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Por: Lucía Gabrielle González

Para escribir esta crónica me encontré con mil y un inconvenientes, creo que eso me gano por escoger un tema como “el consumo recreativo de marihuana en jóvenes”, delicado para muchos, vergonzoso para otros, y para la mayoría de la población colombiana (más en las periferias) un asunto que es mejor evitar.

Las personas expertas en el asunto son pocas, las entrevistas complejas o las personas no creen que hablo en serio cuando pido el número de un contacto. Pero el esfuerzo dio sus frutos y pude trabajar una trama tan prohibida y misteriosa. Sobre todo, desde una perspectiva que como escritor me inspira cada día: historias de vida.

Esta crónica tiene contenido sensible e incómodo para cierto público. A petición de los entrevistados, se dará protección a sus identidades. Así que sus nombres serán cambiados. Sin embargo, esta crónica no es un relato de ficción.

La marihuana es un personaje que siempre ha estado inmerso en nuestra sociedad. La distinguimos en las religiones. Por ejemplo, cuando fue traída por los africanos y adaptada para los cultos indígenas. También, en la esfera social, beneficiando al desarrollo de ciudades por el alto flujo de dinero que existía por ser uno de los productos más demandados en periodos que marcaron la historia colombiana. La Bonanza Marimbera es un claro ejemplo, con impactos significativos en la construcción de ciudades en los departamentos del Atlántico, el Magdalena, el Cesar y la Guajira.

La marihuana también ha sido protagonista en procesos de destilación del arte, la medicina, la terapia psicológica y entre otros muchos papeles a lo largo de la historia. Sin embargo, ¿cómo la vemos reflejada en la vida de las personas? ¿Cómo se vive de verdad ese morbo y misterio alrededor de ella? Son preguntas más reales y más íntimas por las que quise aventurarme a investigar.

MOMENTO I

Ivan Illich

No lo volveremos a hacer, ¿verdad? -. Preguntó Iván.

Ella negó.

Y así guardando el secreto como el más terrible crimen, ellos juraron no volver a intentarlo mientras estuvieran juntos.

En ese momento Iván no encontraba diferencia entre la marihuana o el bazuco. Le habían enseñado que eran drogas, eran malas. Fin. Y por eso, la culpabilidad se apoderó de ellos. No sólo habían fallado en su tarea, sino que habían decepcionado a sus familias y los valores que fuertemente habían sembrado en ellos. Lo que dejó como resultado la confidencialidad del acto prohibido, sellado por culpabilidad y arrepentimiento.

Todo había empezado por preguntas tan inocentes como “¿por qué los músicos acuden a ella? ¿Por qué en las películas la muestran tan distinta?”

“Esto no puede ser lo que me han dicho.”– Se cuestionaba Iván.

Y sólo un inocente cuestionamiento, luego se convertiría en una enérgica curiosidad.

“Sara era una pelada con la que salía. Hagámosle. Le dije.” No fue muy difícil convencerla, ambos estaban llamados por esa inquietante idea rebelde: aclarar el mito y romper el tabú. Iván no me aclaró en si pensaron en los peores escenarios. Sólo lo narró como la idea loca de dos adolescentes de onceavo grado que buscaban hacer locuras con la persona que te gustaba. Una forma de ir en contra de la corriente y ver hasta dónde podían llegar.

Les preguntaron a sus amigos, que preguntaron a otros, y así, hasta estar dentro de la red de venta de la flor del cáñamo. En 3 horas ya tenían el contacto para hacer su propia investigación y llegar al meollo del asunto. Como dijo Iván, “haciendo uso del método científico”.

Agendaron una cita y al día siguiente a las 3 p.m. fueron por su pedido.  “No fue nada misterioso, no hubo chamarras, códigos clave o traspasos elaborados, solo dos sujetos que intercambian un producto. No muy diferente a comprar una gaseosa en una tienda.”

Fue algo tan rápido y simple que puede contarse en un párrafo. Iván cuenta que para ellos fue algo tan alígero que cuando lo notaron ya la tenían en la mano.

