Por: Carlos Cordoba – [En Alianza Informativa con el CERI]
Si hay un fenómeno que ha caracterizado al ser humano en todo lo que lleva de historia es la guerra. En cualquier época, la guerra ha sido no solo el impulsor de los cambios sociales y políticos, sino inclusive de los cambios tecnológicos de la humanidad. Del uso de arcos, lanzas y flecas rudimentarias pasamos a las espadas de metal y escudos de aleaciones; de allí pasamos a los mosquetes y caños caracterizados por el uso de la pólvora; y en el último siglo, lo recibimos con la implementación de aviones de guerra, tanques de decenas de toneladas que arrasaban poblados enteros en las famosas Blitzkrieg (operaciones relámpago nazis), así como las armas de destrucción masiva, de las cuales tuvimos una pequeña probada en Hiroshima y Nagasaki. No obstante, ese panorama mundial ha acabado, y el surgimiento de las nuevas tecnologías de la información prometen desdibujar la forma en la que concebimos la guerra y sus formas.
Este domingo primero de junio, en horas de la tarde ucraniana, se llevó a cabo una de las operaciones más ambiciosas y minuciosamente planificadas por Kyiv desde el inicio del conflicto con Rusia en febrero del 2022. La operación, bautizada por el Servicio de Seguridad Ucraniana (SBU) como: Telaraña (Spiderweb), supuso, en resumidas cuentas, el despliegue de al menos un centenar de drones desde el interior de camiones civiles de carga en territorio ruso a cercanías de los aeródromos del kremlin, aeródromos tales como el de Olenya (en el ártico), el de Dyagilevo (en las cercanías de Moscú), así como el de Belaya, en la Siberia (más cerca de Tokyo, Japón, que de Moscú). Los drones estaban equipados con explosivos y se tenía prevista su detonación apenas llegaran a los puntos claves preestablecidos en el sistema. Sin embargo, aquí surgen varias dudas sustanciales: ¿Cómo es que el ejército ruso no se percató de la entrada de estos drones en su territorio? ¿qué se sabe de los pilotos de estos drones? ¿cómo sabían los ucranianos cuándo y dónde atacar?
La respuesta a estas preguntas debe ser desglosadas en orden cronológico. Según información dada por el SBU a distintos medios internacionales, así como la propia confirmación del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, la operación se empezó a gestar hace unos dieciocho meses atrás. La idea de la ofensiva era el envío de camiones civiles de carga, quienes llevaban en sus compartimientos traseros un doble fondo de madera en el que se encontraba escondidos este centenar de drones, queriendo decir esto que los drones entraron a territorio ruso a modo de contrabando, y fueron transportados estratégicamente por los camiones hacia las bases aéreas militares.
Pero entonces, ¿y los pilotos de los drones? Pues esos nunca existieron. Desde el día uno de la operación se contemplaba el estudio por medio de la inteligencia artificial de los ataques hechos por los bombarderos rusos, aviones de respuesta inmediata y cazas en territorio ucraniano y ruso en esos dieciocho meses previos al despliegue de los drones. Con este método innovador y definitivamente único en el mundo, el ejército ucraniano logró identificar no sólo las rutas de los aviones rusos, sino también las áreas débiles de estos vehículos para que así los drones detonaran en zonas críticas del armazón, causado el mayor daño posible.
Mientras Kyiv dice que los daños fueron de 41 aviones militares, entre bombarderos TU-95, cazas TU-22M3 y aviones de respuestas inmediata A-50, el kremlin dice que no fue superior a unos 7 aviones bombarderos. El valor monetario de los daños se estima en unos 2.000 millones de dólares. Lo más sorprendente de esto es que la inversión hecha por el ejército ucraniano no asciende de los 120.000 dólares, lo que convierte esta operación en la operación militar más económicamente rentable de la historia, con la friolera de 16.000 dólares en daños rusos por cada dólar ucraniano utilizado para el ataque.
Lo hecho por el presidente Zelenski y el ejército ucraniano no solo tiene efectos inmediatos en el conflicto con Putin, a raíz de la destrucción de armamento e infraestructura militar crítica (los bombarderos TU-95 tienen capacidad nuclear), sino que también marca un precedente que redefine la forma en la que la guerra se desarrollará a escala mundial en los tiempos venideros. Ahora, no hay argumento válido para tachar de imposible el planteamiento de una operación militar con drones que busque la neutralización de objetivos a miles de kilómetros de distancia, mientras se protege la vida de las tropas. Así como señaló Max Boot, columnista y analista de seguridad internacional en el Washington Post, “Zelensky acaba de jugar —si se me permite la expresión— su carta ganadora: el ingenio ucraniano”. Esto de la “carta”, como una referencia a lo publicado este mismo domingo por el encargado de los asuntos exteriores de Ucrania, Andrii Sybiha, en X. la imagen es una carta de rey, típica del póker, en respuesta a las afirmaciones del presidente estadounidense Donald Trump, quien se refería a Zelenski como alguien que se ha quedado sin cartas.
En definitiva, la forma en la que se desarrollará la guerra de ahora en adelante no va a ser igual. Este evento, abre un mundo de posibilidades dentro del paradigma militar alrededor del globo. Pues si ucrania, una nación actualmente en guerra ha sido capaz de idear semejante estrategia de hacer pasar por contrabando centenares de drones con explosivos y causar un enorme daño a nada más y nada menos que a las fuerzas aéreas rusas, ¿no existe también la posibilidad de que sean ahora los chinos quienes hagan lo mismo en Estados Unidos, o los iraníes en territorio israelí, o los norcoreanos con sus vecinos del sur?
Las posibilidades son infinitas, y las preocupaciones también. Hemos dado ahora nuestros primeros pasos en un mundo donde las tácticas militares pueden ser llevadas a cabo por la inteligencia artificial, donde la relación costo beneficio se ha vuelto absurdamente asimétrica, donde no es necesario el envío de ni una sola tropa a territorio enemigo para causar enormes daños, un mundo donde la amenaza se encuentra en nuestra frontera más cercana, o tal vez lo sea ese camión que acaba de aparcar a la vuelta de la esquina. Parece que el nuevo arte de la guerra ya no será escrito con tinta china, sino ucraniana.