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Por: Carolina Valera

Se había hecho común oír al gobierno de Venezuela desde la época de Chávez alertando sobre una invasión a ese país por parte de Estado Unidos amparado en Colombia y siempre oíamos a los medios de comunicación decir que eran “cortinas de humo del dictador Chávez” y después, “del dictador Maduro”, a pesar de que el expresidente Álvaro Uribe Vélez poco tiempo después de haber dejado la presidencia dijera: “Me faltó tiempo, tiempo para intervenir militarmente a Venezuela” a lo que Chávez le respondió con su famosa frase: “Tiempo no, lo que te faltó fueron cojones”.

Pues bien, parece que Estados Unidos durante estos años consideró necesario esperar y seguir con su acostumbrado protocolo o manual de desestabilización y guerra: primero, satanización y campañas mediáticas de desprestigio y ridiculización contra Maduro—ya se sabe del efecto que estas campañas tienen en la opinión pública, hasta el vendedor de yuca afirmaba convencido que “satán Hussein” iba a destruir el mundo–; después el bloqueo económico, político y hasta naviero a un país del tercer mundo y de economía monodependiente; y, finalmente, cuando toda esta situación económica y social hiciera crisis, levantar la bandera de la intervención militar para según ellos restablecer la democracia.

Claro, intervención amparada en lo que el imperio llama “fuerza multinacional” que no
sería más que el acompañamiento de Colombia y a lo sumo de una pequeña isla del Caribe. Es de anotar que al manual de intervención norteamericana en el caso de Venezuela se le apareció el de la migración promovida en gran medida por la ultraderecha colombiana, lo que indudablemente magnifica la crisis desatada en el país vecino. Migración muy hábilmente manipulada por los medios de comunicación que a diario nos bombardean con sus imágenes moviendo los sentimientos de los colombianos y latinoamericanos, entrevistando a migrantes que, según estos medios, “han recorrido cientos de kilómetros a pie o en silla de ruedas”, para llevarlos a que clamen en favor de la intervención militar y por el asesinato de Maduro como impune y abiertamente lo pide aquí un abogado, desconociendo que la vida es el más sagrado derecho de las personas.

Y que paradójico lo de la migración como si no fuese Colombia uno de los países que
registra la mayor emigración en el mundo. Ya en la década de los ochenta y los noventa cuando la población de Colombia era de 30 millones el número de colombianos que emigró a Venezuela se calcula en cinco millones y medio, sin contar los colombianos que a diario emigran a todas partes del mundo, claro, que a estos no les ponen las cámaras de televisión para registrar su odisea.

Y qué paradójico, también, que Trump se duela de la migración venezolana cuando este gobierno viola brutalmente los derechos humanos de los niños migrantes centroamericanos y los llama “sucios” y “animales”, al punto que al día de hoy todavía hay 1.488 niños migrantes desaparecidos en Estados Unidos. A esto hay que agregar que Trump y toda su clase discrimina racialmente a negros, latinoamericanos, asiáticos y árabes, y desprecia a los gobernantes latinoamericanos a quienes ve como simples lacayos -esto se puede apreciar en la actitud arrogante de Trump cuando recibió al presidente Duque-.

Se nota ya cómo los pasos del manual seguido por Estados Unidos se han cumplido y comienza a cerrarse el círculo sobre Venezuela. En concordancia con esto la política exterior del presidente Duque: Pacho Santos es nombrado embajador en Washington y Alejandro Ordóñez embajador en la OEA. Pacho Santos al entrevistarse con Trump le dice que “Colombia no descarta una intervención militar a Venezuela”.

Por otro lado, hace pocos días se reunieron en Cúcuta, en la frontera, el Secretario General de la OEA, Luis Almagro y Alejandro Ordóñez, ampliamente conocido por sus posiciones ultrarreaccionarias y desde la frontera con Venezuela pidieron intervenir militarmente a este país. Luego Trump y Mike Pence, vicepresidente, piden la guerra a nombre de Colombia. Estas declaraciones de dos miembros del gobierno colombiano, del secretario de la OEA y del gobierno de Estados Unidos son tácitamente una declaración de guerra a Venezuela y así lo tomarán allá.

