Por: María Angélica Molina
“¡Está lloviendo mucho, trae sombrilla!” me dijo mi tía en una llamada telefónica mientras preparaba mi maleta para el viaje a Bogotá. “¡Está haciendo bastante frío! ¡El clima está terrible!” me escribían mis primos y amigos que habitan en la capital. Desde ese momento empecé a extrañar el calor barranquillero, sin aún haber salido de la ciudad, pero esto rápidamente cambió al aterrizar en el aeropuerto El Dorado.
Eran las 7:25 de la mañana cuando Bogotá nos recibió con un cielo despejado y un clima agradable, a unos trece grados centígrados y poca brisa, el sol brillaba y hasta se escuchaban los pájaros cantar. Fue así como sentí la presencia de la costa en Bogotá.
Eran las 7:53 cuando el taxista nos cobró 26 mil pesos por una carrera a Corferias, fue hasta cuando llegamos que nos dimos cuenta que estábamos cerca y el precio era exagerado, ¡me sentí estafada! pero teníamos que llegar, el hambre por un desayuno nos consumía y nos estaban esperando en el lugar. Al llegar, saciamos el hambre en la Olímpica de al frente y fuimos a la feria para encontrarnos con Sandra, la directora de la editorial de Uninorte, ella nos daría las escarapelas para entrar. Apenas llegué me sentí como en mi hábitat natural: entre frases, literatura, autores, sueños y retos.
Y así fue, con maletas a bordo y caminando entre niños, la Feria internacional del Libro me regalaba la bienvenida.
Lo primero que hicimos fue llegar al stand de la universidad a dejar las maletas. Entrando al pabellón de las universidades y caminando entre stand y stand, viendo la calidad de sus presentaciones con sus colores característicos, me generaba la expectativa para ver el nuestro. -Perdón, ¿cómo llego al stand de la Universidad del Norte?- pregunté a uno de los guardias. -Camina derecho, coje a la izquierda, luego a la derecha y ahí lo ves- y, siguiendo las instrucciones, me sorprendí con la majestuosidad del nuestro. Uninorte estaba presente, los libros y paredes decorados de amarillo llamando la atención de quien pasara.
Listo, dejamos las maletas y ahora a lo que vinimos, a cubrir el evento para el periódico EL PUNTO, pero, ¿cómo exactamente? En ese instante fue cuando verdaderamente me di cuenta que no existe un manual exacto sobre cómo hacer periodismo. Tenía miedo, nunca había hecho algo así y quería hacerlo bien. Bueno, lanzándose al agua es como uno aprende.
Habíamos caminado toda la feria familiarizándonos con el lugar y observando lo que ofrece para luego decidir qué escribir y cómo. Desde las editoriales más grandes (como Penguin Random House) hasta los libros viejos, raros y usados; exploramos todo y encontramos más de lo que esperábamos. Hablamos con la directora de prensa de la feria para que nos ayudara con información y entrevistas, con representantes de las editoriales, vendedores, autores y personas que nos parecieron interesantes.
¡Había tanto por hacer y tanto de qué hablar! Estábamos emocionadas de estar allá, nos dejábamos llevar por el ambiente literario que nos acogía. Al final del día nuestros cuerpos no daban para más, estábamos de pie desde las 3:30am y ya faltaba poco para las 8:00pm, era justo descansar. -Mañana será otro día- dice mi compañera de aventura, Katherine, y así fue.