Por: María Camila Paternina Vallejo
Desde hace 22 años, el Carnaval de Barranquilla es el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad Colombiano con más transcendencia en la vida cotidiana. Una fiesta que su grandeza va más allá de la recocha y la excentricidad. Su atractivo radica en la forma en que por cuatro días la vida sigue siendo igual, pero el hecho que sea carnavales hace que la actitud frente a ella, sea más resiliente y tolerante. Es que, en palabras sencillas, el Carnaval de Barranquilla, contagia la alegría de una manera absurda. Pasa tan rápido, pero tan profundo y serio que el compromiso del ciudadano común con esta festividad es absoluto. Cosa que debería ponernos a pensar seriamente el interrogante la canción de Cuco Valoy: ¿Qué es lo que tiene el Carnaval de Curramba? para que percepción de vida de un carnavalero sea tan distinta.
La previa del Carnavalero
Eran las 7 de la mañana, cuando Elian Valle se sobresaltó al sentir el estruendo que había sacudido la casa. Ni siquiera se había terminado de abotonar la guayabera color mamón. Todas las ventanas de la casa se resintieron del temblor. Su abuela estuvo a punto de soltar la camándula del susto a la mitad del rosario en el mecedor. Hasta medio jugo de melón que estaba en la nevera, en la jarra guerrera de la casa, estuvo en peligro.
Los 7.5 segundos del intro de una mítica canción de carnaval origino el pánico en la cuadra. Venia del Pick up de los nuevos vecinos, que poco y nada agradaban. Tenían un equipo de sonido que más era lo que emitía interferencia que lo que sonaba la canción. Era grande y pintado con un lobo frenético que le daba valor a su nombre ‘El gran Lobo’. Desde el 31 de diciembre su compromiso había sido absoluto en recordar que los carnavales ya estaban asomándose. Y no con cualquier canción, la canción. La que nadie sabe que baila hasta que la ponen. Claro, después de un susto:
A Cristina le dicen
culebra cascabel
le gritan los muchachos
culebra cascabel
su hermana Catalina
culebra cascabel
le dicen las vecinas
culebra cascabel.
En otras circunstancias, Elian Valle los hubiera mandado al mismísimo carajo. Y la mayoría de los vecinos también. Todos los fin de semana tenían que echarle a la policía. Fuera lunes, miércoles, o domingo. A las 3 de la tarde o a las 4 de la mañana, ‘El gran Lobo’ no dejaba caer la fiesta. Con unos asistentes fieles. Distinguidos maestros que dominaban perfectamente el arte de estirar un salario mínimo infinitamente si se trataba de invertir en costeñitas.
Pero esa mañana era distinta. Nadie se disgusto. Apenas Elian Valle reconoció la canción, se colocó su sombrero blanco. Posiciono su mano en el abdomen, se arqueo como si le doliera el estómago y
—¡Wepa je’!—, gritó.
Mientras movía las caderas de lado a lado al ritmo de Los Corraleros de Majagual. Abrió las ventanas para que el sonido terminara de eclipsar toda la casa. Se puso los tenis guerreros. Ya no eran blancos, sino grises, por la temporada.
Elian Valle nunca salía con tenis sucios. Mucho menos con aquella bermuda con unos huecos de extraña procedencia. Rara vez se vestía de un color con el que no pudiera pasará desapercibido. Ese sábado nada le importaba, sabía que a la fiesta a la que iba, ir de etiqueta estaba mal visto.
Modeló la bermuda de jean desgastada delante del espejo. Salió hediondo en perfume y desodorante del baño, porque mejor estar pasado de aroma, que oler a ‘mapurito’. Se amarro el cinturón. Bien apretado. Lo suficiente para encaletarse la cartera y el celular. Porque se negaba a que a costa de él los lisos se hicieran el mes.
Contó los billetes que tenía eñuñidos en la pretina del pantalón desde el viernes anterior. Dos miserables billetes de 5.000. Ni para repetir chuzo le serviría. Tendría que tomar medidas drásticas si no quería quedarse en la casa.
Suspiró, se fue a la sala. Allí estaba la abuela. La saludó con el mismo beso que la ablandaba para que le ‘tirara la liga’. Justo en toda la frente. Ella solo pudo mirarlo con complicidad, y sacarse unos poderosísimos 20.000 pesos del bolsillo, con los que Elian Valle completo el presupuesto de dos días.
