Por: Yoleidys Moreno Torregroza
Era mediodía cuando mi mamá me dijo que estaban cerrando todo el pueblo porque a las 2 p.m. iba a haber una revolución. La cita era a las 3:30, en el parque La Esperanza. Nos habían dicho que lleváramos banderas, carteleras, pitos y gritos. Cuando llegué, me enteré del rumor de que en la marcha habrían infiltrados de la guerrilla y de bandas criminales, que íbamos a incendiar el pueblo, a tirar piedras a la tienda Ara y a otros negocios. Por eso cuando salí en la tarde, las calles estaban solas, los establecimientos estaban cerrados, y las pocas personas que había nos miraba como si fuéramos plagas.
Este pueblo ha sido gravemente impactado por la violencia guerrillera y paramilitar. Las secuelas de ese conflicto viven en los corazones de los más viejos y muchos jóvenes han heredado ese trauma. Vivimos rodeados por cerros, con una zona rural amplia, todavía comunicados por trochas y con una inseguridad interna que crece día a día. A eso se suma el estigma construido alrededor de la protesta social, el dichoso vandalismo, y todo lo que se vive en las ciudades con la violencia policial.
Montoncitos de personas se asomaban en las esquinas y por las ventanas mientras la turba les gritaba: “amigo mirón, únete al montón, su hijo es estudiante y usted trabajador”, “no somos guerrilleros, somos manifestantes”. Se cree que desde la misma administración local surgió el rumor de la tal infiltración guerrillera, pero yo no voy a culpar a nadie. No podemos seguir escudándonos en los episodios violentos del pasado para justificar el miedo a la protesta o a lo que esta propugna. Mantener la narrativa del miedo por el conflicto armado, por la guerrilla o por los paramilitares, es condenarnos a no avanzar en ese camino hacia la paz. Continuar con ese discurso es condenarnos a ignorar problemas más estructurales como la calidad y el acceso a la educación, el derecho a una vivienda digna, a tener oportunidades de progresar, la reducción de la pobreza extrema, entre muchos otros.
La marcha fue pacífica, decenas de jóvenes y adultos salimos a mostrar nuestra indignación, a cantar y a unirnos en pro de este interés general: queremos un país con derechos y oportunidades justas para todos. Desde ese día sentamos un precedente y se han venido haciendo más actos de protesta; el pueblo entendió que no somos guerrilleros, solo estamos cansados e indignados y eso hay que gritarlo.