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Por Tatiana Roenes

Desde tiempos inmemorables hemos vivido en una sociedad en la que el egoísmo y el bien propio siempre han reinado sin importar el daño que le hagamos a los demás. Los factores que influyen en que el hombre sea cada vez más mezquino y egoísta son variados, desde la riqueza o el renombre personal, hasta el simple hecho de no hacer lo que corresponde sólo por evitar la fatiga. Vivir de este modo se ha convertido en una costumbre y casi un ideal de vida en muchas sociedades a lo largo de la historia. Friedrich Dürrenmatt en su libro “La promesa” (1958) nos comparte muchos de los factores que hacen que las personas actúen de una manera ruin, y nos muestra un aspecto putrefacto de nuestra sociedad. “La Promesa” revela que para los individuos es más importante el bien propio que ayudar a los demás para así beneficiarnos todos en conjunto, además nos muestra lo fácil que es culpar injustamente a alguien inocente para no seguir buscando al culpable y “desgastarnos” en el proceso.

 Este libro de Friedrich Dürrenmatt nos adentra al cantón de Zurich, donde la vida de un frío oficial de policía llamado Mattai cambió por completo cuando quedó a cargo del asesinato de una niña, el cual ocurrió en el bosque. Mattai juró a la madre de la niña encontrar al culpable por la salvación de su propia alma y desde ese momento su vida se alteró para siempre. El principal sospechoso era un vendedor ambulante, quien avisó a las autoridades acerca del crimen porque vio  el cadáver de la niña en aquel bosque. Mattai siempre creyó en la inocencia del vendedor, pero sus compañeros policías no pensaron lo mismo. El supuesto culpable fue torturado por horas sin dejarlo dormir, hasta el punto que confesó el crimen por simple cansancio y luego se suicidó en su celda. Con su muerte dejó a Mattai lleno de preguntas sin responder, puesto que él aún estaba seguro de su inocencia.

 Los policías estaban felices de haber “resuelto el crimen”. Como el ahora difunto tenía antecedentes y era un simple vendedor ambulante, lo más fácil era culparlo para así quitarse el peso de encima de este horrible caso. Por otro lado, el hecho de haber resuelto este crimen de forma “rápida” les daría un gran renombre a estos policías y para ellos eso era lo único que contaba en ese momento. Este suceso no es ajeno a la realidad; en nuestra sociedad muchas personas son declaradas culpables cuando en realidad no lo son y por su puesto, muchos culpables son declarados inocentes porque tienen el suficiente dinero para pagar su inocencia. Para la justicia de muchos países lo único que interesa es darles ese anhelado culpable a la colectividad, para así brindarles una tranquilidad ilusoria.

Continuando con la historia, Mattai renunció a un trabajo que le habían ofrecido en Jordania porque él mismo sabía que su alma estaba en juego, él había jurado por su salvación encontrar al culpable y estaba seguro de que el vendedor ambulante no lo era. Mientras las personas del pueblo festejaban la muerte del “asesino”, Mattai decidió buscar al verdadero asesino por su cuenta y por esto fue despedido de su trabajo, debido a que no querían que siguiera escarbando ese horrible suceso. Por otro lado, encontrar al culpable sería dejar a la policía cantonal en ridículo y por su puesto esto no le interesaba al mezquino jefe de policía, el reconocido doctor H.

Cuando empezó su investigación, Mattai se dio cuenta de que sí existía un verdadero asesino. Los dibujos de Gritli Moser (la niña asesinada), en los cuales representaba a un “gigante” con “erizos”, daban prueba de ello. Para Mattai esto podía personificar al asesino y al anzuelo que usaba para atraer a las niñas, pero él no tenía el apoyo de nadie, estaba solo buscando a un gigante lleno de erizos, sin pistas, sin compañeros y sin ayuda. Con el paso de los meses Mattai empezó a creer que de verdad estaba demente, no conseguía las pistas que necesitaba y el asesino andaba por ahí acechando a otras niñas, seduciéndolas con sus “erizos”.

