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Por: Randy Gómez Africano / Foto por: Naria Rodriguez M

2018

Es una mañana extrañamente calurosa para ser fin de año en la Calle 36 con 40, en un día más de jornada pero extrañamente tranquilo al mismo tiempo. Donde el trabajo de los habitantes de la zona, a pesar de ser épocas cercanas a la Navidad, está bajo y las calles no están atrancadas por tráfico. En medio de este panorama mi padre y yo arribamos a aquella, aparcando en la acera izquierda la blanca y brillante camioneta Dodge de él al mismo tiempo que su acero por fuera empieza a rebotar cada rayo del sol y calentarse al instante.  

Al bajarnos, la vista y el desarrollo de las actividades son empañados por ese mismo calor abrasador de los metales que provee el sol costeño dentro de esta zona, en las que nos rodean los vendedores ambulantes en cabañas cuadradas de dos metros, tinteros cuyos cuerpos, termos rígidos y carros de hierro color verde de pantalla para chroma key se calientan también por el sol; tablas de madera desgastada y negra en algunos casos que sirven como mesas de una venta callejera de corrientazos; y el mugre gris juntándose con el polvo de las paredes blancas donde está la reja de la entrada trasera y los escapes de algunos ductos de ventilación que pertenecen a la sucursal del almacén Éxito de San Blas, que con sus paredes superiores grises-siendo la única zona donde no están pintadas de amarillo-resguarda y vigila la cotidianidad de esta calle en la que estamos parados después de bajar.  

En ese instante subimos por esta lamina de pavimento deforme y cubierta en baldosas rojo-anaranjadas en algunas partes, y ejecutamos unos cinco pasos en dirección a la otra sucursal del reconocido almacén de venta de vinilos Discolombia, perteneciente a los mismos dueños, que está emplazado al lado de un local de relojes a la vuelta de esta calle; quedando diagonal y a solo un local de distancia de donde pusimos la camioneta: El levemente menos conocido, Music Center Discolombia

Al emplazar el primer pie dentro de él, se levanta ante nuestra vista un gran cuadrado de tres metros de alto con paredes y techo blancos despintados, y luces circulares adheridas a este último que cubren cuatro anaqueles de acero anchos, cada uno de tres niveles, donde resguardan con sus estantes divisores hileras de discos de vinilo antiguos, en su mayoría usados y con las caratulas peladas, dobladas o pegadas; mientras que, en las dos paredes del lugar, de un lado tienen unas vitrinas con bordes de acero gris abarrotadas de Cds, y del otro el mostrador rodante con vitrinas de la misma forma que las de la otra pared.  

En ese momento nos acercamos a aquel y nos encontramos a un señor de piel morena arrugada, lentes transparentes delgados y una canosa melena que parecía pintada y a la que le pusieron mechones color negro, atendiendo. Papa, al reconocerlo inmediatamente, lo saluda diciéndole: 

– ¡Vaya Ciclón! 

– ¡Aja Fantasma! -responde el hombre 

Aquel hombre de melena canosa era David Reyes, conocido a nivel popular como El Ciclón, un promotor musical y locutor de varias emisoras del sur de la ciudad. Sin embargo, aunque era una amistad de mi padre, en aquel momento no sabía de él. No era quien antes atendía este negocio, y que había estado la vez pasada que vine a comprar discos aquí: Otro señor de cabello largo canoso llamado Víctor Butron, tío del actual dueño y vendedor principal de la sucursal hermana del Music Center

 Debido a esto le pregunte confiadamente: 

-Ciclón, ¿qué paso con el señor Butron? 

-Está enfermo-responde 

-Que mal 

Después de esta interrogante, empiezo a caminar por aquellas paredes de discos ubicadas en el centro de la tienda, justo al frente del mostrador rodante de cristal donde él está atendiendo, teniendo detrás más estantes de vinilos y Cds tan juntos que parecen apretados e imposibles de echar hacia un lado para sacar alguno. Giro a la derecha y doy con los estantes más metidos y profundos; y después a la izquierda, dando con los más cercanos de la entrada y donde los discos están más cerca del reflejo del sol. En los estantes cercanos al mostrador solo se exponen en sus filas de cartones cuadrados los álbumes de música tropical; mientras que los de la parte cercana a la pared de vitrinas de cristal tienen unos más variados en géneros como baladas, jazz, reggae, música mexicana. Colmando el lado derecho de un pasillo que en el fondo tiene más discos amontonados en una pared que está detrás de un portón de acero liviano y rayado por el uso y desgaste.  