Ante estos vientos de guerra afortunadamente surgen voces en contra, tal es el caso de la revista Semana del 23 de septiembre que nos trae un artículo titulado: “Jugando con candela” y en su frase introductoria nos dice: “A pesar de que el régimen de Maduro está colapsando, una intervención militar en Venezuela sería catastrófica. Colombia tiene que asumir una posición categórica en contra”. Por su lado El Espectador de la misma fecha titula: “El costo de una intervención” y sigue: “Las voces que apoyan la opción militar en Venezuela no han medido las graves consecuencias de una acción de este tipo. El lenguaje ligero con que piden la salida de Nicolás Maduro despierta muchos interrogantes. Según expertos, Colombia sería la más afectada”.

De ahí viene las siguientes preguntas: ¿de qué le sirve a Colombia embarcarse en una guerra que dejará miles de muertos venezolanos y colombianos solo porque Estados Unidos no puede controlar las reservas de petróleo más grandes del mundo, las de hierro, aluminio, coltán y, en general, la economía y la política venezolanas? ¿O porque a la ultraderecha colombiana no le gusta ver en el continente a regímenes con ideologías diferentes? ¿Por qué no podemos convivir con Venezuela así tengan allá el régimen que quieran y que sean los propios venezolanos quienes resuelvan sus asuntos?

Últimamente está en el olvido que Colombia ha tenido una desgarradora historia en las últimas décadas: extrema violencia paramilitar, guerrillera y estatal; asesinato de cuatro candidatos presidenciales, entre ellos Álvaro Gómez; 300 mil muertos, millones de desplazados, exterminio de un partido político (Unión Patriótica) y violación abierta a los derechos humanos, pudiéramos decir, un Estado fallido, sin Dios y sin Ley, como se dice, pero no por esto Venezuela u otro país amenazó con invadirnos militarmente.

También está el hecho que Colombia es el primer país narcotraficante del continente y que un alto porcentaje de la población vive en la pobreza absoluta mientras la corrupción ha permeado todas las capas de la sociedad y las instituciones mismas. No
se puede desconocer que el sistema electoral es de lo más corrupto: compra de
votos, maquinaria electoral, fraude, constreñimiento. ¿No es del mayor cinismo decir como un político nuestro que había que acabar con la corrupción y el narcotráfico en Venezuela? ¿Será que con decir esto se podrá ocultar la aberrante situación de aquí?

Alfonso López Michelsen dijo en una ocasión: “Una guerra con Venezuela puede durar una hora pero las consecuencias para Colombia pueden durar cien años”.

Para concluir, la intención de invadir militarmente a Venezuela no es nueva ni tampoco obedece a la crisis que atraviesa ese país, eso es puro cuento, pues ya desde la época de Chávez cuando los venezolanos vivían mil veces mejor que los colombianos gracias a la bonanza petrolera y al asistencialismo extremo de su gobierno y, además, cuando no estaba lo que llaman la dictadura de Maduro, ya Estados Unidos y Colombia hablaban de intervención militar en ese país.

Cabe recordar que Obama decía que Venezuela era una amenaza para la seguridad de
Estados Unidos, algo ridículo pero que entrañaba toda una terrible amenaza. Entonces, la cuestión es que a Estados Unidos no acepta en Latinoamérica un gobierno que se aparte del modelo económico y político que convenga a sus intereses y lo de la crisis venezolana no es más que la justificación tanto buscada. De no ser así los gringos no hubiesen montado y sostenido en Chile al sanguinario Pinochet y recientemente no hubiesen legitimado el golpe de estado parlamentario en Brasil ni estuvieran ayudando económicamente a la Argentina y silenciando la grave situación económica que hoy vive ese país. Así, que no hay que dejarse embarcar en una guerra por aquellos que se alimentan de ella y quieren complacer al imperio, pues una guerra con Venezuela solo mayores desgracias puede traer a los dos pueblos.

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