Por: Carolina Ortiz Álvarez
Que no te dejen engañar sus palabras, mi compadre tiene 36 mujeres por allá en Medellín- dice Carlos, mototaxista y amigo de Leo con un acento costeño marcado. Y se ríe con sus demás compañeros, mientras miran con obscenidad a dos mujeres que pasan descuidadamente por la esquina.
Leonardo se ríe y niega con la cabeza. Dice que es un hombre entregado a Dios y fiel a su mujer, pero su mirada viaja disimuladamente al trasero de las dos mujeres que cruzaron la cebra cuando el semáforo marcó verde.
El lugar donde trabaja, la esquina principal de Metrocentro, es uno de los principales lugares de Barranquilla donde los mototaxistas consiguen su clientela. Allí, en medio del ruido de los carros en hora pico se encuentra Leonardo Romero Pérez con su Auteco negra adornada con relámpagos de color rojo. Una belleza, como el mismo la llama, quien lo ha acompañado desde hace cuatro años cuando se vino a vivir a Barranquilla por primera vez.
El mototaxista se ríe de nuevo. Tiene los dientes amarillos y unos brackets de colores rojo, amarillo y verde fosforescente, como si quisiera impregnar en su sonrisa los colores del arcoíris. “A veces cuando voy en la moto por sitios oscuros mis brackets brillan en la oscuridad”, comenta en broma. Su aliento huele a arroz con huevo recién preparado y tiene en sus manos un casco de moto color rosado con la palabra inglesa “Dream Catcher” en el frente. Su amigo Carlos le da unas palmadas y lo mira con cariño.
-No sé que significa esa palabra, pero los compadres y yo le hemos dicho muchas veces que se compre otro casco que ese color rosadito lo hace ver como maricón- afirma y suelta una carcajada acompañado con el resto de los mototaxistas. Pero Leonardo, acostumbrado a que sus amigos lo molesten con el casco, no se deja amedrantar por sus palabras. Dice que no tiene plata para comprarse uno nuevo y que un verdadero hombre no se avergüenza de lo que tiene.
– El casco lo hará parecer maricón, pero cuando Leo termina de trabajar, se va al putiadero de la zona murillo a acostarse con venecas por diez barras- afirma Carlos y se vuelve a reír con el resto de sus compañeros congregados en la esquina en busca de clientes nuevos.
-No le creas, puede que las putas se vendan por poco, pero siempre vienen con enfermedades y no me quiero arriesgar. Quiero tener hijos.
Y entonces Carlos recuerda una noche memorable. Fue en abril de este mismo año, el día en que el Barcelona ganó la Copa del Rey ante el Sevilla. Para celebrar, se emborrachó y fue a la Zona Murillo para ver a su prostituta venezolana favorita. Le pagó una habitación en el Hotel Canadiense ubicado en la misma calle y por veinte mil pesos, se acostaron en la cama y empezaron a tener sexo. Era tarde en la madrugada, cuando de repente le vomita encima los tragos a la prostituta que se encontraba debajo de el. La mujer, asqueada, le pega una cachetada al hombre y sale corriendo de la habitación con el vestido y los tacones recién recogidos del suelo en la mano.
– Leo es un buen amigo. Me vino a buscar en su moto después que la veneca se fue. De la vomitada que le pegué a esa mujer ni siquiera tuve tiempo de venirme, comenta Carlos mientras recuerda el hecho y le da unas palmadas en los hombros a Leonardo.
-Este malparido puede ser un desocupado, pero yo no soy así porque le soy fiel a mi mujer- responde mientras se golpea toca el pecho con las manos. Ahora no se ríe.
“Mi esposa Kiara no puede quedar embarazada porque tiene unos quistes en los ovarios. Hemos intentado de todo, pero no se nos da el milagrito. Es una pena porque de verdad quiero tener un pelaito”, asegura con tristeza y se quita la gorra blanca que tiene puesta en la cabeza. Mira detenidamente el sello de Superman que tiene estampada la gorra en la parte como si quisiera encontrar en ella las respuestas a los enigmas de su vida.
– Leo es un buen llave. Le he dicho muchas veces que las mejores putas de Barranquilla se encuentran en la Zona Murillo y que si quisiera, pudiera dejar a su mujer por una veneca de las baratas, pero no quiere hacerlo porque la ama mucho. Y ese es un amor de los buenos, sí señor. – exclama Carlos con energía. Para Leonardo, un buen mototaxista siempre está dedicado a su familia.
