Por: María Daniela Villero Fuentes
En la calle 98 con carrera 52, desde hace unos 8 meses, José Retamozo ofrece bolsos artesanales traídos de Usiacurí a los transeúntes que pasan por su esquina. Cerca de José, el señor Tony Emilson Monterrosa recorre la 52 vendiendo tinto y aromática hace seis o siete años.
Caminar este concurrido sector al norte de Barranquilla da como resultado recibir múltiples ofertas de vendedores ambulantes o, la calificación que le dieron a su oficio tanto José como Tony, trabajadores informales. Muchos de estos vendedores también optan por ampliar su probabilidad de ventas al subirse a un bus o al ofrecerles a los conductores mientras el semáforo está en rojo. Son conscientes de que deben cubrir todos los frentes para no perder oportunidad alguna.
Dependiendo del largo del trayecto del bus, los dedos de una mano pueden alcanzar o no para contar a las personas que pasan por cada puesto dando a cada pasajero el producto que venden acompañado de un discurso que repiten en cada colectivo. En este discurso, sin importar lo extenso o corto que sea, existe una estructura bien definida para llamar la atención. Nunca falta el saludo y la descripción del producto que entregan en manos de sus potenciales compradores. Mientras, la venta a conductores es más simple porque muy poco entra en acción el diálogo.
Muchos son los barranquilleros que asoman su cara de descontento y fastidio cuando este tipo de comerciantes se cruza en su camino, llegan a considerarlos, con todo y saludo cordial, un problema que crece cada día más en la arenosa.
Por el contrario personas como Daniela Vargas, estudiante universitaria, suponen que los vendedores informales no son un problema.
–Su visita [en los buses] suele ser muy corta y nunca me ha tocado uno que no sea amable. Más bien me preocupa su seguridad cuando se vuelan el torniquete.
Lo que sí puede llegar a ser molesto para algunos es su excesivo discurso. Los trabajadores informales que detienen el azaroso rumbo de sus pasos para intentar persuadirlos a comprar o aquellos que simplemente recurren a la limosna sin ofrecer un producto a cambio. Estos últimos, tal vez, son los menos deseados por los potenciales clientes, porque no representan esas ‘ansias de trabajar’ que sí tienen otros.
El salir adelante y el querer trabajar impulsan a comerciantes como Yorbi Castillo, un vendedor de churros que viene de Venezuela a intentar darle una mejor vida a su familia. Pero, de todas formas, a Castillo hay quienes no le aplican la ventaja de los que trabajan de verdad. Varios son los que “humillan”. Como puede que les pase a los venezolanos que se sitúan a lo largo de la calle 106 con 51B a probar suerte con sus cavas de icopor llenas de bebidas o a los vendedores de mandarina frente al Parque Villa Santos que levantan en sus manos carteles de “mandarinas dulces a 2000 pesos”.
Otros tienen la dicha de José, quien dice nunca haber recibido un mal trato de sus clientes. Dicha que no ha tenido Tony a sus 65 años, pues varias veces la gente le ha dicho que “cuidado y me roba”.
Ya sea José, Tony, Yorbi o la señora que muy amablemente llega a vender sus galletas a los visitantes del parque Paseo de la Castellana, tienen múltiples inconvenientes para conseguir otro tipo de trabajo debido a su nivel de escolaridad o porque no son de Colombia.
José llegó a convertirse en bachiller y tenía como objetivo estudiar Derecho, pero no lo consiguió. Según recuerda, en ese entonces los jóvenes no tenían las oportunidades de esta época, condición por la cual tuvo que redirigir su camino y empezar a trabajar desde los 18 años. Pero en este aspecto la situación se torna más complicada para Tony y Yorbi. Ellos solo llegaron a cuarto y quinto de primaria, respectivamente.
Estos vendedores dicen que la posibilidad de trabajar en alguna otra cosa no está a su alcance por todos esos compliques. Opinión que refuerza el DANE con informando que el 56 % de los ocupados en Barranquilla se encuentran trabajando de manera informal en comparación con meses anteriores. Cifras que a uno que otro barranquillero no le agradan porque “qué jartera’ ese poco de gente pidiendo plata”.