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Por: Jan José Cepeda

Fue un sábado. La fecha exacta no la recuerda, pero ya hacen varias semanas de aquel suceso. Juan Alberto Cárdenas, de 22 años, acababa de salir del que en ese entonces era su trabajo y el reloj marcaba aproximadamente las 10:45 de la noche, lo recuerda muy bien porque el jefe que tenía, acostumbraba a pagarle una hora después de haber terminado su jornada laboral, pero ese día pagó muy puntual. Con dinero en mano se puso a hablar con sus compañeros de trabajo a cerca de lo que harían ahora, a lo que todos respondieron que descansarían; él aún tenía energías para hacer algo más que descansar, pero ante la poca emoción de sus compañeros decidió aplacar sus energías caminando hasta casa; la cual está bastante lejos de su sitio de trabajo y a esa hora no era muy inteligente irse caminando hasta su casa, sin embargo, él quería caminar.

Bajó por toda la 53, para buscar la calle 79 y así transitar por un lugar más alumbrado. La noche estaba muy sola, oscura, más de lo acostumbrado, y fresca. Mientras camina va pensando en todas las posibilidades que tiene de salvarse de un asalto, “seguramente corra o me esconda en algún sitio”, “nada va a pasar, la gente siempre camina en la noche” “caminando estoy más seguro” y precisamente de eso él iba a dar fe en pocos minutos.

Aún está sobre la 53, pasa el parque Washington, tan oscuro como de costumbre, y ya puede divisar la 79, se apura un poco, porque tenía mucha hambre, pero el destino tenía otra cosa preparada para él; mientras pasaba por un casino muy conocido por la zona ve que una mujer intenta saludarlo, aún está muy lejos de ella y no puede reconocer quién es, “seguro se está equivocando”, pensó, pero no. Era una amiga del colegio, tenían mucho tiempo de no verse, y apenas la reconoció se acerqué para saludarla. Su cara era de alegría, pero en la de ella ningún atisbo de felicidad podía verse:

—    ¡Hola! ¿Cómo estás?

—    Mal, me acaban de robar.

Juan nunca ha sabido que hacer en esas situaciones, pero trató de mantener la calma y de ayudarla en lo que más podía. Afortunadamente su amiga no estaba sola, estaba con un amigo de ella, el cual la había ayudado bastante ya.

Lo que ocurrió fue que a su amiga la había robado un taxista. Ella estaba en la 84 y tenía un cumpleaños en el parque Washington en la plazoleta de comidas. Tomó un taxi que iba pasando en ese momento, dio la dirección y se fue. La chica notó un comportamiento extraño en el taxista; daba vueltas innecesarias, se metía por rutas alejadas del lugar de destino, pero ella hasta ese momento no se había imaginado nada, estaba concentrada en su celular hablando con su mamá por WhatsApp. Cuando ya estaban cerca sacó un billete de 50, lo único de efectivo que la acompañaba aquella noche, para pagarle al taxista, pero el conductor no tenía vuelto, por lo que decidió hacer una parada en el casino a preguntarle a unos colegas si tenían cambio para el billete, pero no tuvo suerte y más adelante habiendo llegado al Washington se situó en un punto ciego, saco una pistola y apuntándola hacia ella dijo:

—    Ahora sí, dame todo lo que tienes

—    Señor el billete que usted tiene es todo lo que tengo

—    Pa’ ve’, dame ese celular

La chica sólo tenía un bolso, donde no guardaba nada de valor, un celular; donde guardaba sus documentos, cedula y carnet estudiantil, en el forro de este; y el billete de 50.

El atracador la bajó del taxi y fue cuando por fin pudo pedir ayuda, subió al lugar de la fiesta, contó lo sucedido y un amigo fue a acompañarla al casino, porque ahí se detuvo el taxista a cambiar su billete y muchos otros del gremio lo pudieron ver y depronto lo podían identificar; Además, las cámaras que están afuera del casino era una luz de esperanza para ella, porque fue ahí exactamente donde el ladrón se detuvo a preguntar.

Cuando Juan llegó apenas estaba preguntándole a los taxistas de la zona si lo habían visto y si sabían quién era, pero ninguna respuesta afirmativa obtuvo. Luego, en presencia ya de Juan, llamaron a la policía con el fin de preguntar si podían obtener el material grabado por la cámara de seguridad del casino, porque estaban seguros que ahí se podía ver la placa del carro. Cuando llegó el agente le contaron lo sucedido y entraron al casino, el gerente los atendió y les dio el aval para ver las cámaras, pero que debían esperar unos minutos. Aquí su amiga decide ir a avisarle a sus amigas y llamar a su mamá, porque ya había pasado una hora de lo sucedido y no se había comunicado durante todo ese tiempo con ella.

