Por: Don Rogelio
Es la noche de un pasivo jueves septembrino del tranquilo año 2019. La cuadra que da al Parque José Martí esta silenciosa y casi en un estado de inactividad. Hay unos carros aparcados en las aceras de él; algunas personas bajan las mascotas como devotos, destacan siempre algunos ruidosos yorkis grises o anaranjados y chit tzus de pelaje negro y manchitas blancas o también grises; unos niños juegan en el recién remodelado playón de arena seca y gris donde están unas nuevas máquinas de ejercicio de uso público y los columpios; algunos novios se besan sentados en bancas de cemento descascarado o de madera color hierba, o también en los cojines de las motocicletas.
En ese mismo momento, un muchacho sube al apartamento donde hasta hoy reside, después de una caminata causada por un mandado que era crucial. Se queda unos minutos siendo atacado por cualquier tipo de desocupación. No había obligación por realizar, la jornada de clases del día que se avecinaba era de clases irrelevantes, y la televisión estaba ofreciendo dramas y reencauches.
En aquel instante la cuadra es invadida por un envolvente emanar de notas musicales y olores llena de la vida que le faltaba a aquella noche, atravesando el aire caliente de aquel barrio y cualquier pared de las construcciones de la cuadra. Era el sonido de una trompeta calentando y ejecutando figuras para practicar; y a su lado el olor de una masa caliente, algo tostada en aquel instante, y con guiso y carnes a pleno hervir. Era la hora en la que había arribado la apertura de una noche de jueves más en una pizzería aledaña a su aposento. Cosa que con el desocupe azotando y unos pesos quedando en su vieja billetera Totto, lo lleva a la caída en el interés por saber de dónde proviene.
Saca de su closet marrón oscuro alguna prenda formal escasa. Pantalón azul oscuro, camisa de botones y unos desolados mocasines marrones intuidos por el cómo formales. Trata de cambiarse tan rápido como Clark Kent al meterse en alguna puerta que gira, y al terminar sale dejando en su hogar las luces prendidas, y el cierre con llave y candado. Baja las escaleras de cemento y piedra, en medio de luces viejas y paredes amarillas polvorientas; y sale subiendo la rampa del parqueadero, abierta en aquel momento, hacia aquella calle silenciosa. Voltea y le pregunta al portero:
-Pablo, ¿de dónde viene eso?
-Viene de allá, de la pizzería- responde el portero veterano
En aquel momento escucha una primera ejecución de un tema de jazz. La trompeta regresa y se impone como protagonista del acto. Es un viejo tema de Evans el que se escucha, pero en aquel momento no lo logra reconocer; su conocimiento de jazz era naciente en esos momentos, apenas sabia de intérpretes de jazz fusión o smooth jazz más comunes de una banda sonora de malls colosales y opulentos como Benson o Gorelick. Pero el olor a harina y la hipnosis fulminante de la trompeta lo hace expedicionar unos segundos con sus pupilas y encontrar el lugar.
Mira hacia los lados como eternamente se recomienda, y divisa unas luces amarillas que parcialmente iluminan unos cuantos metros de un pedazo de la calle y combaten con unos arboles tupidos que cubren la casa adonde se encuentran para poder exhibirse. Alla es hacia dónde camina al instante.
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Atraviesa la puerta que en su forma emula una especie de cueva, después de cruzar el jardín donde ya hay algunas mesas, luces y jazz emanando de parlantes escondidos. La entrada a la casa brilla gracias a su reciente repintado, donde se aplicó una capa nueva de su blanco común. A pesar de la oscuridad de la calle, encontró fácilmente el lugar con sus luces alumbrando cada frondoso palo, y un pequeño letrero rojo y con forma de circulo que parece una tapa plástica de refresco que reza:
Mazzino Pizza: Pizza Artesanal
Desde 2005
Avanza por la cueva alumbrada por luces amarillas propias de alguna lampara o candelabro y arriba a la caja hecha de muro de ladrillo, y una mujer alta, flaca, de pelo crespo azabache, sonrisa gigante y nariz espigada que atiende ahí lo saluda:
-Hola muchacho, ¿cómo estás? Es bueno verte aquí después de mucho
-Hola señora M, muy bien. Una pregunta, ¿de dónde viene esa música? –
-Es del patio, allá se hacen presentaciones de la banda de Mazzino y otros músicos en general cada jueves y viernes-dice la cajera
El muchacho abre los ojos con impacto y le dice:
-¿De verdad? ¿Sera que puedo pasar?
-Claro, es allá al fondo después de la cocina. Espero que te guste
Al momento avanza hacia una entrada sin puerta, en la que accede a un caluroso y poco colorido túnel de paredes grises donde hay un cruce de diferentes habitaciones que nunca había observado. Su impresión no era algo extraño e inesperado. Aunque en los años que lleva viviendo en este barrio solitario ya había venido varias veces al lugar, nunca había pasado de las mesas del jardín.
