Por: María José Santamaría
Hoy el lugar común en esta finca es la tristeza. Támara había sido la tití cabeciblanco más longeva de toda la fundación Proyecto Tití y ahora no se sabía nada de ella; su cadáver tampoco aparecía. Katherine recordaba con nostalgia su primer año trabajando para la fundación y cómo había conocido a Támara. Ahora, dos años después de su desaparición, era tan solo un vago recuerdo dentro de las memorias de cada uno de los trabajadores que, así como Katherine, le guardaban un espacio especial en sus corazones.
Siendo tan solo una adolescente, Támara se enfrentó a su madre en una disputa por el lugar de líder y autoridad de su familia. Obtuvo el primer lugar, dejando a sus padres a la intemperie de la selva que podría tragarselos. Años más tarde, después de cargar con la responsabilidad de cuidar a su familia, su hija también habría de quitarle a Támara su puesto, dejándola indefensa y ya bastante anciana en medio de un ecosistema listo para acabar con ella.
Katherine contaba esa historia con cierta melancolía en el rostro mientras sostenía un café y tomaba pequeños sorbos para no quemarse la lengua. “No la volvimos a ver, y como es hembra no le pusimos radar, a ellas les pesa mucho porque no son quienes llevan a las crías y por eso no están acostumbradas” dijo después de beber un poco de café.
Así como esta experiencia, Katherine ha vivido muchas cosas dentro de la Fundación Proyecto Tití para la cual trabaja. Una de sus primeras vivencias la contó recordando el dolor que le produjo en un principio pero que luego se daría cuenta que es nada más que el ciclo de la vida
Tras haber llegado a la Fundación después de estudiar biología, Katherine se encariñó en gran medida por los pequeños animales. Nunca en su vida creyó tener una pasión tan gran como la que siente por ellos y por eso disfruta de enseñar a los habitantes del bosque seco tropical, el cuidado y respeto que deben tener para con estos animales.
Katherine sabe que los titís se encuentran en peligro de extinción, es por ello que no sólo se preocupa por su bienestar, sino que hace todo lo posible por tener una vida basada en el cuidado del medio ambiente. “El mundo se está acabando” dice.
NO SON MASCOTAS
En las profundidades del bosque, un pequeño tití es capturado. Por otro lado, en el patio de una casa no muy lejos, un niño llora porque quiere un “monito” de mascota. Después de ser apartado de su familia y llevado donde el niño, el tití crece en un ambiente muy estresante para él, con todos sus sonidos caseros, el ruido de los carros y poca naturaleza con la cual relacionarse. Al crecer, y por no estar en su hábitat natural, se vuelve agresivo y mucho menos amigable que cuando llegó. Por eso, la mamá del niño decide llevárselo a un lugar donde “puedan tenerlo mejor”.
Katherine acaba de cruzar la puerta de la fundación cuando ve llegar a una señora de robusta contextura cargando lo que parece un cesto de ropa. Con lo que no creía encontrarse sería con un pequeño tití encerrado bajo esa tapa de plástico, chillando desesperado.
Estos animales, tal cual repite Katherine en varias ocasiones, “NO SON MASCOTAS”. Por el contrario, son animales de bosque que necesitan de su hábitat desde pequeños para sobrevivir y que la gente caza sin tener idea de nada relacionado con ellos. Lo hacen solo por “tener un miquito par que los niños jueguen”. De las cosas que más se ven en la fundación y que Katherine odia, son este tipo de situaciones.
Un amor más allá
Hace tres años, un 15 de agosto, Katherine se encontraba nerviosa, sus manos sudaban y su abdomen le dolía. La camilla donde se encontraba no le parecía nada cómoda y las luces de la sala le fastidiaban. Estaba por dar a su luz. Su barriga le pesaba más que en todos sus meses de embarazo y la espera se volvía cada vez más larga. Aún así, toda la angustia acabó y dio paso a la felicidad cuando sostuvo en brazos a sus dos pequeños bebés. Aunque para Katherine su pasión son los primates, no hay nada que ame más que a sus hijos. Según ella “la vida la puso donde debe estar”, porque Jaime y Adrián no sólo nacieron el día nacional del tití, sino que además son gemelos, tal cual nacen todas las crías de estos pequeños animales.
En San Juan de Nepomuceno existe una casita de color amarillo, una ventana en el frente y una puerta de aluminio. En esta casa solo se gasta el agua necesaria, no hay ni un solo utensilio de cocina hecho con plástico y si es posible, todos los papeles se reutilizan. Se mantienen estas normas desde mucho antes que Jaime y Adrián dieran sus primeros pasos. Katherine siempre se ha encargado de que sus hijos aprendan el respeto que se le debe tener al medio ambiente. Incluso en esta casa se suelen recolectar los cepillos de dientes usados durante un año para luego donarlos a organizaciones que se encargan de fundir el plástico y con este hacer cercas de madera plastificada para las fincas. Sin duda, nada se desperdicia por estos lares.