Por: Yoleidys Moreno | Foto: Idearriba
No hay una fecha exacta para empezar esta historia, tampoco hay un personaje principal, o quizá sí, pero no es precisamente sobre una persona, más bien es sobre un lugar y una tradición.
A la sombra de árboles de mango y cañahuate, sin importar si era una terraza, un patio, una parcela o una esquina, a la par de acordeones, guitarras y ollas del sancocho, nació el vallenato. Una tradición musical prácticamente empírica que floreció gracias a las parrandas y las voces de quienes habitaban aquellas tierras calurosas del Magdalena Grande.
Entre los cuatro aires famosos del vallenato se destaca uno al que se la ha denominado como “el más sabroso de bailar”: el merengue. Lo que muchos no saben es que el merengue fue un ritmo nacido con el fin de transmitir noticias.
El cronista Tomás Darío Gutiérrez cuenta: “Aquí hubo cantos a la guerra de los mil días, aquí se le cantó a Uribe Uribe, el jefe liberal de la guerra”.
Estos cantos eran merengues que se entonaban de pueblo en pueblo para que las personas se enteraran de lo que ocurría más allá de su entorno, ya que por aquella época de principios del siglo XX los medios de comunicación eran ausentes en esos lugares.
“Todo se explicaba y se enunciaba a través de los cantos vallenatos”. Tomás Darío Gutiérrez
“Hubo un juglar que murió en un combate: Felipe Yépez, era de Becerril, murió en la batalla de Guamal y él llevaba su acordeón”. Así como Felipe Yépez, los juglares eran reconocidos como los mensajeros y a través de sus versos, entonados ya fuera con acordeón o guitarra, a lomo de mula o hasta a pie, iban pregonando por los caseríos las historias con las que se topaban en sus travesías.
“Por estas tierras el vallenato inició con la guitarra de Guillermo Buitrago en Ciénaga. Él tocaba paseo, entre los años 1940-45”, el señor Roque Gullo, oriundo de Caracolicito, corregimiento de El Copey (Cesar), recuerda cómo era la vida en su pueblo natal cuando el vallenato solía tocarse con guitarra. Luego, desde su juventud, recuerda aquellas reuniones, a veces planeadas y otras veces repentinas, conocidas como las parrandas.
Las parrandas eran el encuentro obligatorio para los antiguos juglares. En ellas se contaban las anécdotas de las que nacen las canciones. Los intérpretes solían hablar de las muchachas, de los paisajes, de lo que ocurría en un determinado lugar o de un hecho significativo.
Se reunían en la finca de un amigo, en las terrazas o en los patios de las casas y así iniciaban un festín de música y trago que podía extenderse por semanas.
El señor Roque recuerda que en aquellas parrandas los participantes siempre estaban atentos a las canciones que traían sus amigos, a escuchar la razón por la que nació la melodía y a discutir sobre el mensaje de la misma. “Eran canciones llenas de amor, de mensajes agradables”.
Aunque parezca extraño, comparado con las parrandas de ahora, en las de antes no se bailaba, solo se escuchaba y se cantaba.
Era común que en mitad de la parranda surgiera el momento de la piquería. Ese reto, normalmente entre dos personas, donde se improvisaban versos, ya fueran alusivos a un hecho o a la misma persona. Seguro, si ha escuchado una piquería, reconoce este verso:
“Este es el amor, amor
El amor que me divierte
Cuando estoy en la parranda
No me acuerdo de la muerte”
Según algunos historiadores este verso surgió como un himno de batalla en la época independentista, con la diferencia de que en aquel tiempo no se hablaba de parranda sino de batalla. Poco a poco los juglares transformaron la letra, pero el sentir fue el mismo.
Cuentan que en Caracolicito (El Copey, Cesar) aún quedan vestigios de aquellas parrandas. En las casas sobreviven restos de viejas tarimas improvisadas donde tocaban los conjuntos vallenatos que se conformaban entre amigos o vecinos.
No había luz, ni acueducto, pero había música que de algún modo fue un instrumento de supervivencia.
“La gota fría” es una canción vallenata famosa por la historia de su creación y también por su forma de retratar el furor que se vivía en medio de las parrandas. Fue compuesta por el acordeonero Emiliano Zuleta cuando retó a Lorenzo Morales, otro acordeonero de la región, por el título del mejor intérprete del instrumento. Al final Zuleta ganó la batalla y el honor de divulgar con su voz la historia de aquella gota fria que le corrió a ‘Moralito’ cuando lo escuchó tocar.
Poco a poco, gracias al auge de conjuntos y cantantes vallenatos, las parrandas pasaron de las terrazas o los patios a oficializarse en las famosas “casetas”.
Las casetas solían ser casas grandes donde se construían tarimas en los espacios abiertos, ya fueran de concreto o simplemente con madera. A estas casetas llegaban locales y extranjeros con la intención de disfrutar de los conjuntos vallenatos del momento. Quienes lo recuerdan describen un ambiente de fraternidad, donde se iba acompañado de amigos, familiares o la pareja y las agrupaciones llegaban puntuales a sus presentaciones.
Gracias a las parrandas y casetas el heraldo vallenato se hizo masivo. Las historias se repartieron de pueblo en pueblo y gracias a las canciones muchos hechos que pudieron pasar desapercibidos hoy son recordados por toda Colombia.
Un primero de febrero de 1950 ocurriría en Ovejas (Sucre) una tragedia que enlutó las vidas de sus habitantes. Treinta personas murieron en el incendio de una chiva. Dicha tragedia inspiró al acordeonero Carlos Araque a crear la canción “El siniestro de Ovejas”, que hoy en día se ha convertido en un himno para sus pobladores.
Otra canción reconocida que contaría una curiosa historia es “La custodia de Badillo” de Rafael Escalona. Según Escalona fue un ‘ratero honrado’ quien habría de robar la custodia, una pieza religiosa de gran valor histórico en Badillo (Valledupar, Cesar), y de cambiarla por otra que no tenía el mismo tamaño, ni el mismo peso, ni el mismo color. Sin embargo, la historia no ha sido aclarada del todo.
Hay versiones que cuentan que lo que desapareció no fue la custodia sino un cáliz de oro. Otros dicen que no fue un robo sino una confusión y la custodia terminó en Popayán. Lo cierto es que quizá, de no ser por la canción de Escalona, nunca nos habriamos enterado de aquel hecho que conmocionó a Badillo.
Como lo muestran estas canciones, la tradición oral de la región caribe, manifestada en sus diversos ritmos, ha sido la historiadora principal y hoy en día es la encargada de reconstruir aquel olvido casi prehistórico en el que sumieron muchos pueblos.
Sin embargo, quienes nacieron escuchando el vallenato “de verdad” hoy se sienten acongojados. La esencia con la que nació ese ritmo se ha difuminado entre la presión comercial y las ansias de innovar de los nuevos cantantes.
“El vallenato de antes era bonito, no como ahora que se ha vuelto una mezcla de ritmos y letras que no llevan ningún mensaje” es lo que manifiesta el señor Roque con expresión melancólica.
Por esta razón la UNESCO ha declarado el vallenato en peligro y con necesidad urgente de ser salvaguardado, mientras los viejos anhelan que su tradicional canto regrese a las raíces mensajeras que lo vieron nacer.