Por: Génesis Morillo – Foto de cabecera: Hansel Vásquez para Zona Cero
Primer momento: un asunto muy caliente
Cristina Amórtegui, reina del carnaval infantil del año 2013, pasa saludando a todos los presentes. En el ambiente hay clamores constantes, cercanía de las barras y una multitud con ganas de que ella se detenga para tener una foto. ¿Selfie? No aún. Detrás de Cristina transita su comitiva. Vanessa, la niña, la observa de cerca y se llena de expectativas con esta y con muchas comparsas que pasan. En un minuto, todo cambia.
Entre gritos, agua fría, niños llorando y gente despavorida corriendo, Vanessa* trata de entender lo que pasa.
Todos corrían hacia todas las direcciones. Carmen, la madre de Vanessa, agarró con fuerza la mano izquierda de su hija; no quería soltarla. Había oído un ruido poco común en esta época, pero los tropiezos de la gente hacían que todo se perdiera entre la multitud.
Vanessa comenzó a correr, mientras las paredes de aluminio que dividían el portal de los mini palcos eran tumbadas por personas que cubrían sus rostros con sus camisas, dejando sus torsos totalmente a la vista. Ella no sabía hacia donde seguir corriendo. Sus manos se enfriaron y un temblor de pánico comenzó a recorrer sus piernas. Cuando su cuerpo ya no podía más y estaba a punto de caer al suelo, un hombre -por el afán del momento no lo detalló- la jaló bruscamente por su cabello. Al ver que ella no reaccionaba, la tomó de su muñeca tirándola hacia él, gritándole: “Corre”. Ella no tenía mucho tiempo para pensar, así que corrió hasta llegar a un lugar llamado “Valparaíso”. ¿Esto era el Carnaval?
Valparaíso era un pequeño negocio de pizza en donde finalmente se inclinó postrando sus manos sobre sus rodillas para tratar de repartir el aire. Entre tanto, el hombre le preguntaba:
-“¿Eres vecina de Gustavo, verdad?”…
-“Sí”, respondió Vanessa, confundida pero más tranquila. No lo miró a la cara. Era un chico amable y preocupado.
Cuando por fin Vanessa logró calmar un poco su ansiedad, se dio cuenta de que la cara del joven le era conocida; recordó que en la tarde su mamá se detuvo en la terraza de la familia Gutiérrez, y entre ellos estaba él hablando, “con Gustavo”.
Era la primera vez que Vanessa asistía a un evento de carnaval como espectadora. Unos años antes, muy pequeña, Vanessa había hecho parte de Voz Infantil y Hola Juventud, dos eventos infantiles en los que fungió de presentadora. Todo fue bastante pasajero y tangencial. Esta vez, todo era diferente. Además, porque algunos familiares venían de Estados Unidos, y todos deseaban ir al Carnaval. Estar, en realidad, era una obligación. Así pensaba la familia.
Pero había algo más que complicaba el tema del carnaval. No la religión sino su relación –la de Vanessa- con Dios, pues ello la incomodaba a participar porque tenía claro que una persona que quisiera agradarle a ese ser supremo, no debía participar en cosas del mundo que pudiesen jalarla a sucesos negativos.
El ambiente en el lugar retornó a la calma. El Carnaval no se detenía. Entonces, este hombre alto, de piel morena, miró hacia todos lados tratando de identificar quiénes estaban a su alrededor. Dio media vuelta y sacó su celular. Golpeó la pared y dijo:
-“Mierda, no contestan, ¿Te sabes el número de tu mamá?”.
Vanessa lo recordó y segundos después, escuchó una voz tan familiar. Sintió una especie de colapso. Tembló y con voz ronca comenzó a grita
-“Mamá, mamá”
-“¡Alo, nena, Vanessa! ¿Dónde estás, dónde estás?”
Con miedo, sin decir una sola palabra, devolvió el teléfono y este hombre comenzó a hablar con su madre mientras reposaba su brazo sobre la pared del local; mirando al piso, daba instrucciones sobre el lugar en el que estaban ubicados.
De un momento a otro, llega una mujer pequeña, cojeando y gritando desde la esquina opuesta a la de la pizzería:
-“¡Vanessa, hija, Vanessa, ay Dios… casi se me sale el corazón!”.
Vanessa sintió la necesidad enorme de correr hacia ella. Fue un abrazo fulminante, con muchas lágrimas. La niña aferró sus manos a la camisa de la madre y ella le correspondió el abrazo de tal forma que no se soltaron sino después de varios minutos. La angustia comenzó a darle paso a la tranquilidad.
Aún así, esa noche fue tormentosa; las dudas de la señora Carmen se apoderaron de su mente al ver el rostro de su hija cuando dormía, Con caricias trató de despertarla mientras le preguntaba.
-“¿Ese hombre no te hizo nada?”
Pero solo conseguía respuestas huecas, como gruñidos y chupadas de dientes. A Vanessa solo le interesaba dormir.
