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Está nublado, pero hace calor. Todo cambia en cuestión de segundos. Unos pocos pasos y unas cuantas gotas de sudor bastaron para que nuevamente “el mono”, como lo llaman en la Costa, saliera con su furor. “Gafas a diez mil”, se escucha desde la otra acera, “no se encandile los ojos”; de todos los colores y tamaños, porque entre gusto y gusto no hay disgusto. “Protéjase del sol”, le sigue otro, “eso da cáncer de piel”, promocionando desde su hombro un numeroso grupo de gorros y sombreros.

Como ganado descarrilado, vendedores y comerciantes recorren el sendero con optimismo y esmero. Por algo se llama la Calle de las Vacas, y debe ser por eso, porque no hay vacas. Azul, rojo, amarillo, verde. Una fiesta de colores se divisa de esquina a esquina, el mercado es competitivo y nadie se puede quedar atrás.

Todavía hace calor. Como el sombrero de Kiko, de El Chavo del Ocho, una sombrilla medio torcida por el peso desequilibrado de los mecatos guindados en uno de sus lados hace un llamado a la frescura. Debajo de ella, una jarra grande contiene la limonada que a muchos le da vida ante la inclemencia del que está arriba. Pero como para gustos se hicieron los colores, y también los sabores, una nevera pintada de azul contiene unos cuantos líquidos más que satisfacen la necesidad del que cómo por la calle avanza buscando el mejor postor.

Se está haciendo tarde, pero mirar al reloj es un pecado. “Cambio de pila súper barato mi amor, y si no tienes reloj aquí lo puedes conseguir”. Una mesa de madera enclenque, una sábana roja y un pequeño cartel en blanco y negro le bastan a quien se hace llamar relojero para conseguir su propio sustento. Con gafas y ropa fresca para aguantar el calor, recostado sobre un paredón, espera con paciencia a aquel a quien le hará el favor.

Ese paredón llama la atención. Un azul aguamarina, verde para otros ojos, es decorado con letras rojas y bordes blancos que trazan el nombre Boutique Meicy*s. Cualquier parecido con la megatienda americana es pura coincidencia. “Usted pregunte por lo que no ve que eso también se le tiene”. Un pequeño vistazo al interior y ya no hay vuelta atrás, de ese sector profundo y un poco oscuro no hay salida con las manos vacías.

Sálvese quien pueda. Tumultos de prendas de vestir sin orden alguno, combinados con un gran letrero que demarca cuán “baraticos” están los precios, solo pueden resultar en la carrera por el mejor buscador de tesoros. Contenedores profundos, sin aparente fin, resguardan en su interior cantidad de telas y colores que esperan por su portador.

No se diga más. El calor y la humedad no se quieren retirar. La calle se empieza a desocupar y las voces se apagan un poco más. ¿Será que vienen las vacas, o es sólo la lluvia que anuncia su pronta llegada.

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