¿Ahora esto qué? -. Se preguntó Iván. “Sólo habíamos pensado en conseguirla. Probarla ya era una cosa completamente diferente. Ya significaba tener el valor de hacerlo”.

“Aunque el ritual empieza desde el momento en que decides conseguirla.”  Primero, la decisión; Segundo, el conseguirla; Tercero, “¿y ahora que vamos a hacer con ella?” Cuando la sientes en la mano, la decisión se materializa y ya llega a tu cabeza la pregunta que te hace seguir o echarte para atrás. “¿Sí voy a hacer esto?”

Sara e Iván se citaron en un parque oscuro cuando cayó la noche para que nadie pudiera verlos. Estaban solos, había hojas caídas, el sonido de la brisa y no había iluminación alguna. El lugar era tan misterioso como el hecho mismo.

Iván no podía dejar de mirarla, porque, aunque ella no dijera nada, él podía leerlo en sus ojos. Se conocían desde hacía mucho tiempo, habían compartido durante mucho tiempo. Sabía que ella estaba a punto de arrepentirse.

Habían llevado un gotero y lo tenían a su lado como arma de un crimen que esperaba usarse. Sabían cómo fumarla sin pipa, lo habían copiado de un vídeo en YouTube. Además de eso, su información era vaga. Solo sabían lo que escuchaban de terceros o lo veían en películas.

Prendieron el mechero, expusieron el cristal a la llama. Expectantes con el ritmo acelerado, las manos sudadas y el “cuerpo cosquilleando por la adrenalina y el nerviosismo”, esperaron a que calentara.

“Tenía los dedos y los labios quemados” Dijo Iván como una breve conclusión al hecho.

Aunque sentían que lo que hicieron estuvo mal, era más fuerte la decepción de no haber sentido nada. “Tanto que nos arriesgamos y no nos pegó” Se quejó Iván. E inició otro ciclo de preguntas interminables entre él y Sara.

Se preguntaron si habían seguido bien las instrucciones, o si era algo que ellos habían hecho mal, o, simplemente, todos esos escenarios fatídicos de los que les advirtieron, no eran más que meras que sobreprotecciones absurdas, para generar “un atentado directo a la moral”.

J Mario

El reloj pasaba lento, las manecillas sonaban y el tic tac era lo único que resonaba en la cabeza de J Mario. 5 … 4 … 3 … 2 … 1. El timbre sonó.

El profesor agarró sus cosas y salió del curso. Todos los muchachos salieron disparados hacia la cafetería y sólo algunos quedaron en él. J Mario se levantó y se sentó en el brazo de su pupitre.

¿Trajiste hoy? -. Le preguntó un compañero de clase.

J Mario sacó la mercancía y se las enseñó a sus clientes fieles.

El que preguntó se acercó a coger uno, pero él lo detuvo.

Ya sabes, te lo comes en tu casa. Aquí no-. El muchacho de catorce años asintió. – A ver, los 7 mil pesos-. Le dijo.

Él igual que sus otros dos amigos pagaron y J Mario dejó ver los provocativos brownies en sus bolsas y se los entregó a cada uno. Los muchachos lo guardaron en su maletín y salieron a recreo.

Era fácil hacer dinero de esa forma, el colegio era el lugar ideal para vender Happy Brownies. Un lugar de niños repletos de curiosidad, con ínfulas inocentes de grandeza y, lo más importante, inexpertos en el tema de las drogas. “Los brownies realmente debían venderse a 4 mil pesos, pero en la escuela los ingenuos pagaban cualquier precio por tener algo por lo que alardear con sus amigos”. Cuenta J Mario.

El muchacho salió de clases y se encontró con su novia, menor que él, habían quedado en ir al cerro con sus amigos. “Mi novia, un amigo y yo éramos los pequeños del grupo, los otros eran pelaos de diecinueve y veinte años”. Sin embargo, él estaba acostumbrado a eso. Esos era parte de su cotidianidad. Llegaron, y efectivamente, allí los esperaban.

