Por: Don Rogelio
Capítulo I: Una densa travesía diaria que un día tuvo otra salida
Lunes por la tarde, final de tu jornada. Sales de un taller sobre preparación de la vida profesional donde te pusieron desde preguntas rectificadoras sobre si estudiaste sobre la vacante cuya entrevista de trabajo es simulada en él, hasta el armar con legos mezclados, y poco coincidentes en tamaño, alguna estructura o figura representativa para resolver situaciones dentro del trabajo.
En aquella serie intimidante de desafíos y sutiles miradas invasivas de la profesora estuviste por una hora en un gélido salón de doctorados del quinto piso del bloque G, mientras afuera se asomaba un nubarrón propio de las horas bajas de la tarde en medio de la temporada invernal, anunciando una vecina llegada de la lluvia. Al bajar y pisar las baldosas de cuadros de concreto gris, son las 4 y el cielo parece como de 6 de la tarde antes de que comience la transición del atardecer.
No sales por la popularmente reconocida como “exclusiva” a causa de la gente que la usa, Puerta 7. Pues más allá de un Costa Azul con ruta a Salgar que pasa cada hora y espera como una van contratada a la gente que se sube en él, ningún bus que va hacia Puerto Colombia o arriba de Barranquilla ronda por la calle donde se ubica ésta. Por lo que tu decisión esperada y común es salir por la lejana Puerta 4 en un camino directo, pero algo largo para llegar a ella.
Mientras transitas, algunos estudiantes están sentados en la fuente observando a otros miembros de sus grupos hablándoles de pie risueños, a veces sacudiéndose alegres. Otros sentados o levantados hacen lo mismo esperando pedidos de costosas hamburguesas “callejeras” en El Camión, y algunos bajan los escalones de baldosa roja hablando sin mirar al frente mientras vas pasando por el cajero de Bancolombia y subes a cada bloque que aparece por estos mismos. Después atraviesas un intento de túnel grueso hecho de ladrillos y viejo concreto, envuelto por desvíos hacia los salones anticuados de los bloques D, E, F y pasillos a la izquierda que se conectan con los bloques A, B y C donde en mesas de madera los tipos de agrupaciones tienen festines por comer o computadores en frente con las ventanas de programas o softwares abiertas donde están los trabajos que están realizando.
Todo este sencillo patrón se repite hasta que, de un túnel como este, pasas al de la biblioteca con su techo de pintura desgastada y un soplo de frío momentáneo cada que alguien entra o sale de ésta. Ya sabes que ahora debes liberar el celular de su resguardo apretado en el bolsillo, porque la gran entrada de la puerta 4 te espera para que pongas en un cuarteto de intentos infructuosos el código de la aplicación ID Uninorte en sus confundidos escáneres, hasta que timbrando sale la luz color verde resaltador que está al costado de cada torniquete y lo puedas pasar.
Pero al acercarte, dejando la escalera de la Casa Estudio, ves al guardia. Uno delgado, de metro sesenta de altura, pecoso y con el escáner de metales en el mentón cargado por el como un fusil que te dice con solo verte de reojo:
-Salida por la derecha amigo
Impresionado, incas hacia arriba tu ceja y con dudas caminas el parqueadero y no la acera. Ahora mismo este está hecho un camino desolado a pesar de los carros y camionetas alineados uno al lado de otro, mientras vez como por el pasillo de piso de losa blanca con piedras color negro de la Casa Blanca y de su plaza hecha de lozas de ladrillo van saliendo en intervalos de a tres, cuatro o cinco estudiantes por una especie de “reja” hecha de las mismas redes que forman la valla que delimita el campus con la acera de la 51b.
En aquel lugar, antes de la pandemia, un torniquete giratorio de dos metros de altura solía fungir como la salida para llegar al ahora demolido puente peatonal para tomar los buses en una acera ubicada diagonal a ella. Ahora, este ya no se emplaza ahí, siendo reemplazada por una reja que se pierde entre la cerca verde, pues la puerta 4 era la única salida que se estaba usando por esta zona del campus.
En ese momento, al observar a los estudiantes, llegas a la zona por el parqueadero y subes los escalones. La reja esta entreabierta levemente y pasan por ella estudiantes en par o tríos mientras un vigilante la sostiene con una mano sin cansancio o pesadez, notándosele. Aquel tiene un corte militar color negro, sombrero, gafas de sol y un bigote, parece casi un sheriff que cambio su atuendo de western movie por el uniforme de diferentes matices de marrón de los vigilantes. A el lo observas al pasar la reja, y devolviéndote curioso le preguntas mientras otros estudiantes pasan:
-Amigo, ¿Por qué estamos saliendo hoy por aquí?
