Por: Valentina Wehdeking
Sentado en su sillón junto al balcón, con su mirada puesta en el cielo del medio día, acompañado del canto de las aves, concretamente de uno que otro cotorreo de su canario “Baby” y de la sonrisa de la mujer con quien decidió compartir la vida estaba Juan Piña, aquel niño de San Marcos que alguna vez soñó con ser uno de los grandes en su género.
Cómodo, con una sonrisa en la cara, llevaba una camisa verde, cuyo aplique es de nunca olvidar. Aún a algunos cuantos metros de distancia se podían apreciar aquellas palmeras junto al sol de atardecer que tanto adoraba. Los colores en su vestir transmitían alegría y seguridad, y ni qué decir de su hogar, ubicado en un segundo piso de un edificio en el barrio Villa Carolina de Barranquilla, donde ya no hay espacio en sus paredes ocupadas por una decena de condecoraciones, premios e incluso ilustraciones dadas a él por sus seguidores.
Cuenta que la única razón por la que están sus reconocimientos a la vista es por su mujer, ya que él ha querido regalarlos a otros, pero es ella quien hace que esta tarea le resulte imposible. Aprovecha el sonido de una llamada para inclinarse hacia delante y confesar, con un tono de voz muy bajo, casi que susurrando para no ser escuchado, que lo ha podido lograr un par de veces y que ha contado con la suerte de no ser “pillao”.
Organiza algunas libretas colocándolas unas sobre otras en su escritorio, ubica cada lápiz de color en su portalápices y se queda con un bolígrafo que lo acompaña durante toda la entrevista. Hace un paneo rápido de todas sus fotografías puestas debajo del vidrio de su mesa, y explica que cada una evoca a momentos y personas importantes en su vida. Finalmente, acomoda un detalle en particular que, sin duda alguna, es lo que lo hace único en su especie, si de música se habla: una piña.
Lo particular de todo es que esa fruta protagoniza cada rincón de su casa. Hay piñas por montones: en los estantes, en la cocina, en la sala y hasta en los cuartos. Varias de estas han sido regaladas por personas que lo estiman mucho como sus hijas, sus nietos y colegas. Confiesa que muchas veces no sabe dónde poner “tanta piña”, pero que siempre las recibe con el mayor de los gustos. Eso sí, aclara que acepta la fruta en forma de adorno o estampada en camisas, tal como está en su peluche favorito, que le regaló su hija Katherine. Lo más insólito es que resulta difícil explicar que no le gusta el sabor de la fruta y que no la come en ninguna de sus presentaciones.
La fruta se ha convertido en su sello personal, eso que lo diferencia del resto y que hoy en día agradece, ya que con tantos artistas floreciendo en los distintos géneros, es fácil perderse entre el montón. Gracias a su dedicación y carisma ha alcanzado grandes triunfos a lo largo de su vida, como ser el merecedor de cuatro Congos de Oro en los años 1980, 1981, 1983, y 1993 , e incluso ser ganador de un Grammy Latino en el 2012 por su álbum “Le Canta a San Jacinto” en la categoría mejor álbum cumbia/vallenato.
En el 2020, como de costumbre desde el año 68, Juan Piña disfrutó del Carnaval de Barranquilla, pero esta vez llegó de una manera distinta al ser el gran homenajeado en uno de los eventos más importantes de esta fiesta barranquillera, La Guacherna. Para él, significó mucho recibir la distinción en vida, ya que es un privilegio que no muchos pueden alcanzar. Se preparó y cuidó en salud día y noche para regalarles a los asistentes del evento lo mejor de sí, colocó todo en manos de Dios y honró los 60 años de trayectoria musical, que con sudor y lágrimas, hoy tiene la dicha de tener. Se preocupó mucho por mantener la tradición en sus canciones y sus ojos se llenan de luz al contar lo increíble que fue ver a numerosas comparsas bailando sus más preciadas canciones como “El Cumbión del Junior”, “La Tumbacatre”, “La rama del tamarindo”, entre otras.
El camino para llegar a ser uno de los representantes más queridos y admirados por muchos no ha sido nada fácil. “Yo he sufrido muchas cosas en la vida… pero también he ganado muchas”, afirma el maestro. Todo lo que ha logrado es gracias a su disciplina y orden, aspectos que fueron inculcados por su padre, su mayor “referente y espejo”, y que hoy aplica donde vaya. Recuerda con mucho cariño y dulzura aquellos días en San Marcos donde acompañado por su padre, cantaba en los pesebres del pueblo. Además, no se olvida de las veces que le tocaba ir por la plaza ofreciendo los carteles del teatro para así poder ganarse la entrada a ver la película. Su padre era su guía y su mejor amigo, le gustaba pasar toda una tarde acompañándolo mientras él punteaba la guitarra que le había regalado, luego de descubrirlo, “sin querer queriendo” a los 8 años cantando en el patio de su casa. Ahí comenzó esta bonita aventura en el género musical.