En un día común, Elian Valle se hubiera quejado de que no le servirían para gran cosa. Pero en un día como ese, cualquier cosa era cariño.
El que madruga, Dios lo ayuda un sábado de Batalla de Flores
A las 11 de la mañana había logrado Elian Valle llegar a la Vía 40. Después de dos buses y 3 km a pie con un solazo. Todo de la mano de Sara Molina, su gran amor. La morena llevaba una pinta como la de él. Caminaba con confianza. Vestida con un top satinado color mamón excéntrico. Shorts de jean ripiados y zapatos desgastados. Sara Molina, por lo usual, protegía su cabello de cualquier amenaza de humedad o maltrato. Ella nunca se hacia peinados raros.
Pero cada Batalla de Flores, lucia con orgullo dos trenzas de lado y lado de su cabeza. Saturadas de escarcha de colores y detalles dorados. Y poco o nada le importaba que por donde pasaran los llenaran de agua y de espuma. Los tratamientos para combatir la resequedad por el calor con la espuma o maicena, no es prioridad para nadie un sábado de carnaval.
La prioridad más grande en esos momentos, es encontrar un palco, una silla o hasta un bordillo. Preferiblemente con un buen spot para las fotos. Con sombrita, y a buen precio. Adicionalmente, en el caso de Sara Molina, que le permitiera ver en vivo y en directo a su amor platónico. Que desde hace una semana sospechaba que estaría en algunas de las carrozas.
Y no era Elian Valle, claramente. Se trataba del cantante de vallenato y muy casado, Rafa Pérez.
Ellos habían batallado tanto para ver los 168 grupos folclóricos, las 19 carrozas y los más de 40 carros musicales que estarían en el desfile. No les importaba esperar. Aun cuando mataban y comían del muerto de la ira con solo esperar 15 minutos más de lo previsto el Transmetro que llevaba a cada uno a su casa. Elian Valle estaba tan emocionado que no le paraba bola a caminar con la sensación térmica a 34º grados centígrados. Cuando era un tipo que ni loco dormía sin aire acondicionado.
La intensidad del sol paso a segundo plano. Cuando, en ocasiones, Sara Molina llegaba al extremo de usar chaqueta al medio día, en una ciudad como Barranquilla. Según ella para no colocarse más morena y evitar el olor a sol, un olor que solo los costeños podemos identificar.

Pero como era sábado de Batalla de Flores, hasta conseguir estar debajo de una polisombra, era tremendo lujazo. Un carnavalero es capaz, solo por ese sábado, adaptarse a cualquier cosa.
Elian Valle, no le importaba nada. Siempre y cuando, antes de que pasara la carroza de la reina del carnaval, a la mitad del desfile, ya estuviera sentado y entonado. Por lo menos, unas 7 frías encima. Solo para rematar la tónica del ambiente.
Confiaba en que Dios proveería, porque ya el presupuesto de los dos días, promediaba que se le fueran en las sillas, y si estaba de buenas, dos vasos de sopa. Contaba con la colaboración de Sara Molina también, y su donación de las frias que no se tomara completas por preservar la figura.
Era el único día del año donde Elian Valle ignoraba completamente su condición pre-diabética. Durante los cuatro días de Carnaval, Elian Valle volvía a creerse un pelao’. Una creencia carnavalera popular entre los treintañeros, y los que ya estaban pisando los cuarenta y tantos.
Entre el fogaje, las sillas y los nuevos ´llaves´
El desfile empezó a eso de la 2 de la tarde. Después de caminar como una hora y media. La pareja iba era negociando puesto. Negociación, donde sacar a relucir su origen costeño pura cepa marca totalmente la diferencia en el valor de cualquier cosa. Tuvieron que pujar para lograr avanzar entre el cumulo de vendedores y turistas de olor extraño. Esquina a esquina parecían multiplicarse como hormigas.
Aunque, no era nada distinto a lo que uno vive en un día de semana, a las 6 de la mañana o de la tarde, intentando subirse a cualquier transporte de servicio público. La diferencia es que esta vez cualquier desmán se podía resolver con un guarito, normalmente entre desconocidos. Y la actitud carnavalera, no era la misma que la mañanera.

