Llegar a acuerdos, como lo sabemos, toma su tiempo. Un circo que hace oficio de patria y que con la cultura reúne al pueblo… ¡No se confundan: ahí también hay colombianos!
Por: Daniela Pinto M
El bullicio era cada vez mayor mientras las personas pedían permiso para encontrar un mejor puesto. Querían ver, con razón, la tarima. En las gradas del Parque Sagrado Corazón, en Barranquilla, había niños y adultos unidos por el espectáculo. Varios de ellos compraban donas con cobertura de chocolate, otros mordían galletas punto rojo, unos más arrancaban trozos de algodón de azúcar y pedían más productos expuestos en bandejas, la mayoría elaborados y vendidos por vecinos del sector.
Lo que ignoraban los espectadores es que mientras escuchaban las pruebas de sonido de Residuo Sólido -la banda caleña que tiene una propuesta musical a base de materiales reciclados… su propuesta es reciclar y reutilizar-, detrás de ellos se encontraban los integrantes del Circo Farouche.
En total, 24 halcones los vigilaban y miraban desde la altura. Todos iguales y todos diferentes: mujeres rubias y castañas, hombres con barba peli roja, morenos, jóvenes de mediana estatura, algunos con moños, otros con trenzas y unos pocos calvos.
A la izquierda, mirando de frente al escenario, súbitamente se abren dos maletas. De una, salta un joven rapado, con camisa a esqueleto gris, que saca una llanta, luego un manubrio y más instrumentos; en la otra, cuatro barras curvas de acero son retiradas por un muchacho de tez trigueña y moño en la cabeza. Leonardo Mayergo junta las piezas para re-armar un aro cyr, en donde meterá su cuerpo que, sin tocar el piso, gira muchas veces.
Por segunda vez en la ciudad, llegaron desde Francia a mostrar su talento. Pero no solo el de los nacidos en este país, sino también el de italianos, canadienses, colombianos, vietnamitas y suecos, entre otros. Ellos han compartido una vida de gira y creación, que ahora se lanza mundialmente, comenzando en Colombia.
Un hombre musculoso, con piel bronceada y arrugas marcadas en los ojos los dirige. Reúne al grupo en un círculo y en francés fluido les da indicaciones sobre el orden de la presentación. Varios asienten y otros comentan y aportan ideas. Jef Odet, director de la obra, repite en español, con acento muy marcado: “Hay que entrar por el lado izquierdo de la tarima…” Y reitera que no es factible dejar que los fotógrafos ingresen en “sus espacios”: “Miren, sobre todo, al que está vestido de amarillo canario” lo que genera una carcajada general.
Odet suspende por un momento su labor instruccional. Llegar a un acuerdo entre muchas personas, asegura, es difícil y requiere tiempo, sobre todo si las diferencias son marcadas. Pero en el circo, compartir con diferentes culturas ha sido lo más fácil de todo. Para el arte no hay cultura diferente, pues con ella se forma un solo pueblo.
Jef desarma el círculo y se dirige a los pies del Sagrado Corazón, un monumento de Jesús más alto que los árboles, que tiene la cabeza mirando al suelo y la mano derecha señalando al cielo. Se impone en el parque y especialmente sobresale más que la tarima. Un joven pelirrojo, de barba larga, se propone alcanzar su altura. Entonces sube en sus hombros al director de la obra, que realiza una maniobra utilizando también la cintura.
Los niños, boquiabiertos, están expectantes y silenciosos. Entonces, con una sola mano, sostiene a otro integrante del grupo, que ahora está de cabeza. Tiene la mitad de la altura del director. Lo hace con destreza. A su lado, dos hombres musculosos, vestidos con chaquetas grises y botas, se paran frente a frente para ayudar a un cuarto compañero, al de cabello corto y trenzas largas, que en pocos segundos salta por los aires.
Para Jef, esta no es una tarea difícil después de haberla realizado por 27 años. Aún más, desde su adolescencia, él se interesó por la acrobacia hasta obtener el título de Porté Acrobatique. Es decir, encargado de servir como base para soportar a los más ágiles.
