Por: Melissa Fayad
Cuando somos niñas, los primeros contenidos que nuestros padres nos ofrecen para consumir suelen ser las tan aclamadas e “inocentes” películas de princesas de Disney.
Por alguna razón, a pesar de que me las vi todas, nunca fui amante de este tipo de películas, siento que no despertaron un interés en mí porque al final todas eran lo mismo: una princesa tenía alguna aventura durante toda la película, para terminar igual; es decir, poder estar con el príncipe y ser felices para siempre.
¿Por qué siempre los finales felices implican que las princesas consiguen a su príncipe? Detrás de todo esto, está la reducción del papel de la mujer a ser vista solamente como un material que vive por y para el hombre.
Pongamos como ejemplo a Blancanieves, de las películas que menos me gustaban, y es que desde el principio emite señales de que va a ser una película marcada con estereotipos muy machistas, porque la primera reacción de los enanos al ella entrar a su casa fue insinuar que no sería bueno que se quedara con ellos porque “todas las mujeres son como el veneno”. Los siete enanos empiezan a cambiar de opinión cuando Blancanieves literalmente empieza a vivir para atenderlos a ellos, ya que les lavaba sus cosas, hacía aseo y cocinaba, lo visto como el llamado “rol de la mujer”. Además, el único sueño que Blancanieves expresó durante toda la película era que un príncipe la salvara de morir al comer una manzana envenenada.
Hablemos de otra de las películas más conocidas de princesas de Disney y la que en su momento era la única que me gustaba: La Bella y La Bestia. Siempre me gustó Bella por su porte, me deslumbraba el vestido amarillo que llevaba y su actitud, pero a medida que fui creciendo me di cuenta de ciertos comportamientos en la película que me hicieron retirarle el afecto que le tenía. La trama no es más que la de un hombre machista y agresivo representado como una bestia -en eso sí aciertan-, secuestrando a una mujer que le parece muy linda, y ella con su belleza, dulzura y amor logra “cambiarlo” y convertirlo en un príncipe. Lo cierto es que la frase “la belleza está en el interior” que quiso dejar como enseñanza la película solo aplica para el hombre, porque la mujer siempre tuvo atributos de belleza.
Claro que hay algunas películas que sí dan un mensaje de empoderamiento a la mujer, como Mulán, que fue la primera princesa que no luchó para quedarse con el amor de un hombre, sino que mostró su poder y valía luchando por su pueblo en medio de una cultura machista representada por la China Medieval. Esta princesa hace lo posible por pasar desapercibida como hombre y entrar a la guerra, ya que siendo mujer no la dejaban, y demuestra que las mujeres son tan capaces como los hombres de participar en estos enfrentamientos. Ojalá la mayoría de las películas de princesas dejaran estas enseñanzas en vez de alimentar la trama de “una princesa vive para encontrar a su príncipe”.
Yo sé que nuestras niñas interiores viven cegadas porque en algún momento vivir como en una película de princesas fue nuestro sueño, pero considero que es hora de empezar a abrir los ojos con respecto a este tipo de contenidos y darnos cuenta de los mensajes que nos están tratando de transmitir disfrazados de “una película con final feliz”.
Los finales felices no siempre deben ir ligados a la mujer consiguiendo al hombre ni viviendo por él, nos han enseñado que conseguir a un amor soñado y casarnos es uno de los mayores logros que podremos tener en la vida, pero nuestros logros deben ir mucho más allá que eso. Podemos alcanzar nuestra felicidad cumpliendo metas por nosotras mismas sin necesidad de tener pareja o no, porque al final eso debe ser una decisión, no una obligación.
Este contenido fue supervisado por el periodista y docente Jorge Sarmiento Figueroa, y la editora de sección de Género, Estefanía Gualtero, como parte de la estrategia pedagógica del curso de Argumentación Periodística