Todos los presentes, por esos cuatro días ,se convierten en hermanos, primos, compas, etc. Una Batalla de Flores rompía incluso con el paradigma de la ansiedad social. Porque para la sorpresa del resto del país, que tanto estigmatiza el comportamiento caribeño, los costeños tímidos existen. Pero, en Carnaval, un contacto simple con desconocidos, puede salvarte el parche. A muestra de un botón, Sara y Elian con la ayuda de un llave que hicieron en la trifulca por avanzar, fue que dieron con dos sillas Rimax a buen precio. Eso si, refundías al final del desfile, pero en primera fila.
Estaban apretujaos, como atún en lata. Habían, mal contadas, 50 personas con unos 15 niños acabando con la espuma de toda Barranquilla. Todos en una misma carpa. Flojongas, de esas desgastadas de tienda de colegio, que amenazaba con derrumbarse en cualquier momento por la brisa. No obstante, no podían estar más satisfechos. Si algo habían aprendido en tantos años, es que estar incomodos en carnaval, era sinónimo de que estaban en VIP.
La hora del Monocuco Guayabero
A las 3:00 pm, al flacucho de Elian Valle, le pego un olor a sancocho trifásico. Lo obligó a volarse de las sillas hasta alcanzar al tipo de la olla. El propio marketing olfativo. Compró dos vasos, que seguramente eran más agua que presa. Pero que solo por ese sábado, tanto para él como para Sara Molina, era el paraíso gastronómico.

A Sara Molina le cayo como anillo al dedo la sopa. Ya el estomago les pedía algo de peso. Sin desmeritar la butifarra asada a medias, los platanitos en bolsa transparente con medio bulto de sal, y cuanta cosa les ofrecieran. Estaban lejísimos de ser productos pertenecientes a su estricta dieta de gimnasio. Pero, incluso en Batalla de Flores, la dieta parrandea.
Elian Valle se llenaba el estomago desde el bolsillo de ella. Sara Molina muy juiciosamente no había salido en todo diciembre y enero para disfrutar los carnavales como era debido. Era de conocimiento publico que su novio siempre iba con la mejor actitud y apretado de presupuesto. ´Vivo que era‘, pensaba Sara Molina. Para la mitad del desfile, ya Elian Valle estaba sabroso. Y Sara Molina, como la mayoría de mujeres, soltaron el grito absolutamente derretidas de amor al ver al tal Rafa Pérez.
Iba en la carroza de Súper Giros animando al publico. A la doctora Sara, anonadada, le sobraron los escasos minutos donde lo tuvo al frente para comprobar dos cosas: 1. Que mientras no le fallara el corazón, toda la vida iba a querer a ese hombre que ni la reconocía; y 2. Que Elian Valle nunca le iba a dedicar alguna de sus canciones porque era diomedista hasta la medula. Y los vallenatos actuales, según el, no tenían ningún fundamento.
Naturalmente, Elian Valle, no le dio ni tiempo de ponerse celoso. Se encontraba agachado con sus compinches nuevos, los de la fila detras de ellos, verificando las cuentas para la segunda botella. Él sin poner plata, por supuesto. Elian Valle detestaba su trabajo como asistente de cartera en departamento de contaduría. Pero cuando se trataba de contar cuanto hacía falta para la ‘panchita’, Elian Valle sacaba su titulo reciente de Contador Público a relucir.
A las 5 de la tarde, la gente ya estaba sin voz. Pese a que a los costeños suelen ser tildados de ´escandalosos´. Se sorprendería el resto del país al ver como se hierbe la sangre de cualquier caribeño cuando le gritan. Pero en un sábado de carnaval, entre más algarabía, más magia hay en el día. Más nos escuchamos, más nos conocemos los unos con los otros, mejor nos entendemos.
Nadie se molesta en dejar de bailar, así sea sentado en su pequeño espacio. Ignorando la rozadera, los malos olores, la incomodidad de estar 6 horas sentados en una silla de plástico. Ya todos están tan metidos en el cuento que ni ven ni sienten algún malestar.
Ya no se trata de estar borrachos, sino sabrosos, y muertos de la risa. Tal como Elian Valle y Sara Molina. Quienes eran niños asombrados y anonadados por la belleza de las carrozas, lo deslumbrante de los trajes y la coordinación de los bailarines. Ese día no se cambiaban por nadie. Llevaban 10 años juntos, 10 años en los que nunca se habían perdido una Batalla de Flores. Y su corazón se estremecía tan fuerte al escuchar el son de un tambor. Como también cuando corrían juntos detrás del último bus para volver a casa.