Desde su sillón, con la sonrisa de oreja a oreja, tararea “Dile que por mi no tema”, de Celia Cruz, la canción que le evoca ese momento especial. Se dispone entonces, con un rosario en la mano y otro puesto en él, a escuchar las risas de los niños que juegan felices en la cancha de fútbol situada en frente de su apartamento, mientras que poco a poco llegan a él momentos que lo han definido como artista y persona, y que lo han llevado a entender que él es “Juan Piña y más na’”.
El cantante acompañado de sus grandes amigos Juancho Rois, y Rafael Orozco
Uno de esos momentos que permanece en en su memoria hasta el día de hoy, ocurrió a sus 14 años al vivir una de sus peores experiencias: la muerte de su padre. Aquel que era la luz de sus ojos ya no iba a estar motivándolo en vida a seguir creciendo artísticamente, por lo que para él, fue un shock muy fuerte al “quedar bastante biche para la música”, y al darse cuenta que ahora era a él a quien le tocaba hacerse cargo de su madre y de sus 20 hermanos. Por eso, decide irse de su pueblo a Medellín en busca de oportunidades junto a su hermano Carlos.“Medellín era la ciudad apetecida y que tenía las mejores casas grabadoras en ese momento”, dice el cantante, que también cuenta que pasó hambre y que le tocó ir de puerta en puerta para así poder mandar el sustento a casa. Llevaba una gran carga encima y sufría mucho al no encontrar lo que estaba esperando. Después de varios meses en el intento, llega a la orquesta de los Hermanos Martelo, cuna de éxitos como “Cartagenera”y “Macondo”. Desde los años 60, la orquesta fue lo mejor que le pudo pasar. Allí siguió aprendiendo el orden y la disciplina que su padre le había enseñado. “A los Hermanos Martelo uno tenía que llegar bien ‘embolaito’, los zapatos, el vestido que se notara el quiebre del pantalón, ‘motilaito’, las uñas pintadas…”
Con la orquesta de los Hermanos Martelo vivió momentos inolvidables, tanto buenos como malos. Uno que no se le escapa de su memoria fue aquella vez, a sus 16 años, en una presentación en el Club Campestre de Medellín, en la que la junta directiva llamó a los Hermanos Martelos a decirles que tenían que suspender la orquesta “porque el negrito no puede estar en el Club”. Agradece enormemente el ser respaldado por la orquesta, pero afirma que no ha sido la única vez que ha sufrido discriminación.
Cuenta que después de casarse con quien ahora es su ex esposa y llegar a Barranquilla, decidió comprar una casa en el barrio Riomar donde vivía con sus primeras tres hijas. Sus hijas querían otro ambiente, por lo que le pidió a su primo Francisco Piña, en ese entonces gerente de Postobón, que le consiguiera hacerse socio del Club Alemán. Para su sorpresa, pasada dos semanas de su solicitud, su primo le informa que “presentó los papeles en el Club, pero que se dividió la opinión…” al preguntarle el porqué, Francisco le dice: “tienes todos los requisitos económicos, pero… eres negro”. Aún hoy le duele recordar ese momento y le parece lamentable que sigan existiendo casos de discriminación racial, aunque hayan disminuido un poco, a nivel mundial.
Juan Piña confiesa alegre que actualmente es hincha del Junior de Barranquilla gracias a su colega y amigo Rafael Orozco, ya que antes y desde muy chiquito lo era del Unión Magdalena, pero al ser el intérprete del “Cumbión del Junior”, Orozco lo convenció de dejarse llevar por las emociones que le hacían sentir la canción, y de ahí nace su espíritu juniorista. Con una sonrisa pícara informa que próximamente volverá a grabar el tema con muchos de los actuales jugadores del equipo, respetando la tradición de quienes ya se han ido y agregándole no solo una nueva letra, sino también y como era de esperarse mucho sabor costeño.
