Por Valeskha De La Hoz Angulo
¿Estoy dispuesta a morir por defender lo que creo? Me hice esta pregunta el 3 de mayo de 2021 antes de salir de mi casa a protestar pacíficamente.
Tenía miedo, se lo conté a alguien la madrugada del 2 de mayo. Ya en ese momento la fuerza policial y el Esmad empezaban a cometer atropellos contra los manifestantes del Paro nacional, que inició el 28 de abril en otras ciudades de Colombia.
Salí consciente de que me podían matar, como a Dylan; de que me podían violar, como a la niña que violaron en un CAI de Bucaramanga, o la mujer que violaron en un CAI en Cali. Era consciente del peligro que conlleva salir a ejercer el derecho a la protesta social en Colombia. Era consciente de que aunque es un derecho, para muchos es visto como un delito, una excusa para reprimir, violentar y abusar del poder.
Tal vez no era consciente de cómo hacerle frente a ese peligro. Me faltaron herramientas y por eso la historia terminó así:
¿Será que si vale la pena? ¿Será que si salgo o no salgo, hago la diferencia?
Recuerdo esa mañana y mis dudas. Nos despertamos con la noticia de que el Ministro de Hacienda había renunciado, uno de los puntos del Paro. Pero yo me había acostado la noche anterior a las tres de la mañana y había presenciado, en un En Vivo de Instagram, la muerte de Nicolás, un joven de Cali que fue asesinado por el Esmad frente a cientos de personas que presenciaron el hecho a través de internet.
Que Carrasquilla renunciara o no ya valía ‘huevos’. Me pesaba en el corazón sentir que no saldría a apoyar a los miles de jóvenes que necesitaban sentirse escuchados.
Salí de mi casa convencida de que volvería en un par de horas para, como si nada hubiese pasado, empezar mi jornada de estudios y trabajo. Le avisé a mi papá, y una vez más volví a escuchar lo que me decía cuando niña: “Tú haz lo que tengas que hacer, cualquier cosa yo respondo”.
Una hora después de mandar ese mensaje estaba siendo detenida por policías que irrumpieron con gases y motorizados en una marcha que se estaba llevando de manera pacífica, en su gran mayoría. Recordé que al salir de mi casa, en mi momento de preparación para lo bueno y lo malo, pensé que si algo pasaba yo debía grabar con mi teléfono.
Si no me van a hacer nada malo, ¿por qué no puedo grabar?
Cuando intenté grabar, uno de los policías me señaló y pidió que pusieran especial atención en mí: “ojo con ella, que está grabando”.
No puse resistencia a nada. Vi cómo golpeaban a mujeres y hombres que se oponían a hacer lo que ellos querían. Pregunté lo obvio: ¿Por qué me detienen? ¿ A dónde me llevan? No recibí respuesta. Refuté lo obvio: No estoy haciendo nada, no me encontraron nada después de requisarme, ¿por qué tengo que ir con ustedes?
“¿No querían marchar? Ahora les vamos a dar un paseito”
Me montaron en un camión en el que estuve alrededor de dos horas junto a 14 personas. Todos jóvenes entre los 18 y 23 años. Todos estudiantes de diferentes universidades y entidades educativas de Barranquilla.
Pregunté a un policía que a dónde nos llevaban, me dijo que “me iba a reventar el celular en la cara si le avisaba a alguien”. Nos seguían diciendo: “Quién los manda a marchar”, “de aquí se van cuando nosotros queramos”, “eso es para que no salgan a marchar más y nos dejen de poner más trabajo”, “por ustedes salimos tarde hoy”, “ustedes son el enemigo”, “¿por quién van a votar, Petro o Duque?”.
Cada vez que decían algo, yo temía por mi vida. De hecho, temí por la vida de las esposas o mujeres cercanas de algunos policías en ese camión. Si alguien trata así a una desconocida, no imagino qué podría hacer en la privacidad de su casa.
Qué cosa fuera
El camión llegó a la UCJ. Durante las sietes horas que estuve arbitrariamente detenida en esta entidad en Barranquilla, trataba de entender por qué me había pasado a mí y pensé en una estrofa de una canción que escribió Silvio Rodríguez: La maza. Y pensaba.. Si no creyera en lo que creo, ¿qué cosa fuera? Si no estuviera dispuesta a vivir momentos como estos por creer en la idea, que a veces parece utópica, de un país mejor, entonces ¿qué soy?
Ofrecí el estar allí por ese joven que un día antes había perdido su vida, por las mujeres que no tuvieron mi suerte y fueron violadas o abusadas luego de una detención arbitraria por parte de la Policía, por todos los que habían salido a ejercer su derecho y no pudieron regresar, por los desaparecidos, por los falsos positivos, por los líderes asesinados, por mí y los sueños que quiero poder cumplir en este país.
Entendí que la Policía quiso hacernos vivir una experiencia para dejarnos en la mente el mensaje más peligroso: ¡No salgan a marchar!
Yo también creo ahora que no hay que salir a marchar.. pero sin antes prepararse.
Es importante salir a manifestarnos conociendo cuál es el debido proceso de una detención policial, por qué pueden y no pueden detenerte, a qué tienes derecho y a qué te puedes negar. Tenía todo el derecho de grabar el procedimiento policial.. pero me intimidaron. Tenía todo el derecho de saber a dónde me llevaban desde el primer momento en que me monté en ese camión, pero me lo negaron. Tenía el derecho de decir ‘NO’ cuando indicaron firmar un papel que decía que estaba detenida por ‘riñas y desmanes en la vía pública’.
Alguien me dijo, cuando le conté lo que me pasó, que aunque mi caso no terminó en muerte o desaparición, hay muchos casos como el mío en los que detienen sin razón a manifestantes y los hacen vivir horas de angustia y de desesperación.
¡No salgan a marchar sin saber que pueden ser ustedes los detenidos! Y aunque genere temor, nos necesitan a todos en la calle cuando se trata de hacernos escuchar.
**Este texto fue un producto de clase de la asignatura Argumentación Periodística y fue publicado previamente en el portal web La Cháchara. Es publicado en El Punto con la autorización del docente y el autor(a)