Por: Efraín Sierra Hernández
Una bandada de gallinas que, a pesar de no ser de finca, se mueven y alegran a la gente con sus movimientos y su cacareo.
La alegría, aunque no parezca, puede originarse en un cacareo, en unas gallinas que mueven públicos que, sin maíz ni purina, son capaces de poner a bailar a cualquiera que se les acerque.
Es 5 de octubre de 1998: ¡quiquiriquí!, se escuchó. Eran las 5:00 de la mañana y Diana, una joven bastante curiosa, se despertó al escuchar el fuerte resonar del canto del gallo en la casa del vecino. Esa mañana, el quiquiriqueo fue diferente al de todos los días. Presurosa se levantó y salió al patio de su casa, se asomó por esa cerca de madera al patio de la casa vecina para ver al gallo y a las gallinas. El cacareo un poco menos fuerte de las gallinas le llamó la atención. Tanto como ver al muy elegante gallo, que caminaba alrededor de las mismas. Algunas le huían, otras simplemente se movían siguiendo el cortejo hasta que al final, el gallo se acerca a una de ellas y la monta. Con esta sencilla y rural escena, el sueño de una joven artista y bailarina se empezaba a gestar. Ahí, de pie, mientras dibujaba una obra de arte sobre su mente, el olor a arena mojada, el color de las flores humedecidas por el rocío mañanero y el resplandor del sol naciente, penetraban sus sentidos.
Es 7 de marzo de 2000, martes de Carnaval, Coliseo cubierto Humberto Perea. Esta vez, no había sonidos de la naturaleza, más bien, había música, había desorden y gritos, expresiones emblemáticas de nuestra cultura caribe. Toda la gente esperaba ver los grupos que se iban a presentar en el Festival de Danza con sus llamativos vestidos floridos de carnaval.
La gente estaba atenta y el grupo de baile El Cacareo se organizaba con sus trajes de gallinas, de un gallo y un zorro chucho. El grupo se ubica en medio de todos, y aún antes de iniciar la disputa con los otros grupos empieza a bailar una puya. Las personas solo miraban, aplaudían y gritaban, animando al colectivo artístico que debutaba en la ciudad carnavalera. La ovación del público alentó a este equipo que bailó sin importarle que el jurado ni siquiera hubiese llegado, “si nos ve, tal vez hubiéramos ganado”, recuerda Diana, la fundadora del colectivo El Cacareo. Los medios de comunicación locales y foráneos que cubren la alborozada fiesta de carnaval, con sus equipos corrieron hacia el grupo de danzantes, emulando las gallinas cuando les arrojan su maíz.
Es el año 2020, se escucha el cacareo de varias gallinas, pero es imposible encontrar el olor a campo; se alcanza a oír el quiquiriquí de un gallo bastante característico, pero no hay maíz, no hay ni arena, no hay pueblo, hay una ciudad emocionada, embriagada de alegría, de Guacherna, de flores, de fantasía, de carnaval. El Cacareo se quedará en casa, no podrá presentarse en el Carnaval, pues su vestuario no está en las mejores condiciones. “No es una presentación, son como diez” afirma Diana, pero llega una invitación oficial, algo inimaginable, algo que nunca soñaron los integrantes del grupo, son parte de la programación carnestoléndica.
Aquí podrás escuchar un podcast acerca del grupo El Cacareo, su origen y su impacto cultural en el municipio de Salgar del departamento del Atlántico y su apreciación del Carnaval de Barranquilla
Llegó el día, 8 de Febrero de 2020, la Plaza de la Paz en Barranquilla está llena de personas con el ánimo de ver y disfrutar de la música de los ganadores del Congo de Oro. Allí está el grupo de danzas de Salgar, como nunca soñó. Está en la Fiesta de Comparsas, bailando e impactando a cada espectador del show, como al principio, llamando la atención de los medios de comunicación y concediendo algunas entrevistas.
El sol no es la fuente principal de luz y no ambienta el lugar. En su lugar, unos reflectores permiten que a lo lejos se distinga el tamaño de las gallinas, el gallo y el zorro chucho, autores de los fuertes sonidos característicos de su especie. La brisa mueve sus plumas y cada vez se hacen más fuertes los comentarios, los aplausos, la aclamación. El público se asombra al ver que ahora el panorama cuenta no solo con marimondas, María Moñitos o negritas Puloy; sino también con un extraño e innovador grupo de gallo, gallinas y zorro, pues en el carnaval la diversidad es un motivo de fiesta y de celebración que alienta el arte.
Ese día, está Diana, la joven soñadora, ya no viendo las gallinas del patio de su vecino; este día está de pie, con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de felicidad, viendo a unos jóvenes, quienes después de veinte años, llevan con altura su legado y la historia autóctona de Salgar, el municipio que le había regalado tanta felicidad.
¡Bim!, ¡Bim!, ¡Bam!, se oye el primer tambor, luego las tamboras, enseguida unas flautas de millo, los murmullos se acaban, y todos los que acompañan el espectáculo admiran estos animales de más de metro y medio que se mueven al son de la música.
Cada vez más, el sueño de Diana, la joven, se ha ido convirtiendo en realidad. Ya casada, acompañada de Alejito, su nieto de 5 años, vive la alegría del arte y de la creatividad. Y ya no solo como un anhelo de una bailarina, sino más bien, como el sueño, esta vez colectivo, de que cada generación, a través del carnaval y otras fiestas, pueda conocer y vivir la tradición de danzas como El Cacareo de Salgar.