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Por: Randy Gomez Africano

Un hombre se sube en la esquina de la 93 con 51b. Esta vestido con una camiseta roja adornada con franjas negras, gorra café y bermuda de denim, mientras carga una mochila artesanal en el hombro y guarda una botella de agua en el bolsillo. La altura de la gente sentada o parada en el bus no permite divisar sus zapatos. Se montó al bus con la intención de cantar para poder obtener unos pesos, sumándose a la larga lista de músicos y talentos en general que ven el entretenimiento para los pasajeros del transporte público como la única forma de sobrevivir. 

Al momento de su llegada todos los relojes dan las cinco y cuarto de la tarde, esa tradicional franja de cada día que en el argot popular y legislativo denominó como la hora del regreso. Aquella hora siempre indica que los buses van llenos de pasajeros que retornan a sus aposentos de forma incómoda e indiferente ante lo que sucede alrededor. Siendo aquel estado el presente en la realidad del bus Calle 72-Granabastos que el llamativo pero misterioso hombre escogio como escenario para su presentación, con todos los asientos ya estando ocupados, y una mezcla de paciencia y ansiedad que se notaba en los rostros de los pasajeros. Una situación que, en sus primeros segundos en el bus, cuando está dispuesto a pagar, nota con cierta incertidumbre en su rostro, pero que bloquea con una actitud para dar su espectáculo que estaba rebozada de una gran falta de titubeo.

A diferencia de la mayoría de aquellos intérpretes, Juan Manuel no traía instrumentos o equipo de sonido alguno para acompañar y mejorar su presentación. Al parecer su deseo, mientras paga el cada vez más alto precio del pasaje, es que, aparte de obtener la atención de su público, el sonido poderoso y penetrante del bus no le interrumpa su acto con su incontestable rugir. Al terminar de pagar se recuesta en una baranda y enrolla su brazo para abrazarla buscando no caer y se presenta con el monólogo clásico de los cantantes y artistas que tienen los buses como sus escenarios. Su acento confirma su situación de hombre foráneo que llegó a Barranquilla para buscar un destino digno, pero lo neutral que llega a ser este cuando habla no deja identificar si vino del vecino país o de algún pueblo de la región, mientras que, con un lenguaje que desglosa elegancia, sus palabras revelan ante los efímeros espectadores su nombre y objetivo:

-Buenas tardes gente querida, mi nombre es Juan Manuel. Les pido que tomen atención por un momento, vengo con la intención de interpretar un par de canciones para ustedes. No es mi intención molestarlos, pero esta es la única forma en la que puedo llevarles comida a mis tres hijos.

Inmediatamente después de pronunciar esas palabras, procede a aclarar algo sobre su espectáculo, un aspecto que profundizo la diferencia que tiene con sus pares que realizan la misma actividad que él:

-Voy a interpretar para ustedes unas canciones que tal vez ustedes no conozcan. Tratare de presentarlas y explicarlas para que no se confundan o queden extrañados. La primera se le conoce como Nella Fantasia, que sale de una película llamada La Mision, y dice asi

Al terminar aquella oración toma aire y empiezan a salir de su boca las primeras estrofas de una canción interpretada con una voz tenor impresionante de su parte que, a pesar del ruido de su escenario rodante, retumba con poder en el mismo. Juan Manuel es un cantante de ópera, y se ha revelado ante todos como tal, algo que lo diferencia en el apartado artístico de la mayoría de sus equivalentes, que siempre se han caracterizado por amenizar los buses cantando alabanzas, rancheras o musica tropical. Con aquella revelación de un talento escaso presente ante su publico, sigue entonando unas estrofas bellas que rezan:

Nella fantasia existe un vento caldo

Che soffia sulle cittá, come amico

Io sogno d’anime che sono sempre libere

Come le nuvole che volano

 Pien d’umanita in fondo all’anima

Juan Manuel termina impecablemente la canción, pero una mezcla del silencio con el rugir del andar del bus se hace presente, siendo aquella la desangelada respuesta que hubo por parte de los pasajeros del vehículo para su interpretación. El aura de indiferencia creado por ellos con aquella huérfana reacción comenzó a sentirse en su percepción, lo que hace que aquel cantante de inmediato empiece a hablar sobre la siguiente canción, presentándola con una explicación donde un conocimiento valioso, expresado en una forma casi parecida a la de intelectuales que habitan las plateas de los teatros donde las composiciones que Juan entona tienen como escenario principal, sobresale así:

-La siguiente es una canción que tal vez conozcan, pues esta la han usado en eventos religiosos y asociados a ella. Pero en realidad puede ser cantada en cualquier contexto, pues no esta solo relacionada a la religión.

Absorbiendo un poco de aire, cierra los ojos y empieza a entonar unas estrofas conocidas hasta por el menos interesado en explorar aquel arte inmerecidamente exclusivo y poco receptor de las masas que combina la actuación y el canto, gracias al origen religioso que la ha hecho ser parte del imaginario popular, ya sea por tradiciones milenarias o interpretaciones modernas:

Ave Maria
Gratia plena
Maria, gratia plena
Maria, gratia plena

Con esto Juan Manuel termina su presentación, pero a pesar de la belleza que esa voz de tenor tan potente emano al interpretar la canción, no hubo respuesta igual de emocionante por parte de aquel publico efimero. La manifestación de una decidida ausencia de la ovación enterraba aquel espectáculo humilde y lleno de actitud en un silencio del que no se podía encontrar explicación y motivación para su existencia, solo dejando a la especulación.

A pesar de esto, Juan Manuel da las gracias con su elegancia, y realiza la caminata final antes de bajar del vehículo girando y estirando sus brazos para recibir las monedas. Algunos pocos seres piadosos se estiran y alcanzan su mano para entregar unos cuantos pesos que aquel artista recibe con un “gracias” esteril, creando en la escena la aparicion de una actitud de desagrado y a la vez de resignación en su cara, tal vez motivada por la espera de un mejor recibimiento por parte de un publico que le resulto siendo indiferente. 

Al llegar al final del bus, dice con potencia y a la vez, con un tono aburrido y falto de emoción en su voz, un seco “muchas gracias”, y se baja en la esquina antes de llegar a la Clinica Bonnadona Prevenir, para seguir su buscqueda de un mejor destino, y tal vez, un mejor recibimiento que el que tuvo en aquella triste tarde su pequeño pero único espectáculo. Uno que a pesar de no tener las producciones, el presupuesto ni un teatro imponente donde presentarse, es único al compararlo con las demás expresiones que otros artistas callejeros realizan en esta ciudad. Aquel hombre partió buscando otro bus que emulara a los teatros cuando se da el final glorioso de las obras donde otros como él ofrecen el poder de su voz, ese momento donde se presencia el sonoro, imponente, gratificante, valioso y emotivo aplauso de la gente que los ve desgarrarse en notas altas cada espectaculo