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Por: Duber Altamar, Geraldine Carpio, Moisés Carrillo y Diana Ordosgoitia.

El picó es una máquina de pura gozadera. La única capaz en el mundo de poner a sus espectadores a bailar al son de su música como si sólo para eso hubiesen nacido. Inventada por nosotros y para nosotros, este coloso musical va más allá de un simple equipo de sonido. Ha logrado convertirse en una pieza cultural del barranquillero sureño, del cartagenero de Bazurto y del caribe colombiano entero.

Sin embargo, hay un elemento implícito en el picó que muchas veces pasa desapercibido: el picotero. Este “Dj sureño” es un maestro en la combinación de ritmos musicales, un psicoanalista para conocer los gestos que le indiquen qué tanto están disfrutando las personas de su música y un profeta para predecir qué canciones van a pegar.

Así lo afirma convencido Sean Kleiner, baterista del picó ‘El Temible’. Hoy habla apaciguado en una silla de la puerta de su casa ubicada en el barrio La Manga, que es conocido como el barrio de los negros. A lo lejos se alcanza a escuchar la música de una champeta viejita, de esas mismas a las que nadie les conoce el nombre original. “Al costeño le gusta el picó porque hace parte de él. Le gusta la música africana, la champeta, los ritmos caribeños. Al costeño le gusta la bulla porque esa bulla le inyecta energía” cuenta Sean Kleiner mientras mueve sus piernas siguiendo el ritmo de la música.

Sean Kleiner tiene 22 años y lleva la música dentro, muy adentro. Es joven pero tan viejo como sus recuerdos más lejanos, como cuando de niño iba, hipnotizado por la música, al picó ‘El Nene’. Hoy su mente lo bombardea con los recuerdos de esas antiguas cajas de madera que venían con un candado enorme y que atesoraban los incontables acetatos destinados a poner a bailar a las multitudes en las casetas. Canciones como ‘Bananas’ o ‘La mecedora’, que en realidad se llama ‘Safari’ pero que nadie la conoce así, eran las estrellas musicales de aquella época. Kleiner contrasta sus recuerdos con el presente para repetirse a sí mismo en voz alta: “Definitivamente se ha avanzado muchísimo”.

Mamá África

Ya ha pasado más de medio siglo desde que el picó dejó de ser un simple parlante usado en las puertas de las casas para convertirse en una especie de santo. Alrededor de él se congregan cientos de personas para dejarse poseer por la música que viene de la tierra árida y calurosa de sus ancestros más remotos: África. Kleiner, como testigo del culto musical, le hace una reverencia a su linaje: “África tiene algo especial, marcó tanto nuestras vidas por esa mezcla de ritmos que han sido la cuna de todos estos ritmos que han nacido después, como la champeta por ejemplo. El respeto siempre ha sido para África”.

El culto que estos personajes le rinden a la música africana es tan grande como merecido. En África fueron forjados ritmos como eran forjadas las armas en la antigüedad, sin saber que su música conquistaría otras tierras, al otro lado del océano. El Soukous, por ejemplo, es considerado el ritmo base de la champeta, pero no el único que influyó en su creación. También influyeron ritmos afrocaribeños e indígenas como el highlife, rragamuffin, el soca, calypso, mapalé, zambapalo y la bomba. Los bongos y timbas se acompañaron de flautas y campanas, para gestar una nueva cultura en suelo caribeño y cantada en español.

Carnaval sin picó no es carnaval

El picó es carnaval y el carnaval es picó. Como dos enamorados que no pueden vivir el uno sin el otro, el picó se ha convertido en un elemento fundamental para prender las fiestas callejeras durante esos cuatro días de recocha. “Poner un picó también es parte del Carnaval; la gente nos viene a ver como a un evento más. Llegan disfrazados, coloridos, alegres. En Carnavales, los gozones van vestidos con su elegancia propia, hay hombres que se visten de mujer y mujeres que se visten de hombres”.

La danza, el ritmo, las reinas, el desfile, la alegría y el sabor se reúnen en Carnaval. Al mismo tiempo en el picó se forma un mini-carnaval donde cada asistente tiene protagonismo y donde la alegría está presente hasta el final. El picó hace parte de la identidad del Caribe, ni siquiera los que que no son fieles seguidores pueden resistirse a bailar cuando se encuentran frente a éste. El picó se convierte en una especie de virus que contagia a quien esté cerca. Contagia el baile, la alegría, el canto, el desorden y la sabrosura o como dicen los seguidores ‘se pegan’.

Johan Rodriguez, seguidor de El Temible, observa cómo arman el picó para la presentación de esa noche. Foto: Duber Altamar.

El carnaval se vive en la calle, rompe la rutina por unos días y no existen clases sociales. El rico y el pobre se convierten en hermanos incluso podemos verlos bailando, cantando eufóricos una canción del Carnaval, es ahí donde el picó toma partido llevando su música a cada rincón. Creando un efecto indescriptible de sabor a todas las personas que se dejan llevar por este. El pico se convierte en el complemento del carnaval, que no permite que éste se apague, sin importar la hora él está ahí, encendido. Dando aviso que en los días siguientes no se puede dormir, se tiene que gozar como si fuese una promesa inquebrantable.