Tiempo después, ya un poco enloquecido de la decepción y el desespero, Mattai decidió abrir una gasolinería en frente de una de las carreteras más transitadas hacia Zurich. Llevó a vivir consigo a una mujer que tenía una hija parecida a Gritli Moser y él quería usarla de anzuelo para atrapar al asesino que en algún momento debía transitar por aquella carretera. Pasaron los meses y Mattai seguía sin indicios del susodicho, pero un día su preciada niña llegó con un chocolate en forma de erizo y él supo que por fin sabría quién había asesinado a la pequeña. Mattai consiguió la ayuda de sus antiguos amigos policías, quienes sólo lo ayudaron al ver su nivel de locura. Espiaron a la niña durante días mientras esperaban que el asesino llegara a saludarla. Sin embargo esto nunca ocurrió, el asesino jamás llegó a acechar a la niña, los policías abandonaron a Mattai y él cayó en una profunda depresión de la cual nadie lo pudo salvar.

Al pasar los años, el jefe de policía que en varias ocasiones juzgó a Mattai por su “locura”, recibió una llamada que cambió su vida por completo. Se trataba de una anciana a punto de morir, la cual tenía algo muy importante que decirle. La mujer le narró la historia de su difunto esposo quien tenía problemas mentales y había asesinado a varias niñas del cantón de Zurich, entre ellas Gritli Moser. La anciana le perdonó los asesinatos por su estado mental, pero no lo dejó asesinar a la niña que vivía con un ex policía (Mattai), ya que se dio cuenta a tiempo de sus intenciones. Cuando escuchó estas palabras, el jefe de policía se percató de que todo lo que Mattai decía era cierto y el vendedor ambulante no había sido el culpable de aquel horrible crimen.

El jefe corrió en busca de Mattai para contarle lo que había sucedido, pero ya era muy tarde. El ex policía estaba sumido en su depresión y ya nada de  lo que le dijeran lo podía salvar. El doctor H. se sintió profundamente decepcionado y se golpeó con su propia realidad. Todo lo que él había creído estaba mal, juzgó a su amigo y lo dejó solo buscando al verdadero asesino. Ya no había escapatoria; el vendedor ambulante estaba muerto, Mattai cayó en una profunda depresión, el verdadero asesino y su esposa ya habían fallecido y él ya estaba próximo a abandonar su cargo de jefe de policía. No había vuelta atrás.

A partir de este libro se puede comprender varios de los factores que hacen que el hombre sea cada vez más mezquino. Entre estos están los mencionados anteriormente como la riqueza, el renombre personal y la molestia de hacer las cosas bien; pero además, muchas veces sólo nos interesa nuestro propio bien, porque no hemos vivido alguna situación que nos haga caer en cuenta del dolor ajeno.  Tal vez para dejar la mezquindad a un lado nos debe pasar algo como lo que le sucedió a Mattai. Él juró por la salvación de su alma encontrar al verdadero culpable, por tanto debía dejar a un lado su egoísmo y frialdad para poder hacer las cosas bien y lograr el bien común.

 A las personas les interesa su propio bien por encima del de los demás porque es mucho más fácil preocuparse por sí mismos que resolver la vida de las personas que tienen a su alrededor. Aunque estas estén sumidas en la miseria y en la preocupación, es mucho más fácil preocuparse por el bienestar propio que inquietarse por ofrecer ayuda a personas ajenas a ti. Otro de los factores que hace que los sujetos sean mezquinos es el miedo; no es fácil querer ser diferentes en una sociedad que considera “locos” a los que quieren hacer un cambio positivo en el mundo. Para ser aceptado muchas veces tienes que pensar igual a los demás, así su pensamiento esté completamente errado.

Ser mezquinos en realidad no es un problema individual, es algo que está en la sociedad y para poder cambiar debemos hacerlo todos por igual. Se puede empezar por  aceptar que  somos diferentes y eso es lo que nos hace especiales. Cuando tengamos un pensamiento colectivista y no individualista y solidario en vez de egoísta, podremos lograr un mundo mejor y más fraternal, en el que el bien propio deje de ser lo primero y lo realmente importante sea estar bien todos como sociedad, sin exclusiones y sin prejuicios que nos diferencien. 

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