Por: Oscar Arias-Diaz*
Entre la memoria de un país, los recuerdos de una familia y la nostalgia de vivir en Colombia.
Nacer en Colombia, no es del todo fácil. Vivir en el país ayer, hoy y tal vez mañana no es una tarea sencilla. Las generaciones pasadas han dejado un rastro y han formado un camino que recorrerán nuestros hijos, los hijos de nuestros hijos y así sucesivamente en un devenir que es capturado tal vez por las artes y en este caso en específico, el cine.
El recorrido del cine en nuestro país desde sus inicios y llegada a lo que hoy conocemos como Panamá y que en su momento fue parte de Colombia. Ha sido una historia con obstáculos, puntos de giro, protagonistas, antagonistas y sencillamente no podría definirse bajo un solo género en específico. Hablando desde el punto de vista formal.
El tiempo y el recorrido de los seres humanos han sido ejes fundamentales al momento de hablar de dramaturgia en el séptimo arte nacional. En este caso “El Olvido que seremos” una adaptación de la obra homónima de Héctor Abad Faciolince es un título que fue destinado, tal vez como un presagio para marcar la reapertura de uno de los más grandes exhibidores a nivel nacional, Cinecolombia. Hoy que vivimos bajo una Pandemia y que poco a poco la vacunación sigue desarrollándose a lo largo y ancho del país. Este largometraje de Fernando Trueba y bajo el trabajo de guion de su hijo, David Trueba. Nos hace pensar sobre las leyendas y las experiencias de un personaje desconocido para muchos colombianos, como lo fue Héctor Abad Gómez.
Cada costura dentro de la película está confeccionada con un hilo invisible que se conjuga bajo la mirada de una familia tradicional colombiana. Enmarcada por relaciones entre padres, hijos, tíos y el diario vivir que se desarrolla de principio a fin en lo que recorre el tiempo narrativo.Es inevitable no ver que detrás de los anhelos del protagonista esta un colombiano que soñó con el progreso desde su orilla. Raras veces, los héroes de carne y hueso visten capas, tienen artefactos tecnológicos o poseen grandes fortunas. Suele suceder que esos héroes que recorren el mundo terrenal están más cerca de lo que creemos y en este orden de ideas es un padre, médico y profesor universitario quien asume ese llamado del héroe que tanto teorizó Joseph Campbell.
En algún momento el cine se convierte en ese espejo de la sociedad y hoy mas que nunca necesitamos reflejos que puedan encontrar sentido entre tanta incertidumbre. Tal vez, sea romántico pensar que un largometraje puede llegar a cambiar las cosas, pero sin lugar a duda, el trabajo por parte de ese cúmulo de personas tanto local, regional, nacional e internacional delante y detrás de las cámaras. Nos lleva a reflexionar con una obra cinematográfica que lucha contra ese olvido y persiste en el tiempo. Convirtiéndose en una huella indeleble de lo que fuimos, somos y seremos al vivir en un país como Colombia.
Lo bueno: Las actuaciones creíbles, la fotografía y las decisiones de puesta en escena. Sublime y letal al mismo tiempo. Si han decidido volver a las salas de cine es indispensable el apoyo al producto nacional y este largometraje es el esfuerzo por mantener el cine nacional a pesar de las dificultades.
Lo malo: La pandemia y los nuevos protocolos aun generan desconfianza en un público que está acostumbrado a las comedias, como el género cinematográfico que más atrae a propios y extraños a lo largo y ancho del territorio colombiano.