Por: Claudia M. Quintero Rueda
“Ya huele a pollo frito”. Afirma Pachegol, el periodista autoproclamado del barrio.
El sol ya cerraba su jornada laboral y los mosquitos apenas comenzaban la suya en aquella “Plaza de los Pescadores”, el único acceso que los siaperos tienen a toda la majestuosidad del río Magdalena. Eran las 6 de tarde, y, en el último rincón de la plaza de pisos rojos y una gruta de la Virgen del Carmen, se escuchaban unos jóvenes conversando. Mientras, Pachegol, el periodista autoproclamado, Carlos De La Rosa y Luis Campiño conversaban sobre sus planes de acción al ganar las próximas elecciones a la Junta de Acción Comunal de Siape. Uno de ellos voltea y dice:
-Jumm, ya huele a pollo frito, vamos-.
No entendí el mensaje hasta que sentí el olor de la marihuana, que llegaba a nosotros por el costado en el que estaban los 4 muchachos sentados. Ellos, al parecer, ya tienen claves para nombrar los olores.
En lo que ha quedado ese espacio. Luis Campiño afirma que ahí no se hacen eventos, ya solo ha quedado para quienes van a fumarse un tabaco de marihuana. Antes era usado por los más adultos para sentarse a leer el periódico, fumarse un cigarrillo y echar cuentos mientras la mujeres venían a lavar a palo seco la ropa de la familia. Era un ritual sagrado. Las tardes se consagraban a pasar en la orilla del río.
Plaza de los pescadores al caer la tarde. Las paredes son parte de la Empresa Michellmar
Nos levantamos de la banca de cemento en la que estábamos, dejamos el río atrás y seguimos andando por el barrio.
Siape es un barrio que hace parte de la localidad de Riomar, al norte de la ciudad. Está junto al Gran Malecón del Río, una de las obras que más se muestra de Barranquilla. El barrio, lejos de ser uno de los representativos, por la cercanía, es uno de los desconocidos o sólo mencionado por las cosas negativas. De él se piensa que sus habitantes viven de la pesca o de actividades relacionadas con su condición ribereña, pero tampoco es así.
Es, como sus habitantes lo llaman, un barrio embotellado. Pero de una alegría característica. Se asocian entre cuadras para decorar las calles en navidad, carnavales y cualquier otra festividad que se asome. Si en la casa de uno hay fiesta, ya se sabe que hay comida para los de la cuadra.
Siempre hay música. No importa si es lunes, martes o domingo. En alguna esquina hay un ‘picó’ que alegra a muchos y que aburre a otros, por supuesto, menos que a los que disfrutan de un vallenato o una champeta a todo volumen.
Tiene solo 4 calles y 7 carreras en las que hay 1268 habitantes, según el último censo poblacional realizado por la oficina de participación ciudadana. Con esto, se deja a primera vista que la mayoría de las casas están habitadas por más de una familia. Hay 606, de estas 32 viven de la pesca, que ya no les deja ni para comer.
El río es, sin duda alguna, la nostalgia más grande de quienes han vivido allí desde hace muchos años. Este barrio dependía totalmente de actividades rurales. Los que llegaban a vivir y sufrían las inundaciones provocadas por las crecientes del río Magdalena pasaban sus días tejiendo trasmallos y lanzándolos para ver qué sacaban y qué podían vender para comer.
Ahora no. Desde que llegó la empresa Michellmar sus actividades pesqueras y sus rituales a la orilla del río quedaron relegados. Ahora las 32 familias con integrantes pescadores son los que viven en las peores condiciones de pobreza multidimensional.
Michellmar es una sociedad portuaria anónima que está registrada como una empresa de almacenamiento y depósito. No solo le cerró el acceso al río Magdalena, sino que, según afirman algunos habitantes del barrio, les causó muchos problemas respiratorios por el almacenamiento de carbón en sus instalaciones. Sumado a lo anterior, la desviación del alcantarillado, que produce el estancamiento de las aguas residuales que provienen de barrios aledaños.
Un largo período de nubes negras les costó esta empresa. Largas filas de camiones que llenaban la calle 85 y las paredes de las casas sucias. Ni ropa podía dejar secando. Por fortuna, para los siaperos, ya no se almacena carbón en la empresa ni hay filas largas de camiones, pero siguen lejos de lo que un día fue su Siape ribereño.