Juan Piña en grabación del “Cumbión del Junior”
A pesar de ser conocido principalmente por sus canciones y por su carisma, explica que uno de sus pasatiempos favoritos es leer. En la lectura encuentra su propia manera de escapar del mundo, “he aprendido de la vida, leyendo”. Cuando no quiere hablar con nadie, busca en su mesita de noche a un compañero que nunca le falla. Sus amigos le prestan libros y él los lee gustoso porque siente que así se culturiza más. Uno de los libros que más aprecia es “El poder de tu mente subconsciente”, del Dr Joseph Murphy, un regalo de su mujer gracias a una recomendación de su médico ortopedista.
A Piña no solo le encantan los libros, también disfruta coleccionando rosarios y lapiceros de colores. Si bien se puede apreciar en su escritorio la variedad de plumeros en su portalápices, confiesa que cada uno guarda una importancia para él, ya que al momento de escribir lo hace por los colores que estos tienen, lo cual le ayuda a recordar mejor donde apuntó las cosas. “Yo vivo, gozo y deliro escribiendo en un cuaderno lápiz por lápiz de diferentes colores”.
Al caer la tarde, con un vaso de agua en la mano y ya casi por finalizar la entrevista vienen a mi mente algunas razones por las que Juan Piña permanece en los corazones de mucha gente. Canciones como “El emigrante latino” y “Compañera” aún siguen de moda y están vigentes hoy más que nunca, no solo para el público, sino también para el cantante, quien guarda un cariño muy especial por estas dos específicamente. La primera la considera su cédula musical, ya que fue la primera canción que cantó una vez se independizó de la orquesta de los Hermanos Martelo. La segunda tiene para él un sentimiento incomparable, desde la primera vez que la escuchó le recordó a su madre, fiel compañera de vida y por la que ora día y noche. Para él, su mamá estaba reflejada en esa canción, y por ello no dudó ni un segundo en aceptar cantarla. Aún le cuesta su pérdida y hablar de ella hace que su corazón se arrugue, por lo que, se detiene antes de empezar a contar más, y cuando logra tomar fuerzas, se refiere a ella como su todo, su confidente, su primer amor. El vínculo que existe entre madre e hijo desde antes de nacer sigue presente en él y afirma que la siente todos los días al orar. Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada se levanta un momento de su asiento para sacar de su bolsillo su billetera y mostrar una fotografía de su madre junto a su abuela, la cual ha llevado consigo desde hace mucho, lo que se hace evidente al ver el estado de la fotografía. Es su más preciado tesoro, no deja que nadie se la quite. La mira con el anhelo y la esperanza de poder tener a su madre en vida, compartiendo sus triunfos. Sin embargo, al caer la primera lágrima salta a la realidad y se da cuenta que aunque no esté con ella, ella siempre estará velando por él “desde arriba” en el cielo y “desde adentro” en su corazón.
Conmovida, cierro mi libreta de apuntes con la convicción de haber conocido a un gran ser humano, más allá que a un gran artista. Uno que le recuerda a su gente con cada canción que la música es eterna, que “cada canción es como una fotografía” que traslada a un sinfín de emociones. Uno que a pesar de vivir épocas oscuras, como la vez que decidió abandonar su país para ir a Estados Unidos por 2 años, al sentir que la música folclórica no estaba siendo apreciada, mantuvo su cabeza en alto y no se dejó derrotar por las humillaciones recibidas ni se limitó por su condición económica en aquel entonces. Tuve al frente un verdadero ejemplo de superación, no solo en el ámbito profesional, sino también personal. Recibió varias pérdidas de familiares y colegas como Rafael Orozco, Diomedes Diaz, Joe Arroyo, y el periodista deportivo Fabio Poveda Márquez, a los cuales quería como hermanos. En ese momento sintió que su mundo se venía abajo, pero son ellos quienes ahora desde el cielo le ayudan a mantenerse más vivo que nunca haciendo lo que más le gusta. Sus hijas, nietos y esposa son su adoración, y la razón por la que lucha todos los días para seguir adelante. Se cuida mucho en salud, y a pesar de tener un problema de rodilla, mantiene una actitud positiva, ya que “la rodilla no es la que canta”.
Juan Piña le permitió al pueblo barranquillero en estos carnavales gozar de sus canciones y bailar al son de ellas. Fue el homenaje perfecto a una trayectoria musical tan respetada, pero sobre todo sudada. Su slogan de vida es una obra maestra que transmite palabra por palabra la esencia de quién es hoy por hoy y que lo resume de manera perfecta “Nací en San Marcos, me hice en Medellín, y Barranquilla me dio la fama”. Así es él, lleno de vida, de alegría y de colores. Después de todo, no queda duda que Juan Piña nació para ser grande.