El Cerro El Cundí en Santa Marta, un mirador que ahora está en el olvido en uno de los barrios más “dichacharacheros” en los tiempos de carnaval y donde se reunían para celebrar sus tertulias. Tomaban, se metían pastillas o fumaban. Ese cerro era el santuario de J Mario. Lugar donde consumió por primera vez y escapó de su asfixiante vida.

José Luís Ariza, practicante de psicología en el ala de farmacodependencia en la IPS Reiniciar que también funciona como clínica psiquiátrica señala que las principales causas de consumo de marihuana son: problemas intrafamiliares, en estos casos la marihuana se convierte en un escape; la falta de acompañamiento o de una autoridad obstaculiza la formación del carácter; deserción escolar, el bajo nivel de educación y ausencia de un proyecto de vida, lleva a estos jóvenes por optar por el camino más fácil y dedicarse a la compra y venta del psicoactivos; presión social por parte del grupo, ya sea consciente o inconscientemente. Cuando hay consumo en el grupo que te rodea hay una influencia que directa o indirectamente te obliga a consumir.

Comando los saludó desde lejos. Estaba vendiéndoles pepas a otro grupo. Comando era el vendedor de la zona, los saludaba cada vez que iban, ya los identificaba y preguntaba por ellos. Se sentaba con los pelaos, hablaban de la vida y sus problemas. Un hombre corriente, de estatura media, que vestía camisetas y bluyines. Nada de tatuajes o cicatrices. “La película está muy alejada de la realidad, cualquiera vende y cualquiera fuma. Un pelao como tú o como yo, un señor con una familia.” Expresa J Mario.

J Mario envuelto en ese ambiente, viendo a sus amigos, a Comando, y los otros grupos, se preguntó en qué momento se había convertido en uno de ellos. Visitaba el cerro muy a menudo, sus amigos fumaban desde hacía tiempo, él vendía, no es como si fuera algo nuevo para él. Siempre le temió, pero como en todas las decisiones importantes en nuestra vida, “se lanzó y probó”.

Estaba sentado junto a su novia y sus amigos. Ya se la habían ofrecido varias veces y él se había negado, pero las promesas y el deseo de olvidar eran mucho. Al final, decidió arriesgarse por ese bunker fuera de su vida. Un lugar donde no existieran preocupaciones, donde su abuelo maltratador no cabía, su papá no lo había abandonado, las expectativas de su madre no lo aprisionaban. Era una habitación en su cabeza donde, no es que fuera feliz, simplemente no era, no importaba, no sentía, sólo se disfrutaba y fluía.

Para muchos siempre ha estado la duda acerca de si es cierto que tiene efectos la primera vez. Antes él fumaba cigarro. “Te coge como fumes.” “dos jaladas y un ratito.” y se sintió “más relajado”. “Los brazos se me pusieron fríos y la boca seca. Tenía sed, mucha sed.” Narra.

MOMENTO II

Ivan Illich

Mientras estuvo con Sara, cumplió su promesa y no volvió a acercarse a la marihuana. Había terminado el colegio, entró a la Universidad en la facultad de Arquitectura, se mudó desde Yopal a Bogotá y las cosas con Sara habían terminado.

Ya en la Universidad con más libertades, lo intentó nuevamente. Habló con sus amigos en la Universidad Nacional y consiguió el encargo, “las tres primeras veces estaba ese vacío”. No le cogía y el ego se jactaba diciendo “soy muy fuerte para esta cosa”. Aunque no entendía esa sensación de las que sus amigos presumían, esas veces sí sirvieron para ir perdiendo esa culpabilidad que lo perseguía. Tal vez por eso no le hacía efecto, por el sentimiento de persecución y de autoflagelación que tenía después de haberla fumado.