Al día siguiente, Vanessa se levantó y cuando recibió su desayuno inevitablemente comenzó a llorar. Su madre, sin poder hacer nada, solo la abrazó y repitió, en varias ocasiones, la pregunta hecha la noche anterior.
-“¿Ese hombre te hizo algo?”
Aunque Vanessa sabía que nadie le había hecho nada, no podía dejar de llorar. La piel se erizaba con tan solo recordar el momento. Carmen reconstruyó la historia, y agregó que muchachos muy jóvenes “tiraron papas bombas”. Dijo no saber el verdadero objetivo de la acción, pero repitió varias veces:
-“Ya uno no puede disfrutar en paz ni los carnavales”.
Vanessa le explicó a su madre que aunque no conocía al chico, él nunca intentó hacerle daño, incluso le comentó dónde lo vio antes de lo sucedido. Carmen enseguida llamó a la familia Gutiérrez. La madre de Gustavo contestó preocupada, pues ya se había enterado de lo sucedido, y la conversación se alargó, pero tranquilizó a Carmen al escuchar que ese joven llamado Daniel es “como de la familia, incluso también es cristiano y es líder en una iglesia”. Daniel estaba en su último año de Comunicación Social; cubría el evento con cuatro amigos más.
Vanessa, de rodillas y llorando, agradeció a Dios “por haber puesto en ese lugar un ángel”, y luego de una adoración seguida de la alabanza, expresó que lo único que quería en su vida era tranquilidad. Dice que entendió que muchas veces “por querer experimentar cosas a las cuales Dios te ha dicho que te mantengas quieto, puedes terminar metido en problemas”.
-“Es como la historia de la chica que pasa vestida de blanco por una fábrica de carbón; tú puedes pasar corriendo si quieres pero, te guste o no, tu vestido se va a ensuciar”.
-“Lo que yo viví queriendo ir al Carnaval –así no haya hecho parte del desorden-, lo guardo en mi corazón. Entonces sentí que pasaron cosas que me dañaron”.
Segundo momento: Resurrección de los miedos
Comienza el año 2014. Vanessa sabía que se aproximaba su cumpleaños y la época de carnavales, que la había dejado totalmente traumatizada. Ella prefería no hablar del tema y cada vez que alguien se refería a las fiestas de enero y febrero en la Costa Atlántica, su cara denotaba incomodidad.
También sabía que estaba en el mundo, pero tenía claro que no pertenecía a ese mundo, y aunque todas sus amigas irían, nadie pudo convencerla. Ese año conoció más de Dios, y se dio cuenta que muchas veces Dios es como un novio. “Cuando se tiene un novio, todos saben lo que les gusta, hay personas muy celosas, sabes qué cosas debes hacer y qué cosas no; lo mismo pasa con Dios, cuando tienes una relación muy fina con él, sabes qué le gusta y qé no, porque lo conoces”, le dijo Vanessa a sus discípulos que estaban próximos a graduarse de la Academia de líderes en la iglesia.
En el 2015 se mudaron nuevas personas a la cuadra en donde estaba ubicada su casa, entre ellos Joan y Jerson. Vanessa creyó que podía hablar con ellos, incluso pensó que era posible tenerlos como amigos, pero los jóvenes comenzaron a tener actitudes que la incomodaban.
Una tarde,ella se quedó esperando que Joan pasara en frente de su casa y le dijera algo, como solía hacerlo, pero esta vez él le lanzó un comentario seguido de un beso en el aire. Ella se acercó a él con una sonrisa hipócrita y le preguntó:
-“¿Tienes hermanas?, ¿te gustaría que un bastardo sucio en la calle le lanzara esos comentarios?”.
Johan siguió caminando mientras la miraba y se echaba a reír.
Vanessa entró a su casa enojada, tiró la reja, que sonó fuertemente. Lo único que se ganó fue un regaño y de paso llenó su corazón de rabia y de rencor.
Durante el año siguiente, 2015, Vanessa no supo nada de nadie de la cuadra. Hoy ella recuerda las palabras de un líder de la red de jóvenes, que la removieron y la llevaron a tomar decisiones.
-“Creemos que vivimos como cristianos alejándonos de las personas del mundo, pero realmente ¿estamos actuando bien? Lo que puedo decirles es, como en ‘1 corintios 1:10-11’.. ¿Por qué tiene que estar en discordia y, aun peor, con la gente del mundo? O es que acaso ¿nosotros somos perfectos? Si crees eso, no tienes nada que estar haciendo aquí. Dios no busca gente perfecta sino aquella que pueda cambiar para que aprendan a seguirle. Tu reto va a ser justo lo que dice la biblia: ‘vayan y hagan discípulos a todas las naciones’ y dejen la pelea y la ira con la gente, porque ellos están tranquilos y ustedes están dañando sus corazones”
Vanessa creía que “Dios de cierta forma me hablaba y me cacheteaba”. Dirigió su mirada al piso y comenzó a recordar aquel día de la discusión con Joan.
