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Por: Ever Mejía

El Periódico El Punto conversó con un desmovilizado de las Farc que pasó trece años de su vida en el monte. Se vinculó al grupo guerrillero siendo un menor de edad, inconsciente de la situación que vivía.

“Tenemos que perdonar. Yo desaté mi furia de venganza cuando sucedió la muerte de mi padre. Desaté mi furia de venganza (contra los paramilitares) y con eso no reviví a mi padre ni a ningún campesino; ni siquiera por más que uno logre matar, vengar y destruir el mundo entero logra revivir a un ser humano”, relata Gilberto Pérez*, quien durante trece años hizo parte de las filas del grupo guerrillero las Farc.

La muerte del padre de Gilberto Pérez radicalizó su militancia en las Farc, grupo guerrillero al que llegó en plena adolescencia, con absoluta inconsciencia y a través de engaños de los jefes de las milicias en los pueblos del Cesar.

Vinculación a las Farc

En el año 1997, un grupo de estudiantes de bachillerato protestaban en contra de la privatización del único colegio entre dos municipios y varios corregimientos de la zona nororiental del Cesar. En las primeras filas de la marcha se encontraba Gilberto, que al igual que todos los jóvenes, recibía las papas bombas, capuchas e incluso revólveres que las milicias de las Farc les entregaban para impulsar las manifestaciones.

“Los que estaban tirando papas explosivas están tildados como integrantes de la guerrilla”, declararon los directivos del colegio. La respuesta causó confusión en Gilberto que apenas cursaba su primer año en el bachillerato, recuerda que en ese momento fue a buscar al primo del profesor de matemáticas que le dio el explosivo, y este le explicó lo que sucedía:

-Esta es la única salida que nos queda, aquí no nos queda más sino unirnos a la lucha revolucionaria.

-¿Cómo así que lucha revolucionaria? ¿Cómo es esta vaina? –preguntó Gilberto.

-Sí, es que lo que usted hace como estudiante es revolución, revolución es cambiar.

En ese momento, Gilberto pensó que si esa era la lucha de la guerrilla, entonces ese era el camino que necesitaba. Sin embargo, las manifestaciones, los ataques y los actos revolucionarios de los jóvenes que eran tildados de guerrilleros aumentaron y fueron encarrilándolos a un gran problema, hasta el punto en que la rectora del colegio tuvo que decirles: “por seguridad ustedes no pueden estar en la institución porque los va a capturar o los van a asesinar y yo no quiero eso para ustedes”.

Los jefes de las milicias de las Farc en el Cesar les aseguraron a los jóvenes estudiantes del bachillerato que los podrían trasladar a otro municipio para que estuvieran fuera de peligro, para que estudiaran y les dijeron que podrían volver a su pueblo cuando quisiera. En las camionetas de los jefes de las milicias, los jóvenes recorrieron el casco urbano y los diferentes corregimientos del departamento del Cesar, que según los datos de la Gobernación cuenta con 1’166.420 habitantes y según el registro de la Unidad de Víctimas 325.578 personas han sido directamente perjudicadas por el conflicto armado.

Para sorpresa de los jóvenes, no llegaron a ningún casco urbano, ni tampoco visualizaban algún colegio donde continuar el bachillerato. Los habían llevado directamente al monte, a las milicias de las Farc. Así que de inmediato Gilberto se le acercó a uno de los comandantes para que le diera explicaciones de lo que estaba sucediendo:

-¿Esto para qué o qué, cómo es esta cosa? –preguntó Gilberto.

-Es que usted –respondió el comandante- pertenece a las milicias bolivarianas.

-Sí señor, pero es que yo no quiero estar aquí en el monte.

-Bueno, pero así son las cosas, así son las normas, desde hoy en día usted ya está aquí, ya se compromete a estas normas.

