La Fundación Sarmiento de Santo Tomás, en alianza con el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), beneficia a un grupo de mujeres cabeza de hogar de este municipio atlanticense, con una formación en modistería y costura, con la cual pueden tener una fuente de ingresos que les permita contribuir al sostenimiento de sus hogares.
Por Moisés Carrillo
Ese sonido es inconfundible. TA-TA-TA-TA-TA-TA, así sonaba el artefacto que Sumara tenía en sus manos y el cual muchos incluso asocian con una revolución. Ella solo fusilaba, a punta de aguja lo que entre sus manos apenas era la tela de un pantalón. Su mirada solo se iba a un punto fijo, como la de aquellos que se preguntan ¿Qué pasó?, pero que le agradecen a la vida una oportunidad. Ella es solo una de varias en la habitación. Ellas comparten un mismo punto de giro y una misma esperanza.
“Buenas tardes”, dice una voz algo ronca, a lo lejos. “¿Señora Leyla?”. Escuchan decir las muchachas. Acaba de llegar el símbolo de su nueva oportunidad. Él es Luis Alfredy. Es un joven -ya no tan joven-, que representa su razón de estar ahí.
Hace algún tiempo que vieron ese rostro por primera vez en su barrio. Esa vez iba acompañado por su madre y otras personas de su familia. “Hablaban con la gente de por la casa… y decían que venían como de una fundación y que querían ayudar a uno y ponerlo a estudiar… y todo después de viejo”, dice Sumara entre risas.
Luis entra y saluda a las nuevas modistas con una sonrisa de satisfacción por la meta cumplida. Ellas son beneficiarias de la Fundación Sarmiento, una corporación creada por la familia de Luis en 2016, en respuesta a un deseo de formalizar los años de ayuda que le han dado a la comunidad de Santo Tomás.
En medio de tela, hilos y ropa, Luis habla con Leyla Altamar, la propietaria de Confecciones Lelian, un pequeño taller de manufactura, delimitado por paredes blancas, mesas blancas y máquinas blancas. Iluminado por una potente luz blanca y operado por mujeres con uniformes blancos, aunque ese blanco debería ser remplazado por verde, un verde esperanza.
No es para menos. La lucha de estas mujeres encuentra una luz. Su nuevo sueño es poder dejar atrás los días en los que la incertidumbre las abordaba, tratando de forjar con sus manos un futuro mejor… sobre todo, piensan ellas, para sus hijos.
El ruido de las acuciosas máquinas no para. Luis se levanta, camina hasta donde están estas mujeres y se pasea por entre las mesas observando el trabajo. Se detiene y les comenta lo mucho que está sorprendido por su progreso y lo orgullosos que están en la fundación por ellas.
De inmediato, el TATATATA de la mesa de Sumara se frena. Una que otra lágrima sale de su rostro como queriendo quitar las arrugas que la lucha le ha traído. Sus compañeras la observan, mientras ella, entre confusas palabras ahogadas por el llanto, intenta decir gracias y contar una situación difícil. Dicen sentirse identificadas.
Angela -otra de las operarias del taller-, decide caminar hasta la mesa de Sumara y la abraza. Entienden el mismo idioma. Como Sumara y Angela son muchas más las mujeres que de seguro seguirán formándose en un país en el que estas historias cargadas de lucha se repiten a diario.
Nota: del convenio entre el Sena y la Fundación se han beneficiado 20 familias en condición de vulnerabilidad en cuatro meses de funcionamiento, las mismas que ahora entienden mejor cómo es factible crear oportunidades.
Foto vía: Cortesía de la Fundación Sarmiento / Convenio de formación con el Sena.
Para todos los que nos formamos como contadores de historias en este particular espacio de tiempo, y en estos momentos cuando estamos buscando dejar atrás la piel de un reptil que, como país fuimos, es necesario aprender a armar memoria, sin perder los estribos, con pedazos sueltos, pedazos de acciones, recuerdos y olvidos.
Esta es una colección de historias que ofrecen oportunidades, historias quizá nuevas, quizá conocidas, pero todas escritas desde las perspectivas a veces juguetonas, a veces muy formales, de una serie de mentes fértiles de las que brota la necesidad de dar a conocer un país diferente a aquel que nos venden y que, tristemente y con frecuencia, compramos al precio más bajo.
#YoConstruyoPaís es la muestra inequívoca de que Colombia vale oro. Y a la vez es una invitación de El Punto y las jóvenes generaciones de periodistas de Uninorte -que no pasan de sus 20 años-, a pensar y proponer un país mirado desde la paz.