-Es una medida hecha por la obra que están haciendo acá.
– ¿Cómo así?
-Cada que se hagan trabajos cerca de la puerta esta será la entrada y salida.
– ¿Y esto será así a partir de ahora?
-No, solo se usará cuando ellos trabajen por la acera y no se pueda caminar por ella- dice con una actitud agitada creciendo
-Ok gracias
En ese momento avanzas la recta línea que es la acera de la carrera 51b, ahora cada vez más deforme y tragada por la arena y los escombros que están justo al lado de ella, se empieza a exhibir toda la escena de esta obra. Se posa ante tus ojos las plantas llevadas o arrastradas por los muros y concreto levantado por las perforaciones de los taladros colosales o excavadoras manejadas por carros de un solo asiento con el logo de Caterpillar. También vas observando trabajadores soldando o colocando algunas varas de cimentación que parecen oxidadas debajo de los primeros muros de pavimento y que se busca construir con la obra; filas de rollos de acero que parecen hilos enrollados en un plástico o cartón agrupados en un monte de tierra hecho para anexar la obra con el resto de la vía; y los escombros de los lugares para comer que había pegados en la acera, ahora transformados en paredes incompletas y peladas como si fueran escombros de guerra o terremotos. En el monte al lado de ellas, se sientan o acuestan a descansar los trabajadores, inclinados en diagonal como si fueran unas gradas.
Aquella ha sido la escena que tú y cada estudiante, con la costumbre seguida del uso de los buses y la salida por aquella puerta, le ha tocado captar y atravesar con su caminata, a veces sufriendo los cambios con esperas y medidas cambiantes como la apertura de aquella reja que acabas de pasar, desde hace más de nueve meses. El comienzo de las clases del primer semestre del 2023 vio los desvíos que cada ruta que se solía encaminar directo a la 51b tomaba por las curvas ubicadas detrás y al costado de los edificios posteriores a la Clínica Portoazul y la construcción de la nueva sede Comfamiliar. Mientras que el último mes de jornada de clases de aquel semestre, mayo, vio el cierre definitivo de los carriles de la zona del campus de la universidad, imposibilitando la llegada a la puerta, y enviando a todos los buses a ejecutar el desvío en la curva anterior al hotel Hilton, siguiendo su paso derecho por la Circunvalar y desviarse a la 46, donde se encuentra la acera donde se emplaza la rampa para acceder a la zona de la puerta 4. Aquella misma zona que te espera ahora que debes dejar la acera que estas caminando.
En ese momento doblas a la izquierda, pasas un muro que alguna vez dividió los carriles de la 51b, subiendo cuadros dispersados de las aceras puestos espontáneamente para hacer cómodo el tránsito por esa zona y dos opciones se te ponen al frente.
En la primera subes por la ruta de la rampa de barandas amarillas para después cruzar el puente de la 46, hoy en medio de nubarrones pero en otras ocasiones a plena exposición abrasadora del sol, y bajar sus rampas en espiral hacia una solitaria parada ubicada al lado de una recién refaccionada valla publicitaria de acero que solía tener mensajes sobre movilidad en la carretera antes del rompimiento que sufrió.
En la segunda, la cual optas para encaminarte hacia aquella misma parada, empiezas a girar levemente a la izquierda del muro, y después subir unos cuantos escalones cubiertos por rotas y sucias baldosas de patrones intercalados de cuadros rojos y negros. Donde, hasta la semana anterior de esta tarde, cavas, tazas con salsas olorosas, un mesón de acero, una vitrina siempre sudada y un baúl, de aquellos que poseen cajones y escaparates pequeños, se emplazaban conformando el ahora ausente puesto de venta de fritos, jugos, gaseosas, dulces y cigarros menudeados de Jugos La Ñapa. Subes y puedes ver desde el lado de en frente a tus cientos de compañeros pasando como hormigas en un camino por esa misma acera cada vez más deforme.
Al hacerlo empiezas a caminar por un sendero solitario de tierra gris aún más oscurecida por los nubarrones, pasando al lado de esos obreros que viste en la acera cuando la caminaste. Algunos están sentados conversando justo al lado de las barandas amarillas, con sus termos, cascos y ropa al lado, y divisando la misma escena que acabas de ver al subir; otros están acostados sobre su ropa echando algún sueño posterior al almuerzo. Algunos están descamisados mostrando cuerpos pegajosos, manchados y sucios por el sudor o la maquinaria; y todos estos están cubiertos por los arboles que dan sombra a la primera mitad de la rampa.