Para las 7, ya caminaban tambaleándose por las calles buscando salir de nuevo a la circunvalar, o a donde los llevara la vida. De la mano, enmaicenados, despeinados, sudados, y hasta temerosos de un atraco. Eso sí, muertos de la risa, absolutamente enamorados. Elian Valle le insistía a Sara Molina, que él no tenía nada que envidiarle a Rafa Pérez. Que, por el contrario, ella tenia el privilegio de estar con el man más pinta del mundo, Elian Julián Valle Santiago.
Entre risas, Elian Valle vislumbro el monumento de La Ventana del Mundo. Considero que ese lugar podía ser hasta lindo, pero Sara Molina era su mundo. Así que la obligo a detenerse, mirar a un lado, mirar al otro, por si alguna ‘vaina’, saco el teléfono y le tomo una foto. Porque era el único día en el año, donde Sara Molina no le preocupaba como se veía, solo se preocupaba por vivir y gozar. Y eso lo mataba de amor.

Y como dicen las abuelas: La sarna con gusto no pica, y si pica…
Pagó el carro más caro de su vida. Había perdido el ultimo bus que pasaba por la casa de Sara a esas hora. 10 de la noche, y 15 barras le había pagado al man del carro. Menos mal, a Sara Molina se había olvidado del vuelto de los dos chuzos que se comieron. Por un trayecto de menos de 15 minutos, le había dolido en el alma aquel robo. Normalmente, le descuadraría el mes de presupuesto. Y así iba a ser con seguridad, ‘pero qué carajo’, pensó.
Elian Valle estaba decidido a ser un descuadrado contento, igual que todos los años.
Llego a la casa. Se recostó al marco de la puerta mientras veía a su amada abuela con la camándula en mecedor. Esperándolo con la comida tapada en la mesa. Una comida que no era ni chuzo de gato ni sancocho bautizado, por fin, una comida de fundamento. Le sonrió exhausto. Una sonrisa que solo le hizo saber a la abuela, que su nieto se había bailado de principio a fin su carnaval. El mismo que en sus tiempos mozos ella también disfrutaba con el alma. Una fiesta que hoy en día es el patrimonio de la humanidad más justificado del mundo.
Aunque desde mucho antes el Carnaval de Barranquilla ya era patrimonio de la gente del pueblo. No por las excentricidades de las carrozas, ni los grandes lujos. Es una muestra de que incluso en medio de la incomodidad, la inseguridad y la inequidad. Por cuatro días, todos pueden ser parte de una misma fiesta. Que incluso en la cotidianidad hay belleza. Todos encuentran la misma tónica, todos experimentan estar en los zapatos de Elian Valle, o una Sara Molina. Y eso es lo que tiene el Carnaval de Curramba que lo hace distinto a todos los demás.
Ese es el verdadero patrimonio inmaterial Carnaval. Reunir las expresiones emblemáticas de la memoria e identidad del pueblo barranquillero. Del Caribe colombiano y de todo un país, que sufre, pero que cuando sonríe, lo hace con todas las de la ley. Una fiesta que pone a latir el corazón de más de 600 mil personas. Genera un impacto económico de $880 mil millones y 193 mil empleos. No nos hace olvidar la realidad. Al contrario, durante el desfile, los conciertos, los bazares, continuamos teniendo presente la realidad. Una realidad donde más podemos ser víctimas de la inseguridad, de la estafa, de los problemas económicos. Por un rato, entendemos que a veces solo quien lo vive, es quien se lo puede gozar. Es ahí donde radica mayormente la belleza que damos por hecho muchas veces. Y al riesgo, nos lo vacilamos también. Aunque sea complicado de entender, es así.
Si pica, no mortifica
Por eso, Claudia de Valle miró a Elian Valle absolutamente conmovida, y le pregunto que, si estaba muy cansado. Elian Valle solo le pudo asentir, ni tenía voz. Claudia se echó a reír, a sus 95 años. Solo se le vinieron los mejores recuerdos con su esposo ya fallecido, bailando en la Vía 40 muertos de la risa. Y suspiró hacia su nieto. Unas palabras que se le tatuarían a Elian Valle por el resto de sus Batallas de vida, y de Flores. No solo en la mente, sino en el corazón:
“Recuerda mijo, eso no importa, el cansancio es momentáneo, la alegria del momento es eterna en el recuerdo. Por eso, el carnaval es una sarna que con gusto no pica, y si pica, no mortifica.”