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Por: Francis Escobar.

La tranquilidad de la jornada del sexto día del paro nacional fue interrumpida por unos saqueos en la zona Circunvalar. Cuando el Esmad de la Policía hizo presencia, los manifestantes huyeron hacia la Avenida Murillo. Una vez en el puente, el enfrentamiento fue inevitable. Jóvenes y adultos participantes de la marcha empezaron a correr. Javier Álvarez —cuyo nombre real permanecerá en el anonimato—, un joven estudiante, vio en un callejón lleno de casas de dos pisos, un buen lugar para esconderse. Dos manifestantes, en sus mismas condiciones, lo acompañaron.

A lo lejos se escuchaban las sirenas. En manos de una vecina, Javier dejó un bolso de manos en el que traía leche y vinagre para protegerse de los gases. “Por lo general ellos ven eso y pues… te va peor, por decirlo de alguna manera”. Por el callejón, entraron cuatro motos, cada una con dos policías. El manifestante que acompañaba a Javier intentó huír, “no lo detienen ni nada sino que sin mediar palabra le pegan un bolillazo en la cabeza y lo parten en seguida”. Javier miró cómo el rostro de su compañero se llenó de sangre. Él, mientras tanto, levantó los brazos y se quedó inmóvil. “Aún así un policía por detrás me puso un taser en la espalda y me redujo”, el joven de 22 años se sintió aturdido. Y aunque perdió la capacidad de mover su cuerpo, sí fue consciente de que el uniformado que tenía adelante le quitó su teléfono y su dinero, “o sea, me robó”.

No fue necesario ver que golpeaban al otro manifestante para no poner resistencia. “Es la reacción que tendría siempre, es una manera de decirles que no tienen razón para golpearme. Aunque eso no sirvió de nada”. Todavía inmóvil, Álvarez fue subido a la moto, y cuadra más adelante fue pasado a un camión. “Una vez ahí dentro observo muchas cosas horribles”. También fue subido un señor que iba camino a su trabajo y unas 20 personas más. 

Tú hablabas y te golpeaban, los mirabas y te golpeaban.

Javier Álvarez

Todos los ciudadanos dentro del camión gritaban sus nombres e identificación a unos representantes de Derechos Humanos a quienes se les permitieron subir al camión junto con los detenidos. “Recuerdo que un chico lo golpearon apenas se fueron los de Derechos Humanos, diciéndole que eso era para que siguiera diciendo sus datos”. Los uniformados advertían que no tenían permitido mirarlos, pues de lo contrario, responderían con la violencia. Pero eso fue inevitable: varios de los manifestantes reclamaban por sus derechos y terminaban golpeados. Javier decidió agachar su cabeza y mirar únicamente al piso, mientras escuchaba todo lo que acontecía a su alrededor.

“Uno de ellos dijo que no les importaba que vieran sus nombres ni su número porque ellos se intercambiaban los chalecos”. El joven estudiante permanecía en su posición, guardaba silencio mientras era testigo de lo que él mismo describe como horrores. “A una chica menor de edad le pedían que mostrara si tenía algo entre los senos, eran cuatro policías como acosándola”. Javier vio que una menor de edad terminó cediendo ante la insistencia de los uniformados. Ella, sin embargo, no descubrió totalmente su pecho, y no pudo decir nada porque sabía que la respuesta sería una agresión física.

A todos en el camión les quitaron los celulares, pero les fueron devueltos en la Unidad de Servicios especializados en Convivencia y Justicia (a donde los condujeron) porque acusaron al uniformado que se los quitó. Javier y algunos otros no contaron con la misma suerte. “Hubo un cambio: su actitud fue una cuando nos montaron al camión, y otra cuando nos bajaron en la UCJ ”. Álvarez, quien nunca había estado en una celda, obedeció a las instrucciones que le daban. Tuvo que quedarse en ropa interior para que lo requisaran adecuadamente. Se le hizo raro, sin embargo, escuchar a otros compañeros decir que a ellos los hicieron desnudar con el mismo fin. Derechos Humanos hizo presencia en el lugar, al igual que el Alcalde. Este último les preguntó a los detenidos por su estado, y ellos procedieron a contarle los abusos de que habían sido víctimas. “Él estaba grabando y nos dijo que iban a pelear por nuestros derechos… simplemente fue para hacer el vídeo, supongo”. 

Cuando se preparaban para salir, un policía hizo un video donde ellos debían decir su nombre, la razón de su detención y cómo se sentían. Uno a uno lo fueron haciendo y alcanzaron a hablar sobre su inconformidad. Las motivaciones de esa pieza audiovisual sigue siendo un misterio.

Mientras Javier estaba encerrado, sus familiares y compañeros de universidad se habían encargado, por medio de redes sociales, de difundir su desaparición y posteriormente, su paradero. Al salir se encontró con sus padres y un par de amigos. “Me di cuenta de todo lo que hicieron y me pregunté si era algo exagerado y no”. Es que de Javier no se supo nada durante una cinco horas. “Creo que esto se debe hacer en cualquier caso que un compañero no aparezca o no se sepa de él”.

Unos días después, Javier ya tenía un celular financiado por sus compañeros de semestre. “Hubo una cohesión muy grande que llevó a mi semestre a ponerle la cara al paro y acordamos no asistir a clases durante 3 días”. Aunque su caso sirvió como detonante, es consciente de que hay personas que no contaron con su suerte y cuenta su testimonio como una forma de darle voz a todos los jóvenes protestantes “porque fueron camiones llenos y sufrieron abusos”.

Después de dos días, Javier volvió a salir a las calles. Ser víctima de violencia lo que hizo fue motivarlo aún más a seguir haciendo parte de las manifestaciones. De acuerdo con una información del diario El Heraldo, la Policía declaró que ese lunes 3 de Mayo fueron 42 las personas conducidas a la UCJ, aunque Álvarez dijo ver camiones llenos. A lo largo del paro nacional se han dado a conocer testimonios como los de Javier Álvarez, y los jóvenes y adultos siguen saliendo a las calles a ejercer su derecho.

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