a contagiar es porque debía ser así. 

Mi vida se ha resumido 

Ya me he acostumbrado a vivir en cuarentena, lo que no quiere decir que lo soportaría por años. Me despierto a más tardar a las 8 de la mañana, desayuno, ayudo en la casa, doy mis clases virtuales, hago el almuerzo, sigo en clases, despejo mi mente cantando, editando alguna foto, adelantando un guión o viendo algo en netflix, hago ejercicio, hago los trabajos y en la madrugada me duermo. Claro está que con uno que otro cambio, la vida es impredecible.

Antes pensaba que la cuarentena era una desgracia, pero me he dado cuenta que detrás de las dificultades se han presentado oportunidades y resultados positivos. He terminado proyectos, continuado unos e iniciado otros. He conectado más con mi hermana menor. He entendido un poco más quien soy y por qué actúo y pienso como lo hago. Y tras de todo me he tratado de mantener positiva para ser un apoyo para los que me rodean.

Todos en este momento estamos pasando diferentes dificultades, ninguna comparable con la otra. Como lo que ocurrió con un señor hace unas tres semanas frente a mi casa. Él iba pasando en su moto con una chica, aparentemente su hija.

Al ser detenido por los de movilidad y tras una discusión, cubrió su moto con gasolina y empezó a buscar un fósforo para quemarla. Fue hasta que llegó la Policía que dejó de gritar. Le iban a quitar la moto por un supuesto impuesto vencido.  Lo cual en este momento la ley no permite. Las preocupaciones en esta cuarentena no se pueden resumir en el ser contagiados.

Todos estamos viviendo una odisea por diferentes motivos a causas del coronavirus. En nuestras manos está cómo la afrontamos, qué podemos rescatar de estas situaciones para un futuro, qué podemos hacer en el presente para que la situación sea más llevadera y apoyarnos y apoyar a los que tenemos cerca. 

 

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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