Justo en ese momento la música jazz que suena desde los altavoces baja su volumen hasta llegar al desvanecimiento y es intercambiada por el viejo tema de Evans tocado en directo. El túnel blanco también es cambiado por un patio de mesas de madera vieja oscura o plástico blanco recubiertas en manteles universales de color rojo con puntos del mismo color de aquellas ultimas. Las luces amarillas brillan en las paredes decoradas con arreglos y mobiliario rustico, los árboles y plantas clásicos del barrio que cubren el lugar regalan un ambiente cálido, y cada mesa esta decorada sosteniendo su mantel con un candelabro, un servilletero hecho de viejas botellas de vino cortadas y los recipientes universales de pimienta roja y orégano.
El muchacho decide sentarse en la mesa mas cercana a la entrada, la banda y su escenario, y la cocina. Un mesero moreno, alto, corpulento con camiseta blanca motosa le da una carta, de la que pide una pizza de pollo y verduras famosa del sitio, mientras espera observa a la banda terminar el tema de Evans. Son un grupo pequeño, clásico cuarteto de batería, viento, piano y bajo. Tocan dentro de una esquina más iluminada que el resto del patio, con un techo de cartones encima y un playón azabache de tela debajo de ellos para fijar los instrumentos.
Un hombre moreno y bajito toca el piano; un hombre de pelo largo, de facciones indígenas y aura de rockero modesto tiene la batería a cargo de sus brazos; un hombre alto, pálido y de pelo corto, toca un bajo costoso modelo Fender Jazz Bass amarillo; y un hombre veterano, de cabello, bigote y barba largos, grises y resecos toca aquella trompeta que atrajo el muchacho hasta aquí. En ese momento, este último prende un micrófono ubicado al lado de el y la banda confirma con aquella acción la interpretación de un tema mas, esta vez cantado.
Empieza una balada más movida o en términos técnicos midtempo, de la misma tonalidad de la Blue Bossa de Gordon, donde el piano y la trompeta coinciden en la misma progresión de la melodía. El hombre de pelo gris algo reseco, al terminar de accionar la trompeta, voltea a su micrófono, que esta tan cerca que p areciera que va a besarlo, y entona:
A cumba, cumba, cumba, cumbanchero
A bongo, bongo, bongo, bongosero
Era una ejecución más lenta y refinada del maniático y recordado tema de Rafael Hernandez, grabado en su más reconocida versión por Ismael Rivera. Variaron de ella el usar toda su letra, nada mas interpretando el coro en dos ocasiones más antes de acabar. Al mismo tiempo, el muchacho recibe su pizza de las manos del mismo mesero de camiseta motosa y olorosa a harina.
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Degusta su pizza de pollo hecho pequeñas migas blancas de sazón con verduras mezcladas mientras ve a la banda continuar. Van ejecutando y viajando entre melodías de Armstrong y Coltrane mientras el gran sabor de la carne blanca, harina tostada en la piedra y vegetales adobados en pimientas y aceite de oliva viaja por su garganta, regalando el placer.
En ese momento la banda toma un descanso. El muchacho deja vacío su plato blanco circular de cerámica antigua y se levanta a observar la infraestructura de los músicos, habla con cada uno de los modelos de los instrumentos y sus costos, hasta que el dueño, risueño y amable le dice:
-¿Te gusta el Jazz, muchacho?
-Pues, estoy adentrándome; pero si me gusta.
-Que bueno, espero que te haya gustado el espectáculo-dice el señor, sonriente
-Si, es increíble, me esta interesando mucho el jazz. También se tocar algunos instrumentos
-¿Cuáles?-preguntan el señor y el baterista coincidiendo
-Bajo, y algo de guitarra-dice el muchacho
Los músicos sonríen, el bajista se impresiona abriendo sus pupilas y el señor de pelo gris, confirmándose como líder de la agrupación, le dice:
-Bueno, si quieres tocar algún día con nosotros, eres bienvenido. Aquí estaremos
-Gracias-dice el muchacho mientras dibuja una cara de contento en su cara
Después de aquello, el joven vuelve a su mesa y presencia una tanda mas de cuatro canciones. Otra vez vuelve el viaje entre diferentes melodías y autores legendarios como del género como Louie, hasta finalizar la presentación con el aplauso de el y otros tres o cuatro grupos de personas, cada uno en su respectiva mesa.
En ese momento los músicos empacan, unos dos meseros llevan con apuro y alegría cada plato con las pizzas recién salidas de un horno de piedra que se perciben con la esencia del lugar, y el señor de pelo gris se va hacia el túnel. Uno de los meseros retira el plato vacío donde antes se emplazaba la pizza que el muchacho devoro, y le indica a el que la cuenta se paga en la caja hecha de muro de ladrillo. El muchacho se levanta y hace un viaje de regreso hacia la cueva donde esta la caja y se divisa el jardín.