Un hombre en el corredor de la muerte
Sus inicios como mototaxista estuvieron marcados por la cercanía de la muerte. Hace tres años, cuando recién había llegado a Barranquilla después de trabajar como operador de maquinaria en una empresa en Medellín, un primo lo había ayudado a pagar su primera moto, una Suzuki de color negro, para que se familiarizara con su nuevo trabajo de mototaxista.
Una noche, el 18 de junio del 2015, Leonardo estaba viajando por la Circunvalar en Barranquilla cuando se detiene en un semáforo en rojo. El frio era penetrante y no se encontraba ninguna persona en la zona. De repente, aparece un hombre en medio de la oscuridad y lo amenaza con un cuchillo para que le entregue el vehículo. “Yo me resistí en un principio, pero el man era fuerte y me tiró de la moto. Caí en la carretera y en el impacto me golpeé duro la cabeza contra el pavimento. El mano cogió el cuchillo y me apuñaló dos veces la zona de la costilla”.
Nunca supo quién era el hombre porque en medio de la adrenalina de la noche no pudo verle el rostro, pero tiene una sonrisa nostálgica en el rostro al recordar ese momento que le cambió la vida. “El ladrón miró detenidamente la sangre que me salía del pecho y dijo que no me preocupara, que por una herida leve no me iba a morir, pero que si tenía que llevarse mi moto. No se si fue por pura compasión o remordimiento de conciencia, pero el ladrón llamó con el celular que tenia en el bolsillo a la ambulancia y me dejó a mi suerte”
Leonardo recuerda la noche con melancolía, un pasado que, aunque parezca lejano no puede olvidar nunca.” Cada noche le agradezco a mi Diosito que ese ladrón me haya perdonado la vida, porque quiero vivir lo suficiente para tener mis pelaitos, así sean adoptados. Ninguna de esas putas con las que mi amigo se acuesta vale el amor que le tengo a mi mujer”. Carlos sonríe ante la mención de las putas, con el fantasma pesaroso de la puta y el vómito aún frescos en su memoria.
Entre Bolas de Billar y Policías
Leonardo tiene 34 años y todos los viernes cuando termina de trabajar se va a jugar billar por la Ciudadela 20 de Julio, un sitio frecuentemente congregado por los mototaxistas de la zona. “No soy uno de esos jugadores profesionales, pero lo que más me gusta del billar es que es un juego limpio. A veces cuando peleo con mi mujer y no quiero verle la cara, voy al billar a despegarme la mente.” El billar a tres bandas es el que más juega, y se desarrolla empleando tres bolas sobre la mesa. Para ganar hay que golpear las dos bolas contrarias e impactar tres bandas de la mesa antes de la Carambola.
-Soy un hombre sencillo. Entre los compadres y yo vamos a apostar cada vez que jugamos. Si al finalizar el juego soy el que más carambolas ha hecho, me quedo con la tanda de la noche. Me termino ganando la mayoría de las veces unos cien mil pesos por juego”. En medio de esos rituales masculinos y rodeados de cervezas Light y Club Colombia, los hombres hablan de mujeres y de las historias personales del trabajo antes de irse para la casa y ver a sus familias, agotados por el trajín de la moto.
Sin embargo, según él, la mayoría de los mototaxistas muchas veces no van al bar porque los policías de transito andan por la zona. “A veces no tengo amigos con quien jugar porque los policías se la pasan jodiéndonos la vida. Esos malparidos como ven que somos mototaxistas se la pasan pidiéndonos papeles y multándonos por nada”.
Para Leonardo, el mayor enemigo de un mototaxista es un policía, pero se ríe al recordar con orgullo la noche en que le ganó a uno en el billar. “Un policía de esos bravucones entraron en el lugar y preguntaron que quién era el dueño de esa moto Auteco mal estacionada al frente del local. Le respondí que era yo y no tardó en decirme que estaba mal estacionada y que iba a tener que darme una multa. Pero yo no me las dejé montar del malparido, y lo reté a un juego de Billar. Si le ganaba me quitaba la multa, pero si perdía dejaba que se llevara mi moto. El man aceptó y gracias a mi Diosito le gané porque estaba medio borracho y mi mujer me hubiera matado si llegaba a la casa sin la moto. Esa mujer es toda una fiera cuando se enoja”.
De repente, entre cuentos de prostitutas, ladrones y policías, una muchacha joven con un vestido gris se acerca al Leonardo y le pregunta que a cuanto la lleva a La Cordialidad. Leonardo le contesta que el viaje le sale a tres mil pesos. La muchacha le coge la mano a Leo y se monta con cuidado en la moto. El mototaxista, listo para otra carrera, se despide de sus amigos y con el ruido penetrante del motor, la moto se aleja.