Ya la cuarta vez hubo una sensación diferente. Un momento delicioso en el que lo comparas con tu primer amor. “Ese momento idílico en el que todo es perfecto y quieres que otras veces sean como esa, pero es imposible. No se siente igual”.

“Nunca vuelve a ser como la primera vez, si esta era un 10, las otras son un 5 o un 4”.

Me pregunté por qué esto ocurría y busqué a un experto en los efectos de la marihuana en el cuerpo. Contacté a la Dra. Lenis Rivera, Médica de la Universidad del Rosario, Magíster en Medicina del dolor de la Universidad Rey Juan Carlos de España y Magíster en Medicina Tradicional China y Acupuntura de la Universidad Nacional y me explica que al igual que las medicinas, el cuerpo empieza a crear una resistencia, y los efectos disminuyen.

“Muchas personas emigran a otros tipos de drogas duras para poder experimentar lo que alguna vez sintieron y por eso se vincula a que es ese puente a la drogadicción y ahí sí, es donde acaba contigo”. Explica Iván.

Entonces en mí llegó la pregunta ¿si la marihuana no es mala? ¿Cuál es el problema?

La Dra. Lenis pudo explicármelo. “El problema no es la planta” dice ella. El problema es la concentración, dosis, la producción y genética de la misma. Y allí es la gran diferencia entre el uso de la marihuana para uso recreacional y el medicinal. El cannabis para uso medicinal procura protocolos como la selección genética, que estandariza la planta para dar estabilidad para que los medicamentos generen el mismo efecto este mes y el próximo. El autocultivo genera variedades que no permiten que actúe igual en cada consumo, además de los residuos que quedan en él como insecticidas, bacterias y metales pesados que pueden generar un efecto nocivo en la salud de las personas.

Me atreví a preguntarle a Iván sobre el morbo, el qué se siente la experiencia y su respuesta fue tan descriptiva que me sentí inmersa dentro de su relato.

“Se perdía el cargo de conciencia. Uno se da cuenta que no era cercano a lo que había pensado” Cuando te coge y lo experimentas te preguntas “¿Qué fue esto? Algo que no puedo controlar. En todas se comparte el flujo de sangre por el cuerpo, un palpitar más fuerte”, te sientes más vivo y a la vez más muerto. “Un adormecimiento de los ojos y un cosquilleo que te recorre de arriba a abajo”.

“La primera vez todo es absurdo. Hay lapsos de memoria, la percepción del tiempo cambia. “Algo que se demora 5 minutos, puede demorar 1 hora”.

Se levantó de entre su grupo de amigos y caminó hacia la esquina. Sentía que llevaba una eternidad caminando. Sus pies se movían en cámara lenta. Luego, todo se movía como de costumbre, pero los periodos de tiempo se alargaban. Era como si se moviera dentro de una normalidad rápida que lo dejaba atrás.

“Te sientes en un filtro de Instagram, donde todo es más brillante, los sabores se degustan mejor y la música es más palpable. Te conviertes en alguien muy sensible”.

¿Es como si te quitaras la piel y quedaras a nervio vivo? -. Le pregunté.

Exactamente.

Le pregunté a la Dra Lenis, si utilizar la marihuana de forma medicinal no tendría los mismos efectos. Y aunque diferentes, el uso de la flor del cáñamo puede generar efectos secundarios en los usuarios como aumento de la frecuencia cardíaca, mareos, alteración de la memoria y la concentración. Ella explica que el ser humano cuenta con el sistema endocannabinoide, lo que quiere decir que todos tenemos cannabinoides en nuestro cuerpo. Gracias a este sistema tenemos receptores que es lo que permite que nuestro cuerpo reaccione a los componentes de la planta del cannabis. Vale aclarar, que el cannabis medicinal no es primera línea de manejo, lo que quiere decir que ellos no curan per se, sino que sirve de potencializador de otros medicamentos.

