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La llegada de una nueva década trajo consigo cambios inesperados, amenazas nuevas y retos ante una situación desconocida que se avecinaba. El COVID-19 nos tomó por sorpresa a todos, dejándonos atónitos ante la nueva enfermedad que estaba azotando el centro de China, en la ciudad de Wuhan, que rápidamente se iba a propagar por todo el mundo. El problema, quizá, no fue el virus como tal, sino la falta de preparación y recursos para prevenir la catástrofe que terminó siendo.

Aquellos recursos comunicativos, económicos y científicos que hasta el día de hoy nos costaron, se reflejaron en el nuevo entorno que se desarrolló a partir de la contingencia, la coyuntura mundial reveló aspectos tecnológicos que dilucidaron el camino a una vida diferente. Algo que se venía previendo hace un tiempo tomó fuerza y se radicó entre las formas habituales de las actividades sociales de los seres humanos: el estudio y el trabajo.

Una nueva era digital surgió y está aquí para quedarse. No hace mucho veíamos el programa Los Supersónicos donde los personajes atendían sus necesidades por consultas virtuales, teletrabajo, video llamadas y todas estas actividades que se hacían a la distancia por medio de la interconectividad. Ahí nos encontramos nosotros.

La nueva era trajo consigo un reto inmenso en el que no tuvimos opción de escogencia, tocó adaptarnos o adaptarnos, no había de otra. De este modo, todas las personas, empresas, instituciones, compañías, buscaron la pronta solución ante el enigmático futuro cercano que se aproximaba. La respuesta inmediata fue la virtualidad.

Para muchos, este nuevo comienzo solo trasladó sus prácticas cotidianas (como las universidades a larga distancia, los call centers, entre otros), pero para otros fue un cambio total. Las instituciones educativas se acomodaron ante las plataformas existentes de comunicación para continuar con sus clases, mientras que las empresas trasladaron sus oficinas de trabajos a las casas de sus empleados (figurativamente). El entorno comenzó a darse de manera placentera; trabajas desde casa, manejas mejor los tiempos, llevas las cosas a tu ritmo y así, pero nadie contaba con la extensión de las medidas de seguridad que nos mantendrían encerrados durante un largo periodo de tiempo.

Entonces comenzamos a ver esto de la virtualidad como la alternativa adecuada para reemplazar las prácticas físicas cotidianas y asimilarlo de la mejor manera, aun sabiendo que no es lo mejor para la salud mental y física. Poniendo en contexto, las instituciones y empresas usaron como excusa el trabajo y el estudio desde casa como hecho de estar siempre para ellos, al ser más “libres” podíamos atender las necesidades requeridas en cualquier espacio de tiempo. Ya no se hablaba de jornadas laborales ni horas académicas, se hablaba de días de trabajo y días de estudio.

Hablando un poco del plano educativo, el reto fue llegar a la población y que los estudiantes contaran con las herramientas adecuadas para ejercer su derecho al estudio. No es un secreto para nadie que en Colombia no toda la población cuenta con el acceso a educación y, peor aún, una situación como esta dejaría desamparados a muchas comunidades que no tienen acceso al internet, lo que significa una problemática para poder seguir impartiendo clases.

Un estudio de la Universidad Externado de Colombia reveló que en Colombia el acceso a la educación es un privilegio de pocos y esto denota la falta de oportunidades y la inequidad que existe en la educación colombiana. Pero no nos desviemos del tema, solo para dar un ejemplo, en el departamento del Huila, el 73% de los estudiantes se encuentra ubicado en zona rural, entonces ¿cómo implementar estrategias de educación para estas poblaciones que se han visto afectadas independientemente de la situación surgida por el COVID-19? ¿cómo llevar a cabo la virtualidad con estas poblaciones? No se podría hablar de virtualidad con estas comunidades si no han tenido un acceso formal a la educación.

