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Por: David Portillo De León. 

Los años han pasado y sigo volviendo a Barranquilla, aquella ciudad que dejé hace varios años con maletas cargadas de sueños y ambiciones propias de un adolescente que se quiere comer el mundo. Cambié ese radiante cielo de vidrio derretido por los lluviosos días fríos de Bogotá. Posteriormente, me vine al exterior, con las mismas maletas pero cargadas con más cachivaches. 

En estos últimos lugares me he enamorado, he hecho amistades invaluables, he visto paisajes sobrecogedores y he conocido lugares famosos de los que hasta ahora sólo conocía por libros o películas. Aún así, no puedo dejar de sentirme nostálgico cada cierto tiempo. Al igual que Lina, la narradora de En diciembre llegaban las brisas, mi mente evoca constantemente  la ciudad del Prado. 

En los últimos ocho años, he tenido que hacer maletas muchas veces para irme a otra habitación, ciudad o país. Estar en ese plan trae cada vez más tedio que emoción. En algún punto, uno quiere asentarse en un sitio al que con seguridad pueda llamar hogar. Al menos eso me ha pasado a mí: esa sensación de estar en el aire se intensifica cuando uno se encuentra a miles de kilómetros de casa en un lugar extraño, no solo en el sentido de desconocido, sino de bastante diferente. 

A razón de esto, me he hecho muchas preguntas: ¿Y si me quedo aquí? ¿Será que uno, en serio, es más feliz acá? ¿Vale la pena dejar todo tirado y empezar de cero por quedarme a vivir en un país “bien”? ¿Y si vuelvo a Barranquilla? ¿Qué tan malo puede ser volver? 

Una vez hice esto último, al terminar mi pregrado en historia en Bogotá. Sin ser malintencionadas, las reacciones de la gente me dejaron un poco confundido: “¿Volviste?” “¿Qué haces aquí? Yo te hacía yendo a Europa o una vaina así” “¿Estás seguro de que quieres volver?” 

Sentí que nadie estaba feliz de tenerme de regreso. Quizá era porque todos esperaban grandes cosas de mí, cosas que, sin saber exactamente qué eran, al parecer no podían lograrse en un lugar como Barranquilla; asumimos a veces que hay que irse para ser exitoso (lo que sea que eso signifique). 

Con esto estoy, en cierto modo, de acuerdo: salir puede ser una experiencia formativa tremenda, capaz de cambiar radicalmente la vida de una persona. No obstante, se asume también que es necesario para vivir mejor, para ser más feliz. De esta idea tengo cada vez más dudas luego de varios meses viviendo en el exterior: Bélgica, país al que vine a templar, es a mis ojos perfecto. Los políticos no se tumban la plata, a uno no lo atracan en la calle, hay buen camello, los trenes son una bacaneria (Cole, ¡Tienen trenes!), y el pan es casi tan bueno como el de la 20 de Julio. 

Aun así, ¡los belgas se quejan! De más de uno he escuchado que es un país desorganizado, aburrido y sin mucha gracia (Aunque entiendo que se quejen del clima) Y no es solo cosa de ellos. He conocido gente de otros países que también se quejan. Luego de pensar que los belgas son quejumbrosos, pensé que de pronto nosotros también tenemos cosas buenas que no vemos o no queremos ver. Sí, yo sé que los problemas son demasiado grandes como para siquiera estar conformes con nuestra realidad pero sí tenemos cosas que destacar: en la ciudad han surgido o trabajado pintores como Alejandro Obregón, intelectuales como Alberto Assa, músicos como Joe Arroyo y Shakira y escritores como Marvel Moreno, García Márquez, Amira de la Rosa y Álvaro Cepeda Samudio. Tenemos una riqueza arquitectónica influenciada por corrientes como la neoclásica, mozárabe, art-decó, moderna y contemporáneo (como el edificio de la antigua Aduana, algunas mansiones del Prado, el edificio García, la Catedral y el Museo del Caribe, respectivamente). Hemos sido testigos y partícipes de importantes cambios en la historia de Colombia, América Latina y el mundo.

Ahora, puede que esté sonando ya a ese discurso miope de que Barranquilla es el mejor vividero del mundo, pero no. Objetivamente, puede que ni siquiera seamos un buen lugar para vivir; buena parte de la población vive en la pobreza; preocupan mucho la desigualdad y la segregación; el miedo se puede tocar en las rejas de nuestras casas, nuestro tráfico es un desorden, no tenemos andenes decentes y a muchos no les importa poner un picó hasta la madrugada aunque pueda ser casi una tortura para los vecinos. 

A lo que voy es a que vale la pena construir una visión más matizada de nuestra ciudad (o de la ciudad o el país que sea), una visión más amplia; a no mirarnos solo el ombligo y renegar de todo lo demás; a no tener pena del lugar del que uno es. Me gusta pensar en esto como una relación de pareja porque no es que uno espere que la otra persona sea perfecta para amarla sino que uno aprende a amarla a pesar de sus defectos y la apoya a ser mejor. 

Me gustaría ahora mismo estar allá, en Barranquilla. Me parece que, entre todo, es un lugar bacano para vivir. Extraño ver los barcos en el horizonte, los edificios viejos del centro, las panaderías, las flores de roble morado cayendo sobre mi cabeza en medio de una algarabía de cotorras, la brisa chocando mi cara al tomar la Vía al mar y, sobre todo, a mi familia y amigos. Sería chévere  ser capaces de realizarnos en nuestra propia casa, de ser felices en ella. A mí esto de andar de pata ‘e perro por el mundo ya me está cansando. A diferencia de Lina, creo que yo sí volveré a Barranquilla.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

elpunto@uninorte.edu.co

Comments
  • ¡Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo te va?
    Pienso que siempre vale la pena hacer lo que deseamos y nos hace auténticamente felices.
    Tu texto ha despertado en mí muchas emociones que me hacen reflexionar acerca de la visión del éxito que hemos construido en nuestras comunidades.
    ¡Qué linda manera la tuya de contar tu historia y transmitir estas ideas que tienen tanto valor!
    Mi admiración total.

    6 mayo, 2020

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