Ahí se encuentra otra vez con la flaca mujer de pelo azabache, pero a su lado ahora esta, descansando, el señor de pelo gris algo reseco. Ambos eran los dueños de aquel lugar, dato que les confirma los propios comensales y ellos mismos. Ambos son residentes de la casa blanca donde se emplaza el restaurante.
El muchacho paga su cuenta, eran 3 mil pesos de cover para entrar al patio, y 25 mil la pizza junto a una soda que compro para acompañar su trattoria. Mientras lo hace, pregunta:
-¿Desde cuando llevan haciendo estas presentaciones?
-Las hacíamos en el pasado, después las dejamos un tiempo, y ahora las hemos retomado cada jueves y viernes-le dice el señor de pelo gris
-Que lindo, de verdad que el jazz necesita mas espacios como este. ¿No hay presentaciones en otros días? -dice el muchacho
-No. Pero también tenemos espectáculos de teatro con Los Improsibles,los martes-dice la mujer sonriendo
-Aunque tengo una idea muy buena que estoy teniendo desde hace un tiempo, hacer una especie de open mic cada miércoles o cada sábado-dice el señor de pelo gris
-¿De verdad? Entonces vendré este martes que viene, y espero poder terminar de aprender la guitarra para poder tocar cuando se haga ese open mic -responde el muchacho
-Bueno, estaremos encantados, aquí te esperamos. Gracias por venir, nos alegra que haya sido de tu gusto, vecino-le dice la mujer, dando su despedida
-Nos vemos, gracias por todo- le dice el muchacho a los dos
El muchacho camina por el jardín, ya con las mesas colmadas cada una de comensales. Sale por la reja blanca y camina hacia su apartamento, ya estando la noche oscura y atemorizante, pero con un aura de gusto y calma, y teniendo en sus adentros la promesa propia de venir a ver a Los Improsibles, el martes que se aproxima. También piensa volver el próximo jueves o viernes, volver a deleitarse con el poder del sabor de una pizza de horno de piedra, mientras suenan composiciones clásicas del jazz, mientras caminas en las calles solitarias del barrio.
Epilogo
Aquella promesa de ver a los ahora reconocidos Improsibles, nunca la pudo cumplir. A pesar de que volvió algunas veces más a los jueves de jazz, y que esperaba poder ir un martes a ver a aquel grupo de teatro. Sus ocupaciones universitarias le impidieron volver a aquel patio que olía a harina tostada y a carne o verduras hirviendo.
Cuando pudo regresar, con Mazzino habiendo remodelado el sitio, ofreciendo menús del día fracasados y diversificando su negocio, la pandemia ataco. El lugar cerro, el horno se apago y la casa dejo de alumbrar entre los arbustos y palos que aun la cubren. Pasaron los meses, intentaron regresar con los alivianadores domicilios, siguieron publicando en las redes que poseían y trataron de luchar por volver al servicio en ese patio, en el jardín y hasta en la remodelada cueva.
El muchacho guardo la esperanza de que volvieran a abrir aquella casa, pero eso nunca se ejecutó. Un día el horno de piedra vuelto a prender esperanzadoramente para cocinar pizzas a entregar, se apagó para siempre. La casa nunca se volvió a iluminar.
Hoy, aquel muchacho de cabello azabache alisado con queratina, cara lampiña y dulce, camisa de botones, pantalón azul oscuro y desgastados mocasines marrones, es ahora un universitario grandulón, corpulento, con una barba tan tupida como los arbustos de la pizzería, de semblante angustiado pero todavía amable, y que a veces viste con ropa de ejercicios; bermudas; o unos comunes jeans, camiseta manga corta y tenis. El todavía sigue caminando dentro de ese barrio solitario, sigue residiendo en ese apartamento del conjunto color rosa, y sigue mirando hacia aquella casa al dar sus pasos al parque o cualquier lugar, buscando ejecutar la visualización de alguna de sus memorias en aquella.
A esta casa todavía la arropan unos palos muy frondosos, pero su entrada de rejas blancas se encuentra encadenada por una cadena arrasada por el óxido; la maleza ahora domina la acera y el jardín; el logo con forma de tapa plástica de refresco desapareció; la pintura blanca y el techo de teja roja se desgastan y caen con el tiempo y abandono; y unos cartees de Se Vende pertenecientes a dos inmobiliarias diferentes, se encuentran en la reja que era la entrada y los dos extremos de los dos muros de arbustos que están a su lado, que ahora están más tupidos y abrasivos que antes.
Mientras lo mira, y a la vez decide voltear, se escucha el sonido de una trompeta practicando infructuosamente, dando una imagen lúgubre, deprimente y fantasmagórica que confirma que aquel hombre de cabello gris reseco todavía vive en aquella casa, recordando sus tiempos de jazzista y en los que aquel lugar fue, alguna vez, una pizzería y punto cultural.