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Calles congestionadas, múltiples cláxones que suenan y suenan, casi parece sistemático y coordinado. Carros y motos inundan las calles. La contaminación se esparce por el aire. 6 de la tarde, medio mundo que termina su jornada laboral para dirigirse hacia sus hogares. Llegan, familias que reciben a sus trabajadores, abrazos, besos, mucho cariño. Después de la cena y algo de televisión, nada como echarse a dormir.

Mientras, Tyson vive en la calle. Siempre de pie, al borde de un andén donde recibe las míseras monedas que salvaguardan su porvenir. Con tres maletas desgastadas agarradas con las manos, y 4 botellas envueltas en bolsas y amarradas a los lados, Tyson sobrevive en la selva de pavimento, la ciudad. Nadie voltea a mirar, la mayoría en sus asuntos y quienes se deciden en regalarle algo ni siquiera lo observan. Tan normal se ha vuelto ante los ojos que personas se vean sometidas a vivir en la suciedad del concreto, como si se tratase de una consecuencia colateral de un necesario e inminente desarrollo.

La crisis de la pobreza extrema no es reciente en Colombia. Ya desde los años 30, durante el gobierno de Enrique Olaya Herrera, se habían creado e implementado programas que buscaban la superación de la pobreza. Se mantuvieron vigentes durante los póstumos gobiernos, pero solo hasta la década de 1950 se logró un sutil decrecimiento en las cifras de pobreza que fue mejorando a medida que el tiempo progresaba.

Vida

La familia de Tyson nunca fue privilegiada. Cuando nació en marzo de 1948, en épocas del gran Bogotazo que azotó el orden en Colombia, las regiones apartadas de la capital perdieron atención. Mucho más en estos tópicos, donde todos velaban por su propio bienestar. Mientras, la familia de Tyson vivió en una casa de tablas construida en un lugar sin nombre, donde se encontraban resguardadas comunidades enteras de personas afectadas. Así creció, estudió hasta los 16 años en un colegio público del barrio, con el mismo bolso negro y sucio y dos libretas adentro. Hacia la segunda mitad de la década de los 60 logró culminar sus estudios en Ciencias Políticas, realizadas en una universidad pública. Era un obsesivo con el conocimiento. Hoy es poco lo que se sabe, pero muchos creen que estuvo trabajando con el estado hasta que entró en decadencia.

Su experiencia crecía y seguía alimentando su conocimiento. Incluso se alejó de todos sus familiares, incluso sus padres, para seguir aprendiendo, encerrado en su cuarto con cantidades de libros. Hay quienes dicen que el conocimiento fue tan grande que tuvo como resultado un desbocamiento mental y la locura lo tomó como suyo, abandonando todo lo que creía y adoptando las calles como su hogar. Otros creen que es un mito, no pudo haber sido tan brillante, no un hombre con tal apariencia, con su piel morena quemada, trajes rotos y cabello largo enredado. Mientras, otros creen que al estado no le convenía que supiera demasiado, por lo que fue excluido, eximiéndole todas las comodidades y cerrándole a su vez todas las posibilidades de reinserción a la sociedad.

Tyson pidiendo dinero

 

Lo que sí es cierto es que hoy y desde hace más de 10 años, Tyson vive en la calle. Durmiendo de reojos en la madrugada, atento a los depredadores de la noche. A veces debe pagar a algún que otro malandro para que no le robe ni le haga nada. La discriminación es tan elevada que la vida social de estas personas se vea reducida al contacto solo entre ellos, los marginados. Y esto a raíz de las comunidades que se crean de indigentes, pero aquellos que prefieren la soledad se ven arrinconados en mundo fuera de todo contacto. Tyson no cruza palabras con nadie, habla con el aire.

Debido a su avanzada edad, no puede quedarse sentado mucho tiempo, por lo que se mantiene de pie, al borde de la calle, durante horas, para evitar el crecimiento de yagas. Mientras, todo el que camina, incluso el más bandido, cruza la calle una cuadra antes, cuando lo detectan con la mirada, con tal de no cruzárselo en su camino. El problema de la indigencia se convierte, entonces, en un grave problema de discriminación social que se presta a la falta de derechos humanos. Miradas de indiferencia someten a tales infortunadas personas a la exclusión total.

Muerte

El problema es cultural. El estado no es el único culpable de la falta de oportunidades que genera la decadencia de los indigentes. Los ciudadanos también lo son. Empresarios, microempresarios, el tendero, el que necesita a alguien que cuide de su abuelita, todos se fijarán en la situación social de a quién van a contratar, de modo que puedan elegir a quien más les beneficie. La apariencia se convierte en un factor clave, todos miran mal y de reojo a quien no va de acuerdo a estigmas sociales.

La pobreza también se caracteriza por las capacidades básicas de las personas y la libertad de obtener un bienestar económico. Programas de superación de pobreza se convierten en fachadas al solo intentar proveer de bienes materiales, como subsidios, a las personas en condiciones de pobreza. De qué sirven tantos programas si prescinden del aspecto más vital: las posibilidades de superación personal.

A Tyson no le ofrecen empleo y nadie le compraría nada. No funciona en el ciclo del mundo consumo, tan característico de la ciudad. No aporta ni recibe. Nadie le pregunta cómo está y lo tratan como algo inexistente. Como aire, está, pero nadie le ve. Como muchos, necesita un empujón para lograr estabilidad, pero lo mantienen al borde. “Si no hago nada aquí, ¿no es como estar muerto? Y si estoy sufriendo, ¿no es mejor estar muerto?”, piensa. Mientras, espera, sentado o de pie, por su muerte al borde del andén.

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