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 por: Melanie Montaño Díaz

El paro nacional del 21 de noviembre fue una respuesta activa de los colombianos a las últimas decisiones del presidente Iván Duque, su gabinete y las fuerzas judiciales. Desde años inmemorables Colombia ha sido divida por un sesgo violento entre ideologías. Sin embargo, esta vez la mayoría de los oriundos y habitantes del país del café y el acordeón salieron juntos a las calles. Algunos solo con sus voces enojadas, otros con creativas pancartas, bailes y canciones, pero todos pedían lo mismo, ser escuchados. 

El paro se realizó un jueves desde la mañana y aunque muchos trabajadores no pudieron asistir, las calles, callejones, avenidas y carreras principales de todo el país estaban llenas de colombianos enojados, ya sea por la muerte de aproximadamente 18 niños en un ataque militar, por la reforma laboral, el desacuerdo con la ley que permite cortar aletas de tiburón, o simplemente porque tu hijo fue asesinado por un miembro de la fuerza pública. Todos pedían al actual presidente “no más violencia”, una petición que no fue precisamente escuchada. 

Una vez la protesta se tornó violenta en ciudades como Cali, Medellín y Bogotá, entre otras, las “fuerzas del imperio” empezaron a llegar con sus escudos y armas anti protesta listas para cumplir órdenes. 

Hay una razón por la cual en Colombia el Estado tiene el monopolio de la fuerza, que es ejercida por la policía y el ejército, y es que según la constitución todos somos libres e iguales. Los colombianos no son un medio que el Estado puede utilizar para llegar a sus objetivos. Por el contrario, son la meta del Estado, son quienes le dan valor, quienes pagan a los gobernantes y son la razón por la cual todo este sistema existe. Un sistema que solo debería aportar a la vida de los contribuyentes y preocuparse por el bienestar general de la nación.

Por lo tanto, monopolio de la fuerza o no, la policía, el Esmad, el ejército y toda institución que se derive de esa fuerza esta para preservar la paz sin oprimir los derechos y libertades de las personas. Sin embargo, la rivalidad entre los colombianos civiles y los colombianos uniformados parece crecer cada día más y se hace sentir con insultos, ya bien establecidos en la población, hacia la policía. Por supuesto, muchos uniformados cumplen sus deberes y respetan los derechos humanos de quienes habitamos este territorio de mar, selva, llano y montaña y son a quienes les agradecemos cuando sus buenas acciones limpian un poco el nombre de la institución, pero la verdad es que muchos actos realizados en nombre del orden civil dejan un sin sabor y un sentimiento de ira generalizado, como sucedió en el último paro nacional.

A una gran parte de los policías parece que hace mucho se les olvidó cuál es su verdadera función, sobretodo el hecho de que la población general no es un contundente rival que hay que neutralizar y golpear. A muchos soldados parece que se les apareció la virgen al considerar indígenas y campesinos como un campo de cultivo para subir de rango u obtener un incremento salarial, y los familiares de estos colombianos asesinados continúan exigiendo una verdad, que, según previas entrevistas, no satisface a las víctimas y que fue otra de las razones para parar.

Por otro lado, el presidente Iván Duque se pronunció ya bien entrada la noche por medio de una alocución presidencial. No hizo referencia a las razones por las cuales se realizó el paro, sino que afirmó “no permitiremos saqueos y atentados contra la propiedad privada y vamos a aplicarles todo el peso de la ley”, como si esta fuera la Colombia del 2000 sedienta de mano firme y venganza y no la Colombia del 2019 que exige soluciones y respeto. Tampoco habló de los abusos de la fuerza pública y terminó aludiendo a la familia y garantizando la seguridad democrática, con la que llegó a la presidencia. 

El territorio tricolor demostró cuan comprometido esta con la paz y aunque fueron muchas las situaciones que se salieron de control en Colombia, la esperanza de un país digno y pacífico revivió. 

Siendo la violencia pan de cada día, salir a la calle en paz es un acto de rebeldía. 

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