La marihuana es un acompañante particular porque es cambiante. A veces es una mujer hermosa de piernas largas que te seduce y te hace pasar un momento eufórico; y otras veces se disfraza de parca y te arrastra a tus más oscuros pensamientos. Iván prefiere fumar en grupo y sentirse en un ambiente de confianza y fragilidad. “Todos están en un estado de vulnerabilidad y no queda más que confiar en la otra persona”. Sin embargo, cuando lo hace solo “por más feliz que se siente, siempre está ese sentimiento de abandono y soledad”. Todo lo sientes a flor de piel, lo bueno, pero también lo malo.

Iván está en su cuarto, echado en la cama escuchando a Silvio Rodríguez. “Destilando lo que escucha”. Disfruta encerrarse en su habitación y fumar. Desvincularse de la tierra y realizar trabajos, ver películas o escuchar música.

Pasa el tiempo y no lo siente. Son solo 20 minutos de efecto, pero él sigue tirado en la cama, “la forma diferente de ver las cosas, por la alteración del espacio físico y de la materia, podía llegar a interpretaciones distintas, no profundas, pero sí diferentes”.

Cuando mira el reloj, se da cuenta que el tiempo ha volado y no se ha percatado de ello. Toma las gotas que tiene en su mesa de dibujo y se las echa para evitar los ojos rojos. Toma sus cosas y corre a la Universidad Piloto para trabajar con unos compañeros en una entrega.

Cuando llega, sus compañeros ya no están. Mira su celular.

“Te esperamos y no apareciste” Lee en la pantalla y se regresa a su cuarto de pensión.

Al día siguiente, se echó una “jalada” antes de ir a clase para que fuera más llevadero. Además, nadie lo notaría. Otra vez, su noción del tiempo falló y el efecto se extendió un poco más y no podía salir de su habitación. Cuando estuvo más calmo, corrió a su clase (ya que vivía a dos cuadras de la Universidad), pero era muy tarde. El profesor ya no le dejaría presentar el examen.

Cuando empezó, sólo lo hacía cuando se podía, en fiestas o encuentros. Sin embargo, “luego uno comienza a saber y se cala la información y puede hacerlo con más frecuencia”. Ya después de más de dos años, conoce los lugares en donde frecuentan los vendedores. Como en las zonas solas de las universidades y los parques más que todo.

Algo que le costó a Iván y tuvo que ir manejando conforme crecía con la marihuana como su amiga es el tema de la responsabilidad, “ser selectivo con los espacios y el momento. Ya no es un carácter especial, afecta la normalidad y hay que saber cuándo sí y cuándo no.”

J Mario

Estaba con la cara partida, echado de brazos y piernas abiertas. Tenía dolorida la cara. El recuerdo de él influenciado por el miedo golpeándose con una matera habían llegado a su cabeza. Se había dado cuenta que había tocado fondo.

José Luís Ariza indica “La drogadicción es un tema tabú que nos genera muchas dudas al respecto, el volverse o no dependiente es una lotería, es un 50:50.”

Y J Mario había jugado esa lotería. La marihuana fue uno de los promotores de sus problemas durante ese año (2014). Unos amigos a los que le había vendido Happy Brownies se lo comieron en clases y no les hizo efecto.

Eso no nos cogió-. Se quejaron ellos.

Ñerda, ¿estarán dañados? -. Se preguntó J Mario. Ellos se encogieron de hombros-. Bueno, tomen-. Y les dio otro para que lo dividieran.

Estaban en plena clase, cuando uno de ellos comienza a vomitar, no pasa mucho cuando el otro le sigue. Pasó el tiempo y seguían vomitando, los llevaron a urgencias y los ingresaron por intoxicación.

A J Mario casi lo echan del colegio.

Había empezado como un juego con los amigos, pero cada vez se convertía en una necesidad. Para J Mario, el estar desinhibido del mundo era una obligación consigo mismo. Era un muchacho con un ingreso limitado y no alcanzaba a cubrir su vicio, entonces pasó al Clonazepam. “era más rentable. Una caja costaba 10 mil pesos y trae varias (10 unidades). El problema con eso es que a medida que lo tomas… hoy es una, la otra semana necesitas dos, luego tres y así”.