Entonces la realidad es otra, la educación virtual en Colombia es un poco más complicada. Según datos de la Unesco, sólo el 67% de los estudiantes de 15 años tiene conexión a internet, el 62% acceso a computadora y un 29% a un software educativo. La virtualidad en este plano ya pasaría a concentrar esfuerzos en llegar a los estudiantes que no cuentan con los recursos propios para acceder al contenido educativo, buscando nuevas alternativas (que no comprometan la salud de los individuos) que faciliten el acceso a la educación.

Hablamos de la nueva normalidad, aceptar el hecho de que las tecnologías están aquí para ayudarnos y se van a quedar. Pero el hecho de que sean herramientas didácticas que posibiliten el acceso a la información y comunicación, no les quita el hecho de que estas nos hostiguen.

El trabajo se extendió, se multiplicó, lo que antes tocaba hacer dentro de la jornada ahora te lo demandan incluso por fuera de ella. Han querido tomar ventaja de la situación asumiendo que al ser de manera remota la actividad, son menos las cargas de trabajo que se tienen. ¿Es un abuso? Sí. ¿Hemos cedido? También. ¿Seguirán estas conductas de explotación laboral? No lo sabemos con exactitud.

Hace poco me encontraba conversando con una amiga y esta me decía que lo que antes ella realizaba en su oficina, ahora le toca duplicar. Las circunstancias le cambiaron porque antes solo se preocupaba de su desempeño dentro de la oficina, pero ahora resulta que es la encargada del personal que se encuentra realizando labores desde casa. Desde el hecho de que se le vaya la luz a uno de sus compañeros, que no tenga internet, que haya mucho ruido fuera de la casa, todo esto tiene que reponerlo ella, es la jefe inmediata y le toca buscar pronta solución a los problemas que las demás personas tienen por x o y motivo.

Ahora bien, ¿Qué está pasando con el teletrabajo? ¿Cómo influye en la nueva modalidad? ¿ Cómo está cambiando la vida en casa esta nueva modalidad?

Es fácil buscar respuestas ante estas inquietudes, ya que nosotros somos los que estamos viviendo el momento. El teletrabajo se convirtió en la manera más fácil de acabar con nuestra salud mental y física, restringiendo nuestros espacios, limitando nuestros lugares de interacción, convirtiéndonos en seres asociales, que sólo se satisfacen por medio de las interacciones virtuales que se puedan tener por redes sociales.

Nos hemos visto afectados en esta nueva modalidad por las prácticas que han surgido a raíz de la virtualidad. Divagamos entre el querer y el hacer. Comenzamos amando la vida virtual porque creímos que nos haría más fácil todo, trabajar desde casa, estar encerrados con los familiares, reducir gastos, pero al final terminamos añorando la vida pasada, lo antiguo y común que tanto nos gustaba, poder cruzar miradas en las calles con las demás personas, una sonrisa, un beso en la mejilla, un gesto con el rostro…

Y así nos comenzamos a estresar, comenzamos a cambiar pensando en el pasado, en lo que fue, que ya no es, en lo que era, que esperamos que sea. El futuro nunca nos había parecido tan incierto como lo es en estos momentos. Vivimos en el futuro, pero no queremos adaptarnos a él, lo visualizamos diferente, no fue como lo esperábamos. Nuestra realidad es cada día más distópica, no sabemos si acostumbrarnos a esta nueva normalidad o guardar la esperanza de que las cosas puedan ser de la manera en la que una vez fueron.

Como dice un viejo dicho, nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Nos tocó vivirlo por situaciones ajenas a nosotros, pero tuvimos que afrontarlo de la mejor manera, adaptando nuestras habilidades y capacidades a situaciones acechantes que nos incitaban a ser más competentes cada día. ¿Estamos orgullosos de lo obtenido? Sin duda alguna, descubrimos lo maleable que somos, la disposición que ponemos a asimilar las cosas que nos suceden y a cambiar de entorno.

Las cosas cambiarán y lo seguirán haciendo, es el curso natural de todo, pero ¿volveremos a ver más allá de las máscaras que nos ha puesto la vida o continuaremos adaptándonos cada día más a los supersónicos hasta hacer de ello nuestra nueva realidad?

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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