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Foto tomada de twitter @cmbustamante

La semana apocalíptica terminó. Las imágenes del terremoto en México y de Irma, en su paso por el Caribe, hicieron ver a Hollywood como un principiante frente a la fortaleza real de la naturaleza. Sin embargo, las víctimas que dejó el paso de Álvaro Uribe por Colombia son escandalosamente mayores a las de huracanes y terremotos.

Colombia no sufre catástrofes naturales con frecuencia, pero elige sufrir catástrofes que causan más muertos, destrucción y desplazados que los mismos huracanes. Por ejemplo, el programa bandera de Álvaro Uribe, la seguridad democrática, auspició a los militares para asesinar colombianos. A la vieja usanza de Pablo Escobar, que pagaba para masacrar policías, el gobierno Uribe pagó para masacrar civiles. El saldo fue catastrófico: en sus dos periodos fueron fusilados más de 2000 colombianos que no tenían nada que ver con la guerra. Sobra decir que solo esta cifra ya es mucho mayor a la que lamentablemente dejaron los vientos huracanados de Irma en conjunto con el azote de la tierra sobre Chiapas y Oaxaca.

Pero la brutalidad de los falsos positivos es una pequeñez con respecto al grueso de víctimas de los ocho años de Uribe en el poder. El hoy senador avivó el fuego del combate para que nos matáramos entre colombianos porque sí, porque no y por si acaso. En sus dos gobiernos las víctimas, entre mortales, supervivientes y desplazados, alcanzaron los 3.633.840.

Lo anterior puede entenderse mejor si se piensa de esta forma: la tragedia de Armero, el peor desastre natural de la historia de Colombia, dejó cerca de 25.000 muertos y 15.000 sobrevivientes: 40.000 víctimas; es decir, en los ocho años de Uribe el pueblo colombiano soportó la devastación de Armero, pero cada cinco semanas.

Nuestra situación como país es de un masoquismo ficcional y Armero es referente incontrovertible para entenderlo. En Armero se avisó de una probable erupción, pero no se atendió el llamado de alerta de investigaciones doctorales y de los propios montañistas. Lo mismo pasó con Uribe; pues, pese a que nuestro “meteorólogo político”, Jaime Garzón, pronosticó con éxito las ráfagas que caerían sobre Colombia, no nos pellizcamos. Nos quedamos viendo, como desahuciados, los desastres que uno a uno ocasionaba el mesías de la guerra.

No obstante, parece que el ciclón guerrerista ya pasó y ahora se respiran otros aires. Incluso el Papa Francisco trajo un discurso de paz, a la tierra en la que Uribe propagó guerra. Dependerá de nosotros votar por el que diga Uribe o pensar en una alternativa lejos de la cizaña que él encarna. La misma cizaña que se pudo ver en Bogotá, cuando en un acto de absoluta iluminación, voluntaria o involuntaria, el Papa ignoró a Uribe. El senador, resignado, se santiguó, con lo que su populismo mediático trazó un paralelo inequívoco con los bandoleros godos que masacraban liberales al grito de “¡Viva Cristo Rey!” El miedo ante el señor de la guerra existe, pero podemos vencerlo con votos.

Las cifras no mienten, Uribe fue más devastador que Irma, el terremoto de México y Armero juntos. Si no me creen, sigan la técnica del patrono de la guerra y cuenten los cadáveres que dejó a su paso por Colombia.

 

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