La tribu de los Camargo
La ruta por el barrio sigue. Esta vez llegamos a la calle 85 con carrera 84, allí vive la familia más antigua y la más grande de Siape, los Camargo. Ellos son descendientes de un cacique Mokaná, que es el que le da el nombre al barrio, Zape, se llamaba. Hay, en el interior de una casa de paredes rojas con mallas blancas, 25 cambuches, en los que viven entre 5 y 6 personas. La fachada parece de una caja de fósforos, es tan pequeña que decir que en su interior alberga a tantas personas parece surreal. El epicentro, mencionan otros habitantes del barrio, pero en realidad están regados en toda la calle 85.
Facha
da de la casa con mas habitantes en el barrio. Foto tomada de Google Maps.
Dorina Camacho, una mujer morena, pequeña, con sus cabellos alisados y recogidos en un tomate y capaz de darlo todo por la gente de su comunidad, de la que es la actual presidenta de la Junta de Acción Comunal cuenta que: los primeros integrantes de esta familia de amerindios celebraban, sagradamente, cada 11 de noviembre la fiesta más grande. Las señoras cocinaban para todo el barrio y el festejo duraba hasta 3 días.
-Eso era que saliera el viejito con su vara y ya todos sabíamos que el fandango iba a estar bueno- Afirma la señora Dory, la reina de las piñitas, como la conocen todos allá.
Hasta el que no estaba invitado llegaba a comer y a tomar en aquel pedazo de tierra, que, como los hormigueros, no se sabe dónde cabe tanta gente.
La mayoría de ellos se dedican a la pesca y son los que tienen las condiciones de vida más difíciles. Viven, evidentemente, en hacinamiento y tienen que repartir lo que consiguen de comida. Los niños se ven corriendo sin zapatos en las calles y cada vez hay más embarazadas en la familia y menos hombres trabajando.
-En Siape no todo es malo. Sí es verdad que hay muchos jóvenes fumando marihuana, pero hay otros que han sido capaces de dejarla- Afirma Teresa Bolaños, líder en el barrio.
De Jimmy Huawei a Jimmy, el que vende gaseosas
Jimmy en uno de sus locales de gaseosas en el barrio
Cada vez que en los periódicos se menciona esta zona es para decir algo malo, pero muchas cosas aquí han cambiado. Antes, de Siape solo se hablaba de droga y peleas. La gente le tenía miedo, mucho miedo. Ahora, en cambio, se habla de jóvenes que han dejado las drogas y las disputas en el barrio para vivir tranquilos.
Era un viernes de noviembre por la tarde y las brisas decembrinas ya se asomaban en la capital del Atlántico. Sin importar las medidas que se debían tomar en aquellos días, por el tema de COVID, en Siape ya había un ‘picó’ prendido y la alegría se sentía en el aire. Los perros ladraban y de fondo sonaba Diomedes Díaz, el filósofo caribe:
Que tengo que dejar de tomar
Si quiero tener un corazón
Que tengo que dejar de tomar
Si quiero tener un corazón
Ay si quiero tener un corazón
¡Yo tengo que dejar de tomar… Hombe!
-Jimmyyy, te buscan- grita una mujer al interior de una casa.
Era un callejón con la calle medio pavimentada. De una casa en obra gris, construida por él mismo, sale Jimmy, un joven de piel trigueña y cerca de 1,70cm de estatura. Todavía trae el olor del jabón de baño. Calza unas sandalias Nike y una
pantaloneta de playa. Aunque dos tatuajes en los costados de sus ojos llaman la atención de cualquier persona que lo observe, no produce el miedo que, seguramente, 7 años atrás producía.
Se inició en el mundo de las drogas a los 12 años, cuando su mamá le permitió guardar una bolsa de marihuana en su casa. Por eso le pagaban y ayudaba con los gastos de él y sus 5 hermanos. Todo parecía fácil hasta que se les “metió” la Dirección de Investigación Criminal e Interpol (SIJIN). Su madre, a partir de ese evento, le prohibió guardar más droga, pero ya el daño estaba hecho y él siguió con sus andanzas.
Creció. Se unió con otro grupo de jóvenes que tenían las mismas intenciones “tener lo que los otros podían tener al precio que fuera”.
-Yo quería poder estrenarme unos zapatos en diciembre y comprar celulares. Si yo veía a alguien con el último Huawei, yo iba y se lo robaba- menciona Jimmy con voz temblorosa y con las piernas en constante movimiento.
Aunque hablar de su pasado lo hace sentir orgulloso, no por todo lo malo que hizo, sino por el hoyo del que fue capaz de salir, decirlo en voz alta todavía le cuesta.
Todos los días, dice, salía a atracar y tenía que hacer como mínimo un millón de pesos: quinientos para él y quinientos para su compañero. Para Nada. Se los gastaban en un burdel de mala vida en el centro. De allí salían a las 3 de la mañana. Se fumaban su perico, “porque es lo que lo mantenía despierto” y salían a atracar. Así todos los días.
