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Por: José Herrera Acuña

“Se abre el casino”, dice mi abuelo cuando ve que cierro el computador. Al levantarme ya veo que están alistando la mesa. Mi abuela espera a que se defina quién terminará sentada a su lado; y mi hermana y abuelo comienzan a ponerse de acuerdo para que yo no gane.

Es la rutina de todas las noches desde cuando comenzó este confinamiento: sentarnos en la mesa del comedor y jugar cartas hasta casi la madrugada. Cada “punto” puede generar una tensión igual o incluso hasta más fuerte, como si estuviéramos apostando grandes cantidades de dinero.

Con la llegada del Coronavirus y consigo el aislamiento obligatorio, me he dado cuenta de verdaderamente lo frágil que somos los humanos, pero también como tenemos esa inmensa capacidad para adaptarnos a cualquier situación en la que nos enfrentamos.

“¿Ahora qué vamos a hacer con tanto libre?”, fue lo primero que exclamó mi hermana cuando se decretó la cuarentena, desde ese día fue cuando el comedor se convirtió en el centro de atracción de todas las noches, siendo durante el día el lugar que nadie miraba, pero al anochecer se convertía en una mesa de casino, en donde lo único que se gana son risas,

La noche es lo que todos esperamos con ansias. El día dejó representar luz, sino que pasó a ser sinónimo de lejanía y aburrimiento, un suplicio que debíamos que pasar en espera a que anocheciera para sentarnos y pasar un buen rato en familia. 

La agonía del día

Todos intentamos distraernos durante el día para que el tiempo pase rápido y llegara el gran momento esperado de todas las noches. Todos disponíamos de nuestro de tiempo manera u distinta. Mis abuelos, quienes están pasando la cuarentena en mi casa, se dedican a ver televisión, dormir o hacer cualquier quehacer del apartamento para matar tiempo.

Mi papá ha sabido tomar su tiempo para adelantar cosas de trabajo atrasados, hasta que se hizo la reapertura del sector en el que él trabaja. Mi hermana, quien es la mano derecha de mi papá, no tenía trabajo atrasado, así que aprovechó su tiempo para aprender y pulir sus dotes de repostería, habilidades que ni ella sabía que existían, y haciendo ejercicio.

 Mi mamá luego de terminar con todas las tareas de la casa recurrió a un hábito de la infancia, leer “novelitas”, como les dice ella, sino que ahora lo hace de manera digital el celular se ha convertido como una extensión de su mano, “Claudia no ha cambiado nada definitivamente, desde chiquita hace lo mismo, leer, leer, y leer”, decía mi abuela cada vez que la veía leyendo.

En mi caso, durante el día me refugié en clases o cualquier otra cosa que tuviera que ver con la Universidad, ya que eso era una excusa válida para que no me estuvieran molestando tanto, incluso hasta cuando no tenía clase, decía que estaba en una o que estaba ocupado en un trabajo para alguna, para evitar que me pusieran hacer cualquier quehacer.

Llega la noche

Sin duda lo más esperado de todo el día, ese momento cuando nos dirigimos hacía la mesa del comedor, ese momento cuando se comienza a barajar las cartas y se reparten, es en ese instante cuando se cumplen las alianzas que hicieron durante el día para que cierta persona no gane. Ni siquiera los calores fuertes son un impedimento para que el “casino” no se abra, como dice mi abuelo, aunque el ventilador vuele todas las cartas nos ingeniamos lo que sea para que no sea un obstáculo para el juego. 

Se reparte el primer partido del juego, seis cartas: dos tríos. Todos estamos calmados porque es el juego más fácil. Segundo juego siete cartas: trio y escalera. La mesa aún no se siente ninguna tensión, las alianzas hasta el momento siguen en pie. Pero a la vez que se avanza con el juego, la tensión va ascendiendo. Juegos 10, 11 y 12, los que deciden quién será el ganador, la tensión ya se puede sentir, las coaliciones para este momento ya se rompieron, las ojeadas a las cartas de la persona que tiene al lado nunca faltan para no tirarle la carta que necesita.

Siempre está la persona, que en general es mi abuelo, que pregunta ¿qué hay que hacer? Y siempre termina haciendo otra cosa diferente de lo que hay que hacer, pero por alguna razón es él que más gana. Mi hermana yo estamos seguro de que es parte su táctica para confundirnos a todos los de la mesa y él gane.

Pero un jugador temido por todos, mi papá, el que es capaz de hacer lo que sea para ganar. Esconder cartas bajo su celular o debajo de las piernas o cambiar cartas con el que esté a su lado sin que la otra persona se dé cuenta. Estoy casi seguro de que en su vida pasada fue un talud.

Claramente las discusiones no pueden faltar, casi siempre entre mis abuelos, ya que mi abuelo está convencido de que mi abuela juega para que cualquiera gane excepto él, “pero porque tuviste que tirar esa carta, Consuelo, sí podías tirar otra, ah”, le cuestiona mi abuelo con un tono de voz casi de llanto de la rabia, “ajá, Migue, ¿cómo hago si era la única que no me servía”, le responde mi abuela. Mientras tanto, mi hermana y yo esperamos que terminen para seguir con el juego.

Dios, el sanador mental

 Lo único que puede interrumpir un juego en el “casino”, es la Misa del domingo o una asamblea del grupo de oración que mi hermana y yo asistimos todos los jueves en la noche. La fe y la religión se ha convertido como un instrumento de paz y tranquilidad mental en medio de estos momentos caóticos.

Aunque esa cercanía a mi fe comenzó alrededor de hace un año, con todo lo que está pasando en estos momentos, la religión se ha convertido en mi herramienta de consolación en esos momentos que en me siento desesperado y siento que esto nunca va a acabar.

Mi mamá en medio todo lo que está pasando en la ciudad con tantas personas infectadas, cada vez que hay un nuevo informe actualizando se ha tomado la tarea de hacer un Rosario.  Esta cercanía a la religión también ha hecho que nos uniéramos más como familia. Todos los días alrededor de las 6:00 pm, mi mamá nos reúne a todos para que hagamos un Rosario por todos los enfermos del mundo.

Definitivamente mi vida cambió complemente con la llegada del covid-19 en muchos aspectos. Prior a esto, no valoraba las cosas más pequeñas, como poder ir a la Universidad a dar una clase, poder ir a misa o poder abrazar a un familiar o un amigo.

Pero como todas las situaciones hay cosas males, también hay cosas buenas, gracias a esta pandemia he podido pulir o remendar aspectos de mi vida que antes no había notado, como la paciencia y la tolerancia, por el afán del día a día, pero sobre todo, lo que más me ha sorprendido como esta situación nos ha acercado más a mí y a mi familia.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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