En 2017, quienes se mueven en el mundo de los picós saben cuáles son los que más suenan: El Gran Lobo, El Gran Torres, El Dragón, El Solista, Fania All Star, El Gran Pijuán, El Coreano, El Freddy, El Guajiro, El Gran Ché, El Gran Judío, El Mekolver, El Caribeño, El Temible, El Osy, El RX, El Imperio, El Isleño, El Rey de Rocha, El Skorpión, El Lewis, El Sneider, Papá Sabor, Los Melódicos Turbo Stereo Láser, El Super Sony, El Géminis, El Harry Potter y la lista sigue. La orquesta del pobre, la llaman algunos. Máquinas del sabor que se programan para llenar de música a los barrios del sur donde está la otra Barranquilla, donde no hay bares en los que hay que pagar por la sentada. Ese es el norte barranquillero, donde el picó se resiste a entrar. Su reino es del sur, su gente es del sur y su sabrosura la goza el sur.

¡Vuelve y se pega!

No se tiene claro si surgieron en Barranquilla o en Cartagena. De lo que sí se tiene certeza es que la historia de estos colosos musicales comenzó a finales de los 50’s, cuando los costeños comenzamos a crearlos para usarlos en reuniones sociales. Comenzamos a difundir nuestra propia música y a ponerla cada vez más fuerte. Así fue como los picós dejaron de ser una cosa que se ponía en la puerta de la casas para que comenzara a ponerse en estaderos y casetas. Por la potencia de su sonido y el arte de sus pinturas en esa época de cambios, pantalones anchos y calles polvorientas comenzaron a escucharse los nombres de El Coreano, El Timbalero, El Solista y El Gran Che.

Seguidor del picó “El gran Che”. Foto: Duber Altamar “El picó que más suene hoy en día es del que más van a hablar”.

Años después, en una esquina de Nueva Colombia conocida como “La sede”, se presenta El Gran Che todos los fines de semana. Tal vez ahora no esté en boca de todos como lo estaba el siglo pasado, pero sigue siendo un picó de tradición. Con una pintura del líder revolucionario junto a otros soldados que lo siguen, El Gran Che se niega a dejar de poner a gozar a la gente.

Cuando llegaron los 90´s los picós pasaron de ser una caja grande a varias cajas pequeñas llamados “fraccionados”. Estos fueron reemplazando poco a poco a los populares “escaparates” con bafles más pequeños de dos a ocho parlantes. Las luces y el humo llamaron más la atención a las nuevas generaciones que las coloridas pinturas que llevaban los escaparates. Fue en esos mismos años cuando los picoteros comenzaron a crear su propia música. Hoy los escaparates han vuelto, pero ahora con el nombre de ‘Turbos’. Las viejas pinturas y el montón de acetatos están volviendo a pegar como antes.

La llegada del Rey

La cita siempre es la misma: cada lunes de Carnaval, Nueva colombia se prepara para recibir a un rey que viene desde La Heroica: El Rey de Rocha, uno de los picós más sonados de Cartagena. El Rey ha viajado kilómetros para poner a los bailadores a gozar porque sus toques son sinónimo de ‘espeluque’. Pero el Rey no estará solo, frente a él y también imponente, El Temible comienza a elevarse para ser quien inicie la fiesta callejera. Sin embargo, ésto no es un enfrentamiento, no es una lucha campal como por las que muchos han puesto a la cultura picotera como una cultura violenta. Ésta es la unión de dos colosos, uno barranquillero y el otro cartagenero, en un evento que atraerá a los fieles seguidores.

El Rey llegó a Barranquilla a eso de las 6:00 AM, y una hora después ya el camión se veía pasar por La Manga con rumbo a Nueva Colombia, donde se haría el baile. A las 4:00 PM ya el baile estaba encendido. Desde lejos se logra ver la máquina inmensa: dos torres, tres tornamesas y más de diez bajos la conforman. En las esquinas tiene dibujos de notas musicales y en el medio lo que más lo distingue: una corona.

A las nueve de la noche el baile ya está prendido. Yorbis es el primer Dj que se sube, pero minutos después se subirá ‘Chawala’, el más esperado por los bailadores. Él mismo se reconoce como el “papá de los pollitos”. El ritmo que pone comienza a meterse en la cabeza de los que están ahí. La multitud sabe lo que viene, lo que está a punto de suceder: “Va a soltar un petardo nuevo” comienza a escucharse entre la gente. Esa será la nueva canción que se va a pegar.

El carnaval está por terminar. Al día siguiente Joselito será llorado por muchos, pero a la cultura picotera le importa poco eso. La gozadera no puede quedarse sólo en esos cuatro días, el sur de Barranquilla tiene carnavales cada fin de semana y durante todo el año.

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