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Por: Farouk Calderón Naar – Fotos: Cortesía La Cueva 

Relato del encuentro entre una ciudad bailadora y ribereña y  un ya no tan joven, pero eternamente magistral compositor neoyorquino y su sonido bestial.

La noche del 10 de Febrero fue la más esperada para muchos en Barranquilla. Los vientos alisios andaban nuevamente entre edificios y esquinas del Paseo Bolívar, poniendo en aprietos a más de una falda desprevenida.

En la Plaza Santodomingo se ubicaba una tarima, que parecía sometida ante un multitudinario público diverso en edades, razas y condiciones sociales, que por varios minutos, tendría sobre ella al artífice de varias de las canciones que han animado los diciembres y carnavales de los barranquilleros por más de 40 años, el neoyorquino Richie Ray.

El público se mostraba expectante, algunos de pie, otros sentados sobre el piso de madera, y uno que otro encaramado en algún muro se encogía de hombros por los intensos vientos de esta época del año, mientras otros entrecerraban sus ojos para evitar que la arena y el polvo de una construcción vecina, la nueva sede del Museo de Arte moderno, entrara en ellos.

Las condiciones no eran para nada amables, sobre todo para los voluntarios de la Defensa Civil, a quienes en repetidas ocasiones la fuerte brisa literalmente les desbarató la carpa, con equipos médicos y camillas en su interior, destinada para atender cualquier emergencia.

Finalmente la espera terminó. La maestra de ceremonias dio paso a Antonio Morales, un periodista cachaco con converse, blue jeans y camisa manga larga remangada. El rolo, con su particular seseo, logró animar a los ya acatarrados barranquilleros que por horas habían esperado al virtuoso pianista, compositor y pastor evangélico, la leyenda viva de la salsa, Richie Ray, aquel neoyorquino, no muy alto, gordo, vestía de negro con una camisa manga corta, pantalón y zapatos de cuero del mismo color, para nada deslumbrante, tal vez muy parco para el evento carnavalero.

Inició el conversatorio entre Antonio y Ricardo Maldonado, mejor conocido como Richie Ray. El periodista le preguntó al músico sobre el origen de la inspiración de sus canciones, pero tajantemente, sin consenso, el pianista decidió empezar la conversación por otro lado: “Te quiero hablar de Pacífico Maldonado, mi papá, que de pacífico no tenía nada (risas)”, asentó categóricamente el salsero.

¿Por qué imponerse de esa manera ante el periodista? Estoy casi seguro de que Richie Ray sintió otro déjà-vu , la misma pregunta con las misma respuesta, seguramente pocos entrevistadores le han preguntado sobre uno de los puntos de giro de su vida.

A su padre le gustaba la idea de que su hijo fuera músico, por eso el señor Maldonado incitaba a Richie a tener sesiones de práctica de hasta 8 horas diarias. “Papá se paraba al lado mío con una soga o con una correa o con un cable eléctrico y me decía: ¡Richie vamos a practicar (risas) ¿verdad que sí?”, dijo Ricardo. Ciertamente, la manera alentar del señor Maldonado no parecería la más adecuada para animar a su hijo a tocar un instrumento musical, pero Richie Ray, cuando habla de su padre, sus ojos brillan y se le alargan las carcajadas.

“Yo le doy gracias a Pacífico porque cuando uno es jovencito no entiende muchas cosas y él me encaminó, gracias a Dios que finalmente a mí me gustó la música”, dijo Richie Ray de su padre.

La conversación no se quedó allí. Mientras se desarrollaba la entrevista, Richie Ray comentó sobre el negocio de la música con el cual le tocó lidiar en su juventud y el que enfrenta hoy día. ‘Bomba Camará’, ‘Gan gan y Gon gon’, ‘Traigo de todo’, ‘Juan en la ciudad’, ‘A su nombre Gloria’ y ‘Adiós a la salsa’ fueron los temas que encendieron con nueva luz a los espectadores e hicieron crujir el entablado de la Plaza Santodomingo. Solo faltaba la cereza del postre. Un silencio de preámbulo mientras los músicos alistaban sus cuerpos y partituras, que como rezos y plegarias eran las instrucciones que servirían para invocar a la “Bestia” en un aquelarre. Sonaron las trompetas del “Sonido Bestial” y en el público se escucharon los alaridos de satisfacción que señalan que la espera ha terminado.

Richie Ray había liberado a la Bestia y los espectadores danzaban poseídos por la música. El estallido musical hizo vibrar las fibras musculares y el agresivo viento no pudo derrotar a los cuerpos que en un principio estaban doblegados; no les quedó más remedio que unirse a la danza del bosque de varillas verticales de acero inoxidable que adornan la fuente de agua de la Plaza Santodomingo.

Al final, los cuerpos húmedos después de semejante descarga de energía pudieron retornar dichosos a su vida de otros días. Este evento -único e irrepetible – quedará en la memoria de quienes asistimos a ver a una leyenda viva de la salsa abrazar a Barranquilla.

 

 

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