Entonces se sentó en la puerta de su casa y vio a Joan en la otra esquina. Estaba solo. Ella por su parte se preguntaba si de verdad tenía que hacer eso— ¿Él había fallado y no ella? Aun así, se armó de valor –poco tenía- y se acercó. Joan reaccionó con tranquilidad. Ella sonrió y le susurró:
-“Siento lo que te dije”. Él asintió y respondió;
-“Todo fino”.
Eso facilitó las conversaciones posteriores: comenzaban con un saludo y terminaban con una charla de cómo les había ido en el día; con el tiempo lo pudo conocer mejor.
Llegó el año nuevo y Joan le comenzó a decir a Vanessa que el carnaval estaba cerca.
-“Voy con un combo de Barrio Abajo a La Guacherna. Nos compraremos camisas iguales”.
Con incomodidad, Vanessa le respondió:
-“Ustedes saben que soy cristiana”.
-“Dios no se va a poner rabioso con que vayas una vez al carnaval y, además, estás con nosotros; no te va a pasar nada”.
-“Nunca sabes qué puede pasar”, respondió Vanessa.
-“Si no superas ese trauma, no vas a poder hacer nada en tu vida. Es más, si tú vas a La Guacherna, te prometo que voy a tu grupito de Jóvenes en el Señor”. Lo dijo con sarcasmo y en tono burlón.
-“No me causa gracia; si de verdad quieres hacerle un bien a tu vida, ven a mi grupo de amistad, yo no iré a ninguna guacherna”.
Tercer momento: nos damos una oportunidad
Vanesa podía sentir en la emoción de la gente que la ciudad deseaba que llegara rápido el carnaval, específicamente La Guacherna. Ella estaba en ese punto de su vida en el que prefería hablar de todo (menos de carnaval), pero al mismo tiempo se había relacionado con mucha gente del mundo, y aunque conocía su identidad como “hija de Dios, y su linaje de reino”, era inevitable para ella no llegar a emocionarse un poco. Las propagandas, las personas, la publicidad hacían que aumentaran sus ansias de volver a experimentar el carnaval.
La presión e insistencia de Joan y de sus amigos de la universidad hicieron que comenzara a dudar a tal punto de preguntarle a su mamá si podía ir. A su madre, Carmen, a pesar de ser católica, le encantaba el carnaval, y aunque sabía que su hija había tenido una terrible experiencia, también era consciente de la edad que ahora tenía, así que sin ningún problema aceptó.
En el fondo, Vanessa sabía que estaba llevándole la contraria a su creencia, pero por otro lado su carne se quería divertir.
El gran día llegó: 17 de febrero del año 2017. Vanessa se miraba cada cinco minutos en el espejo, mientras se arreglaba una playera que decía: “Si no eres de este combo, ábrete”. Joan la esperaba en la sala. Ella eligió unos zapatos cómodos… y fáciles de lavar. Una vez lista, salió y se detuvo al ver tanta gente en la puerta con su misma blusa. Sorprendida preguntó si todos iban en el mismo combo. Eran más de veinte personas. Joan le respondió que sí.
Casualidad o destino, llegaron a ese mismo lugar en donde una vez ella había estado sentada. No podía ocultar su cara de angustia. Volvió entonces el año 2013 y cientos de pensamientos comenzaron a surgir. Su mirada comenzó a buscar algo que ni ella misma sabía que era.
Joan le agarró la mano y le dijo: “no me sueltes”. Estaban pasando por un tumulto de gente y Vanessa decidió cerrar los ojos mientras su pequeño cuerpo intentaba pasar entre las personas que eran mucho más altas que ella. Comenzó a sentir cómo el agua helada caía sobre su cabello y la espuma entraba a sus oídos. Manos necias llenas de maicena eran pasadas por su rostro; con su camisa, Joan rozaba su cara para quitar el polvo blanco. Con los ojos cerrados, Vanessa le repetía al oído: “¿ya vamos a llegar, ya vamos a llegar?”.
Al sentir su desesperación, Joan se encorvó y le dijo “móntate”. La cargó en su espalda hasta llegar al lugar convenido, desde donde vieron pasar cientos de comparsas alegres, bailadoras y rumberas.
Una vez terminado el desfile, fue como retroceder en el tiempo. De nuevo gritos y gente corriendo, lanzaban botellas. Jerson y Joan la abrazaron mientras la multitud pasaba.
Una vez que Vanessa llegó a casa, el sentimiento de culpa y de remordimiento fue protagonista. Hoy dice que oró. Unos minutos después, le llegó el “mensaje de los líderes” recordándole que el retiro de grupo se iniciaría, en Cartagena de Indias, una semana después. Comenzó a imaginar que eso era lo que necesitaba.
Dice que camino a la isla, dejó todo de lado. Cuando pasas por un problema o tienes dudas, repite Vanessa, tu tomas la decisión. Ahora recordaba La Guacherna, y vivía en medio del silencio de muchas voces. Las olas se regaban en la playa o rugían mientras se estrellaban contra las rocas. “Está en mi elegir si disfruto de las sorpresas y las cosas del mundo”. Una cristiana se fue de carnaval.
*El nombre del personaje ha sido cambiado por petición personal