No es esta la primera vez que realizan la acrobacia en Barranquilla. El Circo Farouche ha estado durante la última semana preparando a muchachos jóvenes de la ciudad, ahora más diestros en asuntos del equilibrio. Es lo que Jorge Ferreira, Coordinador Cultural de la Alianza Francesa, llama dejar una semilla para que los jóvenes continúen con una profesión cada vez más acogida en la ciudad.
Llega el momento. Los halcones bajan por las gradas del escenario e ingresan por el lado izquierdo. Hay música contemporánea. Muchos, transeúntes del Parque a esas horas, estacionan sus vehículos. Los que llevan varios minutos sentados, se inclinan hacia adelante para dar paso a los actores que ahora ingresan a la tarima. “Es mi primera vez en un circo”, comenta Aleja Pérez, de 10 años.
“Pensaba que todos eran con animales y vestidos de colores vivos como en los cuentos y las películas. Pero van vestidos en tonalidades grises y usan tenis. Hay una pareja sobre los hombros de un señor que va de negro. Él camina como si no sintiera el peso sobre sus hombros”, repite Aleja.
Carlos Rodríguez estuvo toda la semana esperando que lo llevaran con su bicicleta al parque. Allí, durante media hora, pedaleó por los senderos mientras sus padres lo seguían con la mirada, hasta cuando vio que un muchacho daba vueltas y vueltas con su bicicleta en la tarima. Se detuvo. Durante varios minutos, Ivan Duc, vietnamita de nacimiento, sostuvo el peso de su cuerpo con sus manos mientras el vehículo seguía andando; puso sus pies en el manubrio y se irguió con los brazos abiertos a sus lados. Una sola rueda lo sostenía, mientras sus pies estaban en los pedales del artilugio. Carlitos miraba sorprendido. Se volteó y le dijo a su madre: quiero aprender lo mismo que el actor.
Los espectadores también aplaudían constantemente. Para su infortunio, se aproximaba la parte final. Entonces, Leonardo Mayergo, el hombre del Aro Cyr, nacido en Pasto, Nariño, Colombia, salta al escenario para retratar con su cuerpo al Hombre de Vitruvio. Da giros y giros con el aro, que cada vez son más veloces. En un instante, queda de cabeza y apoya los pies en el artefacto. Cuando Mayergo decide abrir sus brazos, a todos les queda la impresión de que está sostenido por el aire.
Música y suspenso. Mayergo, dentro del aro, se tambalea. Ahora es un ser horizontal. El público imagina y sospecha lo peor. Pero Mayergo es Vitruvio, el indestructible. Una recompensa a un año de trabajo en Francia, adquiriendo las destrezas de un gran equilibrista.
Una sola línea recta despide el espectáculo. Son todos, tomados de la mano y sonrientes. Farouche hace una venia de reverencia al público. Como lo dice Odet, es muy simple vivir así, del arte. Quienes desean acentuar las diferencias o etiquetan es porque nos quieren vender algo. Nosotros, mientras tanto, solo vendemos lo que hacemos y no hacemos lo que se vende. Tampoco construimos la patria, que ya existe desde que nació el mundo. La patria, y todos tan diferentes, somos los seres humanos.
Para todos los que nos formamos como contadores de historias en este particular espacio de tiempo, y en estos momentos cuando estamos buscando dejar atrás la piel de un reptil que, como país fuimos, es necesario aprender a armar memoria, sin perder los estribos, con pedazos sueltos, pedazos de acciones, recuerdos y olvidos.
Esta es una colección de historias que ofrecen oportunidades, historias quizá nuevas, quizá conocidas, pero todas escritas desde las perspectivas a veces juguetonas, a veces muy formales, de una serie de mentes fértiles de las que brota la necesidad de dar a conocer un país diferente a aquel que nos venden y que, tristemente y con frecuencia, compramos al precio más bajo.
#YoConstruyoPaís es la muestra inequívoca de que Colombia vale oro. Y a la vez es una invitación de El Punto y las jóvenes generaciones de periodistas de Uninorte -que no pasan de sus 20 años-, a pensar y proponer un país mirado desde la paz.