Justo en ese momento, me devuelvo por el mismo camino generado en el centro de las dos hileras de estantes, regreso al mostrador y le pregunto a El Ciclón: 

-Ciclón, ¿tienen discos de rock? 

-Claro, por aquí 

En ese momento unos pasos son dados por el hacia el fondo de la zona en la que esta, todavía permaneciendo detrás del mostrador, y siendo levemente encubierto por algunos tocadiscos y equipos de sonido que están en este mismo, llega a ese portón al mismo tiempo que también lo hago yo al haber observado y seguido con pocos pasos su andar. Al instante pasamos por aquella pared ya mencionada de discos apilados en un mueble con repisas de madera, algunos puestos en horizontal y uno encima de otro, y llegamos a una muralla de Cds que está al lado de los estantes de madera que están detrás del mostrador. Debajo de aquella hay una caja de cartón con una pila de vinilos acomodados diagonalmente que me muestra apenas llegamos, por lo que le pregunto: 

– ¿No tienen más? 

-Todo lo que es rock y música en ingles está en esa caja-responde 

En ese momento me siento en ese piso blanco, más ennegrecido por la mugre de este lado que en la zona de los estantes, y empiezo a revisar con los tres dedos centrales de cada mano disco por disco para ver si encuentro algo interesante mientras los voy haciendo caer al otro extremo de la caja. Hay producciones de Rod Stewart, Donna Summer, Pet Shop Boys, Diana Ross, y compilatorios de más de tres decenas de años como el Llena Tu Cabeza de Rock. En aquel momento, papa me llama diciéndome: 

-Hijo, mira  

Al levantarme me muestra un disco de una agrupación en la que trabajo en la década de los 90 que acaba de hallar, parece que el participo en su elaboración. Al instante, con una cara de impresión, le digo un wow y me devuelvo al sentado de formación matutina de colegio en aquel piso, para continuar esta expedición en la que sigo echando cada vinilo y su caratula hacia delante. No está resultando poco notorio que no hay mucho rock en esta caja de cartón frágil hasta que se posa ante mí, después de haber echado al vinilo predecesor hacia el otro extremo de la caja, un cuadrado azabache con las esquinas y los lados cercanos a la obertura de aquel, colmados por grietas y rayones a causa de desgaste y doblamiento; la silueta del vinilo que lleva adentro tan marcada en la superficie que llega al punto de formar un círculo de polvo adherido e irremovible con la forma de aquella; una ínfima parte del cartón pelado y arrancado cerca de una de las esquinas, mostrando su interior; y poseyendo en el centro de todo, siendo lo único diferente a esa gran hegemonía del color negro, unas letras de una fuente de las que solían usar en los ochenta diciendo: 

Кино 

Al observarlo, un sobresalto termino ejecutando sobre mi propio sentado en aquel suelo sucio, pareciendo la pose y el brinco que hacen los gatos hacia atrás antes de escapar. Al mismo tiempo grito sorprendido, y estando mis ojos imposibles de no abrir por completo o normalizarse, el nombre de la banda: 

– ¡Kino! 

Inmediatamente, a la vez que me dispongo a preguntarme internamente por qué había un disco de ellos aquí, le digo a mi padre y a Ciclón: 

Miren esto, esto es un disco de una banda de la antigua Unión Soviética 

Ninguno de los dos responde, por lo que ignorando aquello debido a la curiosidad le pregunto al Ciclón. 

– ¿Que hace un álbum de ellos aquí? ¿Cómo pudo haber llegado? 

