[wpdts-date-time]  

En Cien Pesos, un pequeño pueblo del Atlántico, se encuentra la habitación de Edelmira, la misma que se ha convertido en la biblioteca municipal de todos sus habitantes. 

Por Cristian Sandoval

En una de las cuatros calles de Cien Pesos, Atlántico, está la que es la biblioteca municipal y el hogar de Edelmira Navarro. En el primer cuarto de la casa descansan libros de todo tipo: de matemáticas, lenguaje, historia, literatura para jóvenes, niños y adultos.

Cien Pesos no es muy grande. De la carretera principal se desprenden unas cuantas calles más, luego no hay nada. Solo hay “como cuatro apellidos en todo el pueblo”, y todos se conocen.

La idea de Michelle, la nieta de Edelmira, era simple: llevar conocimiento a su pueblo por medios tradicionales, ya que para ese momento, diciembre del año 2015, el internet aún no había hecho presencia.

En compañía de dos amigos más, una abogada y un diseñador gráfico, Michelle creó en diciembre de 2014 la fundación Crassula. Como fundación, Crassula ayuda a comunidades vulnerables, pero se enfoca más que todo en la niñez. El objetivo era crear un espacio donde cupieran niños, adolescentes, adultos mayores, madres solteras y todo el que quiera ser parte. Con las ganas como único combustible iniciaron el papeleo y la formalización de la Fundación y estaban listos para operar. Crassula no cuenta con apoyo público o privado, se nutre únicamente de la buena bondad particular.  

Cien Pesos es el gran orgullo de Crassula, así lo llama Michelle al recordar cómo fue el proceso de crear la biblioteca, que se ha quedado pequeña en el cuarto de la señora Edelmira. “Cada integrante de la Fundación tiene una población del Atlántico consentida a la cual siempre tratan de llegar”, cuenta la joven. “La mía es mi pueblo, Cien Pesos, y el gran logro es la biblioteca”. Aunque el nombre oficial es Crassubiblioteca Edelmira Navarro, al lugar lo llaman por todos los nombres posibles: biblioteca municipal, biblioteca del pueblo, biblioteca central y, en cierta medida, todos sirven porque al final, ese cuarto lleno de estantes y libros es todas esas cosas.

Al entrar a la casa de Edelmira, lo que primero se divisa es la sala, “donde hay para una alfombra y uno que otro juguete” para entretener a los niños más pequeños que llegan acompañados de chicos más grandes. Más adelante está el primer cuarto con los libros; siguiendo por el pasillo, dos cuartos más, la cocina, y detrás está un enorme patio con una choza de paja. Los sábados, la lectura se mueve al patio, y el espacio ya empieza a ser una preocupación porque cada vez asiste más gente al lugar.

Para Edelmira no es un sacrificio prestar su casa: este es un acto del que se enorgullece, pues lo hizo como prueba de su amor y arraigo hacia su pueblo, pero esto no le impide poner orden a todo lo que ahí pasa. Además, después de todo sigue siendo su casa. La señora Edelmira está en toda la potestad de declarar el horario de atención en el que la gente puede ir a leer, y es la encargada de asegurarse que todo marche como marcharía en cualquier biblioteca pública: en orden y en silencio.

Para Michelle, su abuela materna es más o menos una matriarca del siglo XXI. En la familia Navarro ella es quien tiene la última palabra, quien da el aval o reprueba maridos y novios y quien lleva el control de su hogar, que es hogar de todos sus hijos y sus nietos, pero a la vez de ninguno, porque en el inmueble de cuatro cuartos solo vive ella.

“La idea es tomar otro cuarto de mi abuela”, dice Michelle entre risas, “tumbar una que otra pared o adecuar el patio; aún estamos viendo cómo solucionar el tema del espacio”.

Cuando la inauguraron, para tristeza y sorpresa de los fundadores de Crassula, llegaron jóvenes y niños con niveles de lectura muy deficientes para su edad y también hicieron presencia otros con una muy buena comprensión lectora. Con ese público diverso empezaron a hacer foros de lectura tratando de unificar a los asistentes en un solo escalón donde todos comprendieran y disfrutaran de la literatura. “Y asistieron después personas de todas las edades; es por eso que decimos que el cuarto se nos quedó corto. Hoy en día llega una mamá con su bebé de brazos o un abuelito a leer un rato, ahí nos dimos cuenta que todo el mundo lee en Cien Pesos”.

La biblioteca funciona más que todo en las tardes, después de la única jornada en el único colegio que hay en el pueblo, y recibe a un público tan diverso como las historias que guardan los libros en los estantes.

Foto vía: tomada de internet


Para todos los que nos formamos como contadores de historias en este particular espacio de tiempo, y en estos momentos cuando estamos buscando dejar atrás la piel de un reptil que, como país fuimos, es necesario aprender a armar memoria, sin perder los estribos, con pedazos sueltos, pedazos de acciones, recuerdos y olvidos.

Esta es una colección de historias que ofrecen oportunidades, historias quizá nuevas, quizá conocidas, pero todas escritas desde las perspectivas a veces juguetonas, a veces muy formales, de una serie de mentes fértiles de las que brota la necesidad de dar a conocer un país diferente a aquel que nos venden y que, tristemente y con frecuencia, compramos al precio más bajo.

#YoConstruyoPaís es la muestra inequívoca de que Colombia vale oro. Y a la vez es una invitación de El Punto y las jóvenes generaciones de periodistas de Uninorte -que no pasan de sus 20 años-, a pensar y proponer un país mirado desde la paz.

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

elpunto@uninorte.edu.co