Jorge Luís Ariza, practicante de psicología afirma “el consumo es jugar a probar con tu estado mental, ya que nada te garantiza que generes o no dependencia”. Sin embargo, explica que la dependencia o no dependencia del cannabis depende de su uso, más que de la planta en sí. El cannabis en uso medicinal tiene un porcentaje de dependencia del 2.5-2.9% un 30% menor al uso recreacional.

J Mario a sus catorce años ya había probado cigarrillo, marihuana, antidepresivos y alcohol. Hizo un cambio de amigos, porque no muchos aprobaban la forma en la que estaba viviendo por la sustancia psicoactiva. Estaba “full metido, me llegaban 4 mil pesos y me iba al cerro a comprar.  De donde podía sacaba para ir a comprar más y más”.

Nunca temió a que lo pillaran consumiendo en lugares públicos. “La policía te pide plata, los policías son así de hijueputas”.

A diferencia de Iván, la familia de J Mario sí lo descubrió.

Estaba con los amigos en el cerro, estaban hablando y molestando un rato.

Se comió un brownie y le cayó mal. “No podía hablar o mantenerme erguido”. Cuando llegó a casa su mamá se dio cuenta. Con ira ella le pegó una y otra vez. Él se fue a su cuarto y se quedó rendido. Al día siguiente, como desayuno su mamá lo esperaba con chancla en mano.

Pasó un mes hasta que a su mamá “se le pasó la rabia” y J Mario volvió a salir. Aunque su mamá hizo el intento de “corregirlo”, J Mario hizo caso omiso a los regaños de su madre y “llegó con otro brownie encima”. Lo recibieron con golpes nuevamente.

Llegaron las fiestas decembrinas y llevaba un tiempo sin consumir por una promesa que le hizo a su novia, pero cuando rompió su promesa, como castigo divino se intoxicó.

Vomitó muchísimo y no recuerda casi nada de esa noche. No sabe cómo llegó a su casa. Solo se acuerda que cuando lo hizo, se percató de que perdió su celular nuevo. Por miedo a que su mamá lo descubriera, se lanzó en una matera con la intención de romperse la cabeza. Cuando llegó a su casa le dijo a su mamá que lo habían atracado y lo habían lastimado en el forcejeo.

Al día siguiente, la confidencialidad de amigos fue rota. Estaban tan preocupados que le dijeron la mamá de J Mario lo que había hecho.  Otra vez le pegaron, pero esta vez su mamá intentó algo más radical y lo encerraron durante cuatro meses. El síndrome de abstinencia apareció después de un tiempo y vomitaba, tenía dolor de cabeza y escalofríos.

Para J Mario esos meses fueron una tortura, no por el encierro o su cuerpo acostumbrándose a la sobriedad, sino por el ambiente de desconfianza y tristeza que se respiraba en su hogar. “Intentaba sacar al perro y mi mamá no me dejaba porque temía que me escapara y me fuera a consumir.”

¿En qué me equivoqué al criarte? -. Le preguntó su abuela con el rostro lleno de lágrimas.

Para J Mario ese había sido el detonante. No quería seguir viviendo de esa forma, encerrado y decepcionando a la gente que amaba. En su cuarto había una reja, tomó una sábana y la amarró. La puso alrededor de su cuello y sin pensar demasiado, brincó del taburete. Aún tocaba el piso, pero sentía la presión alrededor del cuello. Perdió el conocimiento. Cuando se levantó, los párpados le pesaban, tenía los brazos entumecidos y fríos, la sábana estaba a su lado y sin saber cómo ponerse en pie se quedó echado sobre el suelo frío y le dio fin a esa parte de su historia.

Espero que con esta crónica se repiense la percepción de marihuana. Desde el producto, hasta los consumidores. La marihuana es un tema delicado y cada uno tiene una opinión al respecto. Sin embargo, no hay arma mala, mala es la forma en qué se usa.

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