De estos árboles, mientras vas caminando, ves murallas de muchas de sus ramas marchitas puestas encima y al costado de un pastizal, que todavía pinta de verde y encubre la pared de este sendero desolado con su vida, antes de llegar al atajo que haz buscado con la segunda opción.
El atajo
El atajo, que nunca fue llamado así por la gente, es una especie de agujero que pocas semanas atrás, rodeado por muros y teniendo al izquierda de su entrada otro sendero que daba al resto de restaurantes de esa zona, solía anunciar con un letrero al llegar y tener que bajar por su rampa empinada o sus escalones de cemento afilado y rústico:
Entrada al restaurante
EL TUNEL
Ejecutivos, Comida Casera, Bebidas y más…
¡Bienvenidos!
Ya la rampa empinada no esta ahí, fue picada y la pared donde estaba fue pulida hasta no dejar restos de ella a la vista del caminante. Sin embargo, las escaleras siguen. Son tan altas que al tropezarte puedes sufrir caídas que te podrían proveer de estampadas causantes de pérdida del conocimiento en su suelo o en la pared. Por lo que un escombro, por dos centímetros más alto que el escalón que da al camino del túnel, lo usas para bajar.
Empiezas a pasar por aquel agujero casi parecido a una caverna que en ves de piedra que sobresale de una montaña, esta hecha de concreto. Es oscuro, su única fuente de luz, una gris y que más que aclarar, oscurece; emana al lado que buscas llegar para salir, pareciendo uno de esos caminos que se muestran en las películas al hacer la metáfora del recorrido para llegar al paraíso después de morir. El olor es una mezcla de alcantarilla o heces con polvo y ese clásico olor a finca, y más allá de unos tubos que están en la parte superior que muestran solo el cielo de Puerto Colombia y son parlante del pasar de los carros. No hay mucho más que ver que líneas de polvo colgando por la pared, telarañas sin habitantes ni prisioneros y algún perro recostado o en posición fetal antes de salir.
Alcanzando la salida, el gris del invierno costeño se vuelve a exponer. Ahora está en frente de ti una casa color verde aguamarina algo despintada u oscurecida, que en su terraza tiene un mesón para buffet plateada al fondo, donde todavía el restaurante funciona. A esta hora las sillas de plástico naranja con patas de acero delgadas están recogidas a un lado en una baranda de la carpa donde van las mesas. A esta hora la jornada de distribución de almuerzos ejecutivos, principal actividad del lugar ha concluido. Solo queda alguna pareja de trabajadores hablando en una mesa y sosteniendo vasos plásticos de textura áspera donde beben un jugo.
Justo se posa ante ti, visto diagonalmente por la ubicación del agujero, el puesto de fritos y jugos que antes se emplazaba por donde pasaste. Todavía lo atiende la gruesa mujer morena con pelo amarrado y vestida en camiseta oscura que antes al bajar del puente peatonal te ofrecía algún frito. Justo a su costado está el gran escritorio o cajón con escaparates con dulces reluciendo para su venta.
Te alegras de volverlo a ver y saber que continúa funcionando. Al mismo tiempo subes por una “rampa natural” creada y provista por una protuberancia en la tierra del monte que hay debajo de la acera donde paran los buses, compuesta por piedras peladas y puntiagudas adheridas a la arena y huecos no tan deprimidos.
La carretera y la acera de cuadros de cemento te recibe al terminar aquella subida. Al lado la sombra del puente peatonal protege y cubre a una hilera de otros habitantes del campus y trabajadores de la zona parados en una línea o sentados en un muro, al mismo tiempo creando una parada improvisada. En aquel momento ves tu bus, un Sobusa C-72 Granabastos, rondando.
Ya sabes cómo es el procedimiento vecino que involucra pasar un sensor que inmediatamente debes realizar. Al ejecutarlo te sientas en una de las sillas de textura rasposa del bus y observas la acera que esta al frente por una de las ventanas de vidrio macizo, mientras se va moviendo el bus por la 46. Piensas resignado, reconociendo que mañana será ahí donde deberás bajarte otra vez y, en una tarde nublada como ésta o en medio del sol hirviente del mediodía caribeño, esta travesía vas a tener que volver a padecer.
Crónica realizada en base al testimonio de un estudiante de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte sobre hechos ocurridos el pasado 18 de Septiembre.
*Imágenes tomadas el jueves posterior a la fecha.