Por: Karolays Santiago
No puedo ser feliz.
Me siento oprimida cada día.
No consigo alcanzar la felicidad.
Porque cada vez que la acario, la voz tormentosa de mi realidad me devuelve a mi sufrimiento.
No me deja en tranquilidad, flotando entre mi propia paz con aroma a rosas y sin gravedad.
Me toma de un pie y de un tirón me devuelve al piso, al piso frío y desolado, donde nadie me acompaña, donde solo sigo ordenes, donde solo soy un eslabón más que sigue la corriente.
Cuando mis pensamientos se elevan y surge una ligera sonrisa en mi rostro, la voz aparece, lo que estuvo lleno de infinita luz se vuelve oscuro, se desmorona mi paraíso, estoy devuelta en la realidad, en mi habitación, frente al impedimento de mi felicidad, mi obstáculo.
Pero cómo desprenderme de ella si por ella vivo, cómo dejarlo todo si no tengo nada.
Cómo olvidarme del pasado sin la promesa de un mañana.
El miedo se apodera de mí, no, la realidad se hace visible.
No puedo.
Moriría de frío, de hambre, de angustia y desesperación.
Pero, si amaneciera en la libertad, podría correr por los vastos campos de mi imaginación, volar con los libros y trabajar para ver sonreír las flores, las pequeñas flores incomprendidas como yo.
Pero no.
La realidad dicta algo diferente.
Debo quedarme aquí, obedecer, callar, seguir la corriente, censurar la opinión, abandonar mi voluntad.
Así es la realidad, glacial, monocromática, sin muchas opciones, hay que hacer lo que nos digan para sobrevivir.