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Ser lenguaraz es una característica del colombiano promedio que vive e incluso vota desinformado, pero que habla de todos los temas con ínfulas de autoridad incuestionable. Ahora el tema de moda es Venezuela y ha provocado que los grandes medios de comunicación creen un imaginario en el cual la patria de Bolívar se percibe como una dictadura exterminadora de su pueblo, pero hay que tener mucho cuidado antes de emitir juicios infundados y diseñados desde las salas de redacción de los noticieros privados.

Dentro de este perfil del colombiano promedio, también existe una extraña costumbre de sentirse superior, por lo que es frecuente oír en las calles frases del tipo: “pobre Venezuela”, “¿viste cómo está jodida Venezuela?” O “ese Maduro es un …”. Esto sucede porque nos gusta ver, pero sobre todo hablar, de los demás. Sin embargo, nos enerva que nos saquen nuestros trapitos al sol y esos trapitos colombianos sí que nos deberían dar vergüenza internacional.

Por ejemplo, en un comparativo meramente didáctico para saber si Colombia es mejor que Venezuela en cuanto a su situación social, merece la pena señalar que llevamos dos años, aún con el proceso de paz avante, como campeones mundiales del desplazamiento forzoso. Somos la nación con mayor cantidad de desplazados del mundo: 7.200.000 a 2017 y 6.900.000 a 2016. A muchos de esos desplazados los hemos obligado al éxodo y Venezuela los ha acogido en forma significativa, a tal punto que durante el último lustro ha sido la segunda nación en el mundo, solo por detrás de Estados Unidos que paga en dólares, con más colombianos en sus tierras.

Durante ese éxodo los medios no se encarnizaban por señalar a los presidentes colombianos de turno como culpables de la miseria y el horror que sufrieron nuestros compatriotas. Nadie chistó cuando los masacraron por su tierra, muy pocas voces pidieron auxilio cuando los guerrilleros perdieron su norte y apuntaron sus armas contra el pueblo y los medios no mostraron cómo el paramilitarismo le dejó al campesino dos caminos: el exilio o la muerte. Sus “patrulleros” y “noticias en desarrollo” no muestran la guerra, enfocan otras zonas para maquillar nuestro desastre.

En esas dinámicas cambiantes de la guerra nacional, por simple disposición geográfica, afectamos a los vecinos, pero hoy no valoramos que Venezuela demostrara su fraternidad y acogiera colombianos. Por supuesto, no siempre la recepción fue amable y con comité de bienvenida, pero digo sin temor a equivocarme que le hemos exportado a Venezuela sangre, droga, guerra, delincuentes, guerrilleros, paramilitares y desplazados. Pero ahora que ellos pasan un momento en el que requieren nuestra solidaridad, los satanizamos y preferimos creer los imaginarios que nos venden los medios audiovisuales: señalamos la paja en el ojo venezolano sin darnos cuenta que hemos estado peor que ellos por mucho tiempo. Baste señalar aquí, que en la última década van más de 500 líderes sociales y defensores de derechos humanos asesinados en Colombia, pero eso no nos importa, sus vidas y sus familias nos tienen sin cuidado, preferimos hablar de la escasez de papel higiénico de los vecinos y de sus resultados electorales, como si votar “verracos” por mantener la guerra no fuese ya suficiente vergüenza histórica.

Antes de hablar del vecino, tratemos de opinar sobre nuestros propios problemas. Seguro que Venezuela tiene dificultades, pero nosotros tenemos muchas más, solo que nos incomoda que nos digan que Medellín es “el burdel más grande del mundo”, por solo mencionar un caso. Ahí sí ponemos el grito en el cielo, pero para despotricar de Venezuela estamos prestos. Además, no hay que olvidar que históricamente si un presidente de Estados Unidos se entromete en la política de otra nación autónoma, es porque algo pretende, como lo pretendió en 1902 Theodore Roosevelt, cuando animó con respaldo armamentista y estrategia político-militar la separación de Panamá, siempre y cuando el usufructo del Canal fuese para su nación.

Ahora ocurre lo mismo, si Trump señala a un supuesto enemigo es porque algún recurso quiere de esa nación que gobierna el señalado, Maduro en este caso. Por lo tanto, debemos ver más allá de los noticieros, pues esta trama venezolana es muy compleja y debe ser el pueblo venezolano, con sus tiempos y espacios, quien la resuelva, no nosotros, que ni siquiera hemos podido resolver nuestros problemas internos.

Ante este panorama, la palabra del filósofo Enrique Dussel es honesta y esclarecedora, nos invita a comprender el contexto de explotación imperial, liderado por Trump, y a no emitir posturas desinformadas. Por eso, antes de hablar de Venezuela, al menos leamos esta frase de una verdadera autoridad en la materia: “tampoco puedo estar de acuerdo con alguien que desde afuera hace un juicio negativo a un proceso que está siendo en este momento completamente instrumentalizado por la mediocracia, dirigida desde Estados Unidos, contra el país que tiene la más grande reserva de petróleo del mundo debajo del Orinoco y, por lo tanto, es realmente muy apetecida por el imperio que está moviendo todos los hilos para hacer algo así como un golpe pacífico de nuevo tipo, no como lo ha hecho en Siria, en Irak o en Libia”.

Foto vía: @NicolasMaduro

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