Al escuchar su No sé no bajo mi impresión, pero si me puse de inmediato a teorizar fríamente el cómo pudo llegar un álbum de una banda de rock de la Unión Soviética a una tienda de vinilos usados dominada y plagada por álbumes de géneros caribeños, africanos, mexicanos y románticos, y ubicada en una ciudad del Caribe Colombiano como esta. En eso le digo a ambos: 

-Puede ser que alguna vez un ruso vivió aquí y decidió vender un disco de la URRS que le pertenecía 

-No te pongas a inventar hijo. Tal vez fue algún estudiante que se fue de intercambio a Cuba y ahí vendían los discos de la Unión Soviética, por lo que trajo los suyos y los vendió aquí  

Aquello era un suceso extraordinario, en la URRS la producción discográfica para los artistas era una estructura que, en su interior, para hacerse una figura constante y exitosa dentro ella había que pasar por un pasillo apretado de no más de un metro de ancho que estaba sujeto a la disposición e intención de la política del país para con los músicos. La nación principal del bloque comunista solo disponía de una sola casa disquera, Melodya Records, y a la escena del rock de la que emergió aquella banda cuyo disco termino resguardado en una tienda de una ciudad tropical al otro lado del Atlántico, la de Leningrado, estaba completamente vetada de las posibilidades de entrar en esa estructura y pasar aquel pasillo.  

Aquello conllevo a que estas bandas-como la propia Kino, Alisa, DDT y demás- se vieran obligadas a grabar en un mismo ambiente al que tenían los fabricantes y distribuidores clandestinos de discos occidentales, en estudios rústicos, escondidos y caseros en apartamentos y casas poco notorias de ciudades pequeñas de aquel país-en algunos casos hasta en ciudades de las más pequeñas repúblicas soviéticas como los países bálticos- y tocar en clubs y sótanos igual de ocultos y derruidos.  

Portada original del álbum “Noch” de 1986

Con todo y esto, con los cambios e intenciones ejecutados por las reformas de Gorbachov, en especial la Pereztroika, la escena recibió un trato más justo pero convulso. Las bandas no fueron aceptadas en Melodya pero si permitiéndoles tocar libremente en los clubs y en conciertos masivos organizados por el estado, distribuir su música y aparecer en la televisión central. A pesar de esto, los discos siguieron con aquella situación en la que las producciones se grababan en casas escondidas y se lanzaban de forma independiente y distribuyéndose escasas copias en formato de cintas-pocas veces en vinilos- que se agotaban rápido y estaban sujetos a la supervisión e intervención estatal.  

Aquello ocurrió en especial con Kino al ser la banda más reconocida de la escena, tanto que llego al nivel de que la propia Melodya lanzara sin permiso el cuarto álbum de la banda, Noch de 1986 -en una edición con una portada azabache con más diseño y calidad, sin fotos de los miembros de la banda, y distinta de la rustica y colorida portada original- sin permiso de los cuatro miembros de ella.  

Portada del album “Noch” lanzada por Melodya en 1988

Aunque aquella acción les aumento su fama, a la vez resulto en disgusto y más distanciamiento de los miembros, en particular del vocalista Viktor Tsoi, del aparato y la distribución estatal, resultando en algo que se mantuvo con las tres producciones restantes de la carrera de ellos. Entre esas, aquella de portada azabache que ahora tengo en mis manos, y que sacando un billete de 10 mil pesos la termino, sin titubear, adquiriendo. 

Después de eso nos despedimos del Ciclón, y ahora estando la calle más ajetreada con los puestos callejeros con dos o tres personas más presentes en cada uno, damos los mismos cinco pasos que efectuamos para pasar la escotilla de la tienda al bajarnos al principio de esta expedición. Volvemos a la camioneta Dodge blanca ahora más caliente y brillante que al principio de esta expedición, y al subirnos en ella arrancamos, ahora con un camino más atascado por el tráfico de camiones y buses del centro histórico, en dirección el departamento familiar. Lo que le espera ahora a este vinilo y a mí es su reproducción, el reventón de los parlantes por el alto volumen de esta accionada en el amplificador, y las vueltas que va a dar una y otra vez, todo aquello dándose en mi tocadiscos.