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Por: Wilbert Daw | Foto: @Libertadores

El fútbol profesional colombiano (FPC) anda en crisis. O al menos es lo que se ha venido pregonando desde varios sectores de aficionados y prensa especializada acerca de la pobre campaña que cumplen nuestros clubes en los torneos internacionales.

La derrota de Junior 1-0 sobre el Melgar peruano de visitante y el empate del Deportes Tolima como local frente al Jorge Wilstermann boliviano acaecidas en la tercera jornada de la Copa Conmebol Libertadores, ha invitado a distintos análisis y críticas que rozan con la catástrofe pues prácticamente Colombia está a muy poco de quedarse sin protagonistas en la segunda fase del certamen de clubes más importante de Sudamérica. No obstante, no hay que exagerar, pues el FPC está lejos de ser siquiera una potencia en la región.

Primero, ni Junior ni Deportes Tolima son equipos que se destaquen por animar la Copa Libertadores. Aunque los ‘Tiburones’ hicieron un esfuerzo financiero por mantener al equipo campeón de Liga y subcampeón de Copa Sudamericana, así como puso los verdes sobre la mesa al Necaxa de México para hacerse con los servicios del chileno Matías Fernández, el cuadro barranquillero ha tenido un rendimiento opaco en la Libertadores.

De sus 14 participaciones anteriores, solo en seis superó la fase de grupos -en dos oportunidades incluso quedó eliminado en las fases previas- y desde 1996 no pasa de octavos de final. Ni hablar del Tolima, que solo en la primera de sus siete presencias en el campeonato avanzó a la siguiente fase (1982).

Y eso no es todo. Si extendemos el espectro a las participaciones de clubes colombianos solo en Copa Libertadores desde el año 2000 hasta el 2018, de 60 posibilidades que tuvieron los oncenos ‘cafeteros’ de llegar al menos a cuartos de final, solo lo consiguieron en 11 ocasiones (América 2001 y 2003, DIM 2003, Once Caldas 2004 y 2011, Deportivo Cali 2004, Cúcuta 2007, Santa Fe 2013 y 2015, Atlético Nacional 2014 y 2016).

Segundo, la Liga Colombiana vende una ilusión que choca fuerte contra el pavimento cada vez que los clubes de nuestro país salen al escenario internacional. El FPC es un torneo nivelado y disputado, pero con un bajo rendimiento.

Un torneo en el que un cuadro como Junior siga metido en los primeros lugares del torneo sin mostrar buen juego y con suplentes en la mayoría de los encuentros que ha disputado en el campeonato liguero, solo evidencia del bajo nivel de nuestro fútbol, sin contar que la mayoría de clubes participantes del FPC, exhiben un fútbol tan amarrete que alguna veces da más emoción ver el segmento televisivo del ‘Minuto de Dios’ que ciertos partidos de la liga.

Por eso, cuando llegan reconocimientos como los de la ‘Segunda mejor liga del mundo’ o que nuestro fútbol -supuestamente- es comparable con el de Brasil y Argentina, hay que agarrar éstas denominaciones con pinzas puesto que nos estamos creyendo el cuento y miramos con desprecio a rivales como Melgar, Jorge Wilstermann, Deportivo Santaní, Palestino, entre otros más casos en los que el fútbol nos enseñó una lección de humildad.

Pero más allá de la historia de nuestros clubes, del nivel que tienen al momento de jugar internacionalmente y la arrogancia con la que encaran los encuentros ‘fáciles’; el fútbol colombiano aún no ha sido capaz de solucionar cierto problema del cual se habla todos los años, pero al que poco o nada se le presta atención: divisiones menores.

Colombia sigue dependiendo de generaciones esporádicas de buenos futbolistas para cumplir los objetivos y anhelos de los hinchas, prensa y directivos relacionados al fútbol y no se ha enfocado en fortalecer el balompié base. Todo lo contrario, cada vez que la ‘Tricolor’ se presenta a suramericanos juveniles, da la impresión de que o no saben donde buscar buenos jugadores o definitivamente se nos agotaron las reservas de futbolistas.

El fútbol juvenil es tan importante como el profesional y un buen proceso de menores es el primer paso a la consolidación de una generación exitosa.

La generación del 90’ liderada por ‘El Pibe’ y compañía fue fruto de un trabajo de divisiones inferiores hecho por el entrenador Luis Alfonso Marroquín y la actual surgió por la misma vía gracias a lo realizado por Reinaldo Rueda y Eduardo Lara. Sin embargo, estos procesos fueron impulsados por la insistencia y visión a futuro de unas personas, mas no es una política que la Federación Colombiana de Fútbol.

Por eso, la herencia dejada por estos hombres termina borrándose rápidamente con la llegada de otros entrenadores que no comparten esas mismas visiones y se limitan simplemente a escoger futbolistas para encarar un torneo o clasificatorio.

Esto tiene que ver muchísimo con nuestros clubes, pues son ellos quienes deben invertir en formación de menores y adoptar políticas que permitan irlos incluyendo de a poco en los planteles profesionales. Clubes como Envigado, Deportivo Cali y Atlético Nacional lo hacen y escuadras como Junior y Millonarios han ido implementando esto recientemente. Eso sí, ellos realizan este tipo de actividades con sus propios recursos, pues la FCF y la Dimayor miran hacia otro lado.

El caso del balompié juvenil colombiano se vuelve más dramático cuando empieza a intervenir esa enfermedad tan común de nuestra sociedad llamada corrupción en las edades tempranas de formación. Cada vez se ven escuelas que se aprovechan de las ilusiones de los niños y jóvenes de alcanzar un lugar en el profesionalismo y cobran grandes cantidades de dinero hasta por respirar.

Esto se expande a los torneos nacionales entre selecciones departamentales, donde abundan los casos de convocatorias realizadas por amiguismos, por ‘palancas’, por influencia de empresarios y con pagos a entrenadores para que los tengan en cuenta. Estos campeonatos están bajo la jurisdicción de la Difútbol, entidad encargada del fútbol amateur y juvenil en Colombia y es presidida desde hace tres décadas por Álvaro González Alzate, el mismo sujeto que impulsó la idea de acabar con el fútbol femenino y la selección de mayores de las féminas.

Queda claro que, antes de rasgarse las vestiduras y de fingir sorpresa cuando los equipos ‘cafeteros’ son eliminados por escuadras bolivianas, peruanas, paraguayas y equipos sin mucho peso histórico de Argentina y Brasil, entendamos que el problema de nuestro fútbol está en su trato a las divisiones menores.

Si queremos ser potencia sobre algún deporte, debemos trabajar en una política federativa que permita su desarrollo y así ir construyendo un mejor devenir para los clubes y seleccionados del país. Mientras no se haga eso, seguiremos siendo víctimas de comentarios como el que tiró hace dos años el entrenador venezolano César Farías: “Cuando se dice que el mejor fútbol está en Colombia, me río”.

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