Todo eso le pesaba, pero sentía que no podía dejar la marihuana, la pepa y el perico. Lo intentó más de 3 veces y más de 3 veces cayó. Estar en el barrio, viendo, sabiendo dónde la vendían y con amigos ofreciéndole era muy difícil.
Un día frente a la majestuosidad del río Grande de la Magdalena se fumó 8 tabacos de marihuana y dijo no más. Dios, a través del río se llevó su vicio, afirma Jimmy Junior. Así como la canción de Diomedes: él sabía que, si quería progresar en la vida, tenía que dejar, no de tomar, sino de fumar.
La gota roja en su ojo izquierdo es por la muerte de un integrante de su grupo, que le dolió como si fuese sido su madre a la que se llevaban. La gota gris en su otro ojo significa, para él, “perdóname, madre mía por la vida loca que he llevado”. Bien loca, porque dice que el día que se hizo ese tatuaje estaba tan drogado que no recuerda absolutamente nada. Lo descubrió por el dolor al día siguiente.
Hoy tiene 26 años, esposa, una hija de 2 años, una empresa de gaseosas y una condena de 9 años, que paga en casa por cárcel, porque lo cogieran robando con revolver en el año 2014. Lleva 6 años sin drogas, sin robos y sin “vueltas raras”. Salir fue difícil, y dice que solo pudo hacerlo por la ayuda de Dios. Sigue en el mismo barrio y con los mismos amigos, pero su vida es otra.
Igual que Siape. Son, juntos, otros.
Si de él antes se decía que era el rey de los Huawei, ahora es el rey de las gaseosas. ¿La diferencia? Las gaseosas se las suda trabajando y ya no se gasta la plata tan fácil como antes.
Con el proceso de paz que comenzó en mayo del 2016, liderados por Dorina Camacho, la presidenta de la Junta de Acción Comunal, y el padre Johan Acendra, párroco de San Judas Tadeo, la situación social mejoró.
Ya los dos grupos de jóvenes, que se disputaban los territorios y que se llevaron por delante la vida de dos personas y dejaron invalida a otra, hicieron las paces, entregaron las armas y se reconciliaron. Muchos hicieron cursos en el Sena y ahora trabajan.
Aún se ven muchos jóvenes perdidos en las drogas y con pocas posibilidades de salir adelante, pero, como afirma la señora Dory “Yo prefiero tener 60 pelaos fumando marihuana, que matándose entre ellos”. El trabajo que falta es bastante, para que se motiven a estudiar y salir adelante, pero sí es verdad que mucho se ha conseguido para mejorar las relaciones sociales y la convivencia.
Pachegol, el periodista del barrio se complace en caminar por las calles de su “Siape del alma”. Me lleva donde la seño Locha. Fue la primera profesora de muchos. Tiene 93 años y ya casi no escucha. Pero dijo que se aburrió de dar clases, porque su esposo se enfurecía y solo le pagaban 500 pesos por cuidar a todos esos niños.
La seño Locha, como muchos la llaman, sentada en la puerta de su casa.
Parece ser que el río, entre tantas cosas, se llevó la educación, porque en Siape no hay colegios y los jóvenes casi no quieren estudiar. Dorina, ha intentado varias veces, con pocos frutos, que algunos jóvenes estudien y hagan cursos, pero los que se enganchan son pocos.
Pobreza multidimensional
La red de pobreza multidimensional define la pobreza como la ausencia de muchas más cosas que solo dinero. Esta abarca múltiples desventajas como la mala salud, la desnutrición, la ausencia de electricidad, la falta de educación o de un trabajo estable.
En el barrio vecino de la obra insignia de la ciudad hay familias que experimentan las múltiples carencias que forman las cinco dimensiones que hay en Colombia para la pobreza multidimensional: vivienda, servicios básicos, estándares de vida, educación y empleo y protección social.
Estar cerca del río parece, a simple vista, una gran ventaja económica, pero para esta comunidad no lo es. Su pasado rural y con una economía que dependía del afluente ha quedado bien atrás. Ahora, muchos trabajan en empresas o en la albañilería.
El recorrido con la voz más conocida de Siape, la de Ever Pérez Jiménez, alias pachegol, terminó en la vía 40 con 84. La calle más importante y con las casas más decoradas y bonitas del barrio.
Al fondo queda la música de los ‘picós’ y la gente sentada en la puerta de sus casas con su respectiva cerveza en la mano y con la tranquilidad de que los tiroteos y las peleas entre pandillas, que eran lo único por lo que se hablaba de Siape, ya no van a ocurrir, porque el río se ha llevado parte de eso.