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La mañana del jueves hubo una conversación con otros jóvenes sobre las anécdotas del colegio, más que todo cuando todo era bueno y a la vez hacían bullying que tanto atormentaba. Ahora que uno se dedica de lleno a la Universidad, está el 50-50 sobre si se comunica o no con los compañeros, o alguno que le recuerda de su colegio.

Hacia las 6:30 de la tarde, una llamada de mi padre retomó las viejas andanzas de cuando uno celebraba las fiestas de fin de año en pleno mes de noviembre. “Ahora mismo están dando una celebración de Navidad en el colegio. Llega así como estás que no es una fiesta formal”, comentó mi padre.

El viaje en bus hasta la 51B con 85 a esa hora fue la espera de los trancones, los vehículos llenos y las ansias de llegar para ver de qué se trata, aunque las ansias no eran tanto de felicidad.

Una vez que ingresé al colegio después un largo tiempo para presenciar el evento, no solo noté las mesas a lo largo del pasillo, sino también el show especial en conmemoración a las fiestas.

¿Cómo cambió la institución de donde nací, crecí y me fui después de 5 años? Primero fueron los uniformes, luego los salones, de ahí canchas sintéticas y ahora un evento como este que captó la atención una vez sentado en el coliseo.

Pasando desde un disfraz de pastor en Transición a esta celebración, dan ganas de festejar por qué no existe la actitud del Grinch en la vida real. Canciones en inglés, Santa Claus con los regalos y un concierto con instrumentos aparte de los musicales, fueron la diversión dentro del gran coliseo con su eco de siempre con y sin micrófono.

De ahí vino lo mejor, la cena navideña. Por eso es que estaban las mesas juntas por grado. Al lado estaba el gran pudín de vainilla con arequipe por dentro y otras golosinas que daban ganas de decir las palabras del fútbol “¡Tú tranquilo!” mientras sonaba una salsa del Joe Arroyo.

Y por si no fuera poco, además de saludar a una profesora, el partido del Junior se presenció por el primer y aburrido tiempo. Cayó las 9, todos desmontaban y quitaban las extensiones de luz con la felicidad que se acabó el año académico.

Puede que sea la típica envidia del por qué no hicieron eso antes cuando estudiaba durante 11 años, pero al fin y al cabo lo que hay ahora valió la pena aprovecharlo como uno de los egresados más y queridos por la comunidad de los profesores. Mi fúlgida legión estuvo una vez más con mi comunidad y llevo este evento en mi corazón por siempre.

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