Juan podía ver su cara de preocupación, como sus ojos vidriosos y las arrugas a los lados de su boca sobresalían, haciendo unos pucheros un poco tristes de ver, “que manera de reencontrarnos tan singular” pensó Juan, recuerda que se lo dijo al final de la noche y pudieron reír un poco de todo lo sucedido.

Llegaron al lugar de la fiesta y la mayoría salió a ver como estaba la chica. Tomó un teléfono y llamo a su mamá, Juan le había dicho que dijera la verdad, su mamá necesitaba saber lo que había ocurrido, pero aquí se enteró de una mentira que les había dicho a sus padres para poder salir: su amiga dijo que estaría todo el tiempo con otra compañera, pero a mitad de la noche, antes de ir al Washington, cada una tomó su propio camino. Este era el miedo de ella al momento de contarle a la mamá.

A la final la mamá se molestó mucho con ella, y le dijo que la recogería donde estaba, fue en ese momento cuando él le preguntó que si no iba a mirar las cámaras y le dio una respuesta negativa ya que los papas venían por ella, sin embargo, Juan insistió en que debía ir, por lo menos para identificar el taxi y poner el denuncio.

En la ciudad de Barranquilla, el año pasado se recibieron 975 denuncias por teléfonos robados, esto sin contar que en la ciudad existe la cultura de no denunciar, por lo que este número podría ser mayor. El Ministerio del interior afirma que solo el 2.3% de los hurtos a celulares son registrados por las autoridades.

Bajaron de la fiesta y esperaron a los papás cerca del lugar donde habían robado a la amiga de Juan a esperar a los padres de la chica. Efectivamente las condiciones del lugar eran idóneas para que un acto cómo el que ocurrió se efectuara.

Los padres de la amiga de Juan no tardaron en aparecer y lo que paso a continuación con los papas de la chica iba a ser para Juan una gran decepción: cuando llegaron estaban muy furiosos, ambos salieron del carro regañándola y diciéndole que era una irresponsable, que entrara al carro y que ya se iban a la casa:

—    Mami, pero en el casino me van a dejar ver las cámaras, hay que ir.

—    ¿Para qué? Si eso no sirve de nada, móntate al carro y ya, dijo el papá bastante molesto

—    Chao amigo gracias por acompañarme, le dijo.

—    De nada, cuídate mucho

La frase del papá lo dejó pensado “¿Para qué? Si eso no sirve de nada”. ¿será verdad que denunciar esto no sirve de nada?

Estamos ante un problema mayor que el simple robo a los celulares y es que la gente no quiere denunciar, no por miedo, si no por falta de garantías, por pereza de ir hasta la policía y poner un denuncio, porque a final de cuentas esto no sirve de nada y su celular, es lo que ellos piensan, nunca lo van a recuperar.

Las personas están cansadas de poner un denuncio y que no le resuelvan nada, no hay señales del atracador, ni esperanzas de recuperar su celular; simplemente hacen unas preguntas para saber cómo ocurrió todo y dicen que si tienen noticias lo llamarán, pero casi nunca esto sucede. Nos toca resignarnos a comprar otro celular y ser más cuidadoso.

Pero en estos casos hay que pensar en colectivo. Si; no solamente es pensar en uno como afectado, hay que pensar en las demás personas que transitarán por la misma esquina donde usted fue despojado de sus pertenencias y que muy posiblemente eso que le paso a usted, puede pasarles a esas personas.

La amiga de Juan tenía una luz de esperanza bastante grande, las cámaras de seguridad que había en el lugar donde el taxista se detuvo a cambiar el billete, sin embargo, sus padres hicieron caso omiso a lo que su hija les decía; Ahora pienso que, si ella hubiera denunciado, seguramente las placas del carro estuvieran identificadas y la gente estaría avisada de que hay un taxi por el sector de la 53 con 80 robando a los pasajeros, que deben tener cuidado y no coger taxis en la calle, sino llamarlos directamente a una estación de confianza. Y aunque ya mucha gente diga que estas advertencias son bien sabidas por la mayoría de personas, no solo en la costa si no en el país, no está de más volver a decirlas; así se quedan en nuestra mente y cosas, como la ocurrida, no se repiten.

A los papas que pasen por una situación similar mi consejo es: regañen a sus hijos por mentir, pero no acoliten el comportamiento desadaptado de la gente dejando pasar por alto un delito. No pierdan sensibilidad ante este tipo de situaciones, que, aunque pequeñas, no dejan de ser delitos.

No sigamos alimentando esta cultura de no denunciar por creer que la justicia es pobre y no sirve de nada, pensemos en colectivo y digamos: si hoy me pasó a mí, que el día de mañana no te pase a ti. Denunciar si funciona, pero para verlo hay que hacerlo.

Al final de todo, Juan decidió seguir caminando hasta su casa. Llegó alrededor de las 12:15 am. Nunca había caminado tan rápido en su vida.

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