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 Por: Gabriel Jaramillo

Eran las 8 de la mañana cuando Carmen se despertó invadida por una emoción incesante. Tanta era la dicha, que sentía unas vibraciones en todo su cuerpo, como si una turba eufórica de abejas hubiese penetrado en cada rincón de sus articulaciones. El día tan esperado había llegado al fin. Aquel 6 de diciembre de 1947, Carmen recibiría la primera comunión a eso de las 10 de la mañana, en la iglesia San Nicolás de Tolentino en la ciudad de Barranquilla.

Carmen se levantó de la cama y posó sus pies descalzos sobre el frio piso de porcelana. En aquellas épocas decembrinas la brisa no cesaba e invadía todo el espacio, inundaba cualquier lugar con un viento estremecedor que a su vez disminuía la temperatura de la región. La habitación de Carmen no era la excepción.

Después de desayunar, se bañó y se colocó un vestido de lino blanco, unos guantes del mismo color y una corona de flores igual de blancas. Parecía un Ángel que emprendía el vuelo hacia un anhelado encuentro con Dios. Luego atravesó el pasillo que separaba su cuarto de la sala. Su habitación yacía al fondo del primer piso de una casa colonia ubicada en el barrio El Prado. Allí vivía con sus padrinos, quienes la habían acogido como un miembro más de la familia. La joven de 11 años de tez blanca, estatura promedio, delgada, de cabello y ojos oscuros, había emigrado de Sincelejo Sucre a la capital del Atlántico, pues sus tutores, una pareja de jóvenes acaudalados sin hijos, le habían prometido pagar sus estudios, para que así en futuro Carmen pudiera mitigar la pobreza que acomplejaba a sus padres. Además, era una manera de retribución, por tanto que la madre de Carmen había sido la nana de su entonces madrina.

Al otro lado del pasillo se encontraba una sala espaciosa de   paredes blancas y techos altos. En el centro del salón, sobre una alfombra de terciopelo, reposaba un clásico comedor de cedro negro con capacidad para 10 personas. Encima de la gran mesa, se situaba una elegante luz de araña. Además, repartidos por toda la sala se vislumbraban sofás de color mamón y otros finos muebles. El lugar estaba adornado por réplicas de arte; mini esculturas griegas, pinturas de Rembrandt, varios bustos de personajes históricos, y de más adornos que daban al sito un aire distinguido.

Carmen atravesó la sala y caminó hacia la izquierda estrellándose con una puerta de madera que daba lugar al estudio, espacio en donde todas las mañas sus padrinos se reunían para leer el periódico y escuchar la naciente radio Sutatenza. Este cuarto era el más sencillo de la casa, había un pequeño escritorio de madera, encima un teléfono de disco y una máquina de escribir, varios libros reposaban sobre una estantería al fondo de la habitación.

La muchacha tocó la puerta, dio vuelta a la perilla, observó a sus padrinos conversando, sentados sobre un diván. Sofía su madrina, una mujer de 30 años, tez blanca, cabello castaño y ojos grises, lucía un vestido manga corta, blanco, con flores azules, que llegaba hasta las pantorrillas, además llevaba puesto un collar de perlas acompañado de un peinado tipo Victory rolls. Por otro lado, su esposo 5 años mayor, alto y de contextura gruesa, llevaba puesto un traje color beige.

Al ver a Carmen entrar, ambos se levantaron y se dirigieron hacia la puerta en donde la niña se encontraba de pie sonriente. Su madrina la abrazo y le dio un beso, Arturo su padrino, le apretó una mejilla como gesto de cariño, luego miró su reloj y las invito a salir del lugar.

A las afueras de la Casa se encontraba parqueado un Hudson sedán modelo 1946. La familia ingresó al vehículo e iniciaron su travesía hasta el centro de la ciudad donde se encontraba la iglesia. Atravesaron el barrio El Prado, una zona compuesta por calles anchas asfaltadas, casas coloniales y de estructuras similares a las grandes urbes estadounidenses de 1920.

Condujeron por la estrecha calle 72, donde se encontraba en toda la esquina de la carrera 46, un gran Almacén Ley, que en dicha época era uno de los supermercados más concurridos de la ciudad. La estructura era una gran locación de un solo piso y encima de la fachada posaban 3 grandes letras en mayúsculas, enmarcas por separado, que construían la palabra LEY. Diagonal al almacén se encontraba el estadio Romelio Martínez que para ese entonces había sido inaugurado 13 años atrás. A pesar de que en la ciudad no transitaban muchos vehículos, en esta zona en particular se concentraba un ligero tráfico, pues algunos Hudson sedan, Cadillac 1938, Moskvitch 400 y demás carros propios de la década, se ubicaban a las afueras del almacén e impedían el paso. Esto sumado a que en la ciudad existían muy pocos semáforos. Uno de esos pocos estaba ubicado 5 cuadras abajo.

Arturo logró salir del trancón bajando por la carrera 44 hasta el centro, allí siguió descendiendo hasta atravesar la calle 31 o la calle del comercio, en esta avenida se localizaba toda la actividad comercial de la ciudad especialmente en el edificio Mudvi. Esta edificación de 2 pisos albergaba más de 20 almacenes comerciales, entre los que se destacaban almacenes de plásticos, jabones, además depósitos textiles. Era una locación cuyas dimensiones cubría una cuadra completa entre la calle 31 y 32.

Luego de conducir por la calle de comercio Arturo se encontraba sobre el del paseo Bolívar. Un boulevard de calles anchas, en donde se apreciaba la belleza arquitectónica de sus zonas aledañas, en especial la torre palma, una edificación de 4 pisos compuesta por 2 columnas principales que albergaban en sus superficies 2 cúpulas que le daban un tono gótico y clásico a la estructura. También, se podía observar varios carros clásicos parqueados a los extremos de las edificaciones aledañas. Poco era el comercio en ese sector. El paseo bolívar era una joya de ese pasado ancestral que caracterizó los inicios de la ciudad. En el centro del boulevard se alzaba una estatua del libertador de cara al centro que vigilaba como un guardián expectante. Los arboles de lado y lado del boulevard se estremecían por la brisa de aquella mañana. Carmen sacó su cábela por la ventana para sentir el aire al mismo tiempo que vislumbraba la iglesia que quedaba al final del boulevard. Antes del llegar a la iglesia, enterrado en el suelo se podía observan un cañón de guerra que era símbolo de la cultura pacifista de aquellos tiempos.

La familia parqueó el carro las afueras del banco del comercio que se situaba en la calle del extremo izquierdo que colindaba con la iglesia san Nicolás, la fachada del banco era similar a un templo griego, sobre 6 columnas de mármol se entablaba un frontón de figura triangular.

Carmen se bajó del carro y corrió hasta la plaza, amplia y adoquinada, sobre la cual reinaba triunfante la gran estructura blanca de la iglesia. Tres torres se levantaban imponentes sobre la plaza, 2 al frente, donde se situaban las campanas, y una en la parte trasera. Las paredes con acabos en yeso y mármol, le daban a la iglesia una majestuosidad única. Carmen aguardo un segundo, esperó a sus padrinos que venían detrás y juntos llegaron hasta la puerta de la iglesia. Desde la entrada observaron las estructuras limítrofes a la plaza que en su mayoría eran estructuras coloniales de 2 pisos, con detalles en yeso y mármol, y balcones de madera.

Con un gesto maternal Sofía invito a su esposo y a Carmen a ingresar, después de persignarse lo hicieron, dejando atrás aquella vista de ese sitio tan mágico. Con fe y alegría entraron al templo para que Carmen concretara su día tan esperado.

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