Por: Francis Escobar Arias
Una casa de la que todos hablan, ya sea por las conjeturas en torno a su difunto dueño o por los misterios que esconden los inusuales dibujos plasmados en sus paredes.
“Acá los vecinos dicen que él y la mujer se ponían ahí…en pelotica a dibujar”, eso fue lo que dijo Marlon dentro de la casa, mientras yo decidía hacia dónde dirigir primero la vista.
Un castillito le llaman los que viven cerca al lugar. Ha de ser porque lo que cualquier citadino podría describir como unas bases para un tercer piso, ya que son vigas que intentan asemejar la estructura de una torre de un castillo medieval.
Un alma enamorada podría pensar que el hombre que ahí vivía, loco de amor, quiso hacer sentir a su esposa como una reina; o un ser más egoísta pensar que él mismo tenía delirios de rey.
No pude ocultar mi cara de decepción cuando llegamos al portón y este se encuentra con un candado de seguridad. Esa era la última calle, del otro lado se encontraba el mar. Dos señores, que venían por la acera, nos sugirieron volarnos la pared de la propiedad de al lado y entrar por ahí, puesto que la otra forma era por la playa y se volvía complicado subir.
Tal vez por gracia divina, o por terquedad, decidí rechazar la entrada fácil y nos devolvimos para emprender la travesía del lado del mar.
Vimos una fachada compuesta por paredes de roca y una entrada con dos vigas a los lados sosteniendo un techo de ladrillo, al fondo se veía el horizonte. Con la intención de acortar el camino le preguntamos a un muchacho que vivía ahí si podíamos atravesar el lugar para llegar a la casa abandonada.
Después de asentir se ofreció a acompañarnos, quizá la conciencia combinada con curiosidad lo invitó a no dejarnos solas. Ya en la playa, mi compañera y yo habíamos evitado el agua haciendo equilibrio sobre troncos y rocas, mientras nuestro guía se quitó las chancletas y caminaba por el mar.
Faltando poco para terminar de atravesar la costa, nos dimos cuenta de que las piedras no tienen la altura suficiente y las olas logran cubrirlas por completo. Nos quitamos los zapatos y nos doblamos el jean, algo que fue inútil pues estos terminaron completamente mojados.
Un acantilado de arena, que yo estimo tiene más de 15 metros de altura, era nuestro último obstáculo. Me sacudí la arena y me volví a poner mis zapatos.
Mientras mi compañera se ponía los suyos me dispuse a tantear el terreno. La arena cede al aplicar la mínima fuerza y lo que parecían rocas, no era más que arena compacta que defraudaba mi confianza al creer que podía servirme de apoyo.
La arena se deslizaba cuesta abajo, como la corriente de un río, y el joven muchacho, quién resultó tener más fuerza que la que aparenta su delgado cuerpo, nos ayudó a subir casi que a cada paso.
Si bien en los últimos 4 metros la subida estaba más empinada, fue el tramo más sencillo. Ya en esta parte hay rocas y árboles cuyas raíces están tan firmes que pude sujetarlas hasta llegar a la cima. Fue hasta ese momento en que se nos ocurrió preguntar el nombre de nuestro guía: Marlon Andrés, de 17 años.
El motivo del viaje estaba frente a mis ojos: “aquí tienen, la casa embrujada” fueron las palabras de Marlon al estar frente a la estructura.
Podría jurar que vi una sombra correr poco antes de voltear mi cabeza hacia la casa, pero esto no causó nada en mí más que curiosidad.
Por alguna razón, antes de entrar preferimos rodear las afueras. En una pared, detrás de la casa, se ven dos cuerpos con partes en relieve, la figura masculina tiene en su entrepierna una calavera.
Caminando por la parte de atrás vi que en algunos dibujos el pintor dejó escritos.
“AÑO 69 DE LA LUNA CANCER SALIDA PARA”, no sé si olvidó terminar la frase o simplemente se borraron las palabras. Todas las paredes tienen dibujos, algunas sólo caras, otras tiene cuerpos desnudos en su mayoría femeninos. En la entrada de la casa donde iría la puerta principal se puede leer NORMAL MAGIA.
El techo está decorado con círculos, uno dentro de otro e intercalando el blanco con el negro, hay dibujos donde la figura femenina está pintada de rojo, posee cola y cuernos, además varios de estos están rodeados por huellas de pequeñas manos.
Marlon dice que el dueño lleva 7 años muerto. No sabe de qué murió pero sí que quedó inválido. También nos cuenta que el difunto estaba totalmente cuerdo, pero los dibujos me hacen dudar de esta última aseveración.
En la pared donde están las escaleras para subir al segundo piso se puede leer “VOLADOR”, esto lo noté al leer la pared dos veces, la primera vez leí “VIOLADOR”. En el techo del segundo piso parece haber el mismo patrón de círculos, sólo que este está más desgastado y cuenta con el color rojo.
En la mitad del piso está lo que a mí parecer es una cama, hecha de cemento y pegada a este. En una de las paredes hay una fecha “06/07/0” el último número lo ha borrado el tiempo. Sobre esta fecha se lee “JD”, quizá esas son las iniciales de un retoño que tuvo el pintor en esa fecha.
Pasaban las cuatro de la tarde y esa luz naranja, que anuncia el atardecer, logró hacerme sentir cómoda sin importar la naturaleza del sitio. La ubicación de la casa es ideal, al oeste se contempla el mar, al sur se puede ver El Castillo de Salgar y los árboles son dueños de los puntos cardinales restantes.
Al irnos de aquel lugar no pude evitar mirar hacia atrás durante todo el camino, hasta que las ramas taparon por completo aquella casita llena de misterio. Muchos hablan de la casa embrujada, así que era casi imposible no entrar con cierta prevención, pero aquel sentimiento se fue desvaneciendo.
Afuera un paisaje perfecto, adentro enigmas proyectados en dibujos o simplemente el legado de un artista incomprendido.