Lo único que consiguió Gilberto fue que le dieran el libro de ‘Estatutos, Reglas y Normas, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia’. Con tan solo catorce años empezó a recibir órdenes del comandante, Gilberto ahora describe que era un inconsciente de que estaba en la guerrilla y pensaba que apenas tuviera alguna posibilidad se escaparía de la milicia del grupo armado. Pero la muerte de su padre en 2002 a manos de los paramilitares lo cambió todo.

La muerte de su padre

El padre de Gilberto fue uno de los 605 muertos que dejaron las 123 masacres cometidas por el Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) en el departamento del Cesar. La indignación del joven fue tanta que su corazón se llenó de odio y de deseo de venganza, y radicalizó su posición de guerrillero. Es ahí cuando, con 17 años, decidió hablar con el jefe inmediato para vincularse directamente a uno de los frentes de las Farc.

Rápidamente ascendió en el grupo guerrillero, se convirtió en mando medio, y al poco tiempo lo trasladaron a una zona de retaguardia para ser miembro de la seguridad del secretariado.

Deserción

La deserción de Gilberto ocurrió trece años después de que el comandante le tirara el libro con el estatuto de las Farc. Sentado a mí lado, me asegura que las causas de su salida se debieron a los cambios en los principios del grupo guerrillero: del secretariado daban órdenes netas de desplazar campesinos y de tomar el control a sangre y fuego en las áreas.

También empezó un sabotaje a las creencias y tradiciones de los pueblos, algo que estaba en contra de la normativa de las Farc. Recibían órdenes de aprovechar el momento en el que el pueblo estaba de fiesta para atacar a los comandos de la Policía o para asesinar al Policía en medio de la procesión.

Además comenzó un vínculo con el narcotráfico, no cultivaban ni procesaban, pero sí le prestaban un servicio de seguridad al señor que la iba a comprar porque les iba a dejar un porcentaje. Sin embargo, afirma: “antes las Farc eran de las que daban charlas de No a la droga”. Ese cambio de ideología, causó la deserción de cientos de integrantes del grupo guerrillero, incluido Gilberto.

Debido a la deserción masiva de guerrilleros en las áreas urbanas, Gilberto dejó la vigilancia del secretariado para ir a las áreas urbanas. Tenía la idea de escaparse, incluso ya lo hablaban entre compañeros, algo que estaba prohibido porque desertar es un delito en el grupo guerrillero.

No obstante, el miedo y la incertidumbre de lo que podría ser su futuro lo hacían dudar. Es que en un grupo cerrado como las Farc –explica- no llega información, los guerrilleros no saben que hay planes con beneficios para los desmovilizados, no tienen ni la menor idea de lo que puede ser su futuro.

Por otra parte, entregarse al Ejército era “como la mala suerte” porque según Gilberto “en esas zonas de batalla, el Ejército en ese entonces le dio un mal manejo a los guerrilleros que se desertaban del grupo”. Le tocó presenciar casos en los que el Ejército en la marcha llevaba amarrado al recién desertado, entonces el comandante que ya estaba preparado ubicaba a los francotiradores y “el primer muerto que iba a haber era el huevón de carne cañón que venía”. Asegura que nadie se quería entregar para que lo mataran.

Otro de los factores de la desmovilización es la falta de recursos tecnológicos, explica Gilberto que ellos son unos nómadas. En su caso, un amigo de la familia le entregó un celular, y estuvo seis meses sin usarlo porque no sabía cómo funcionaba. Solo cuando se reencontró con aquel hombre, pudo entender algo del funcionamiento del teléfono móvil. Sin embargo, la utilidad que le dio lejos estuvo de ser continua, asegura que en tres años lo usó dos veces.

En su última ocasión con el celular, en el 2011, le escribió un mensaje de texto a su hermano en el que le decía que quería abandonar las Farc, el hermano no le creyó y le dijo que lo visitaría en una semana o en un mes, a lo que Gilberto le respondió un contundente: “es hoy o es nunca, pero me voy ya”.

Era el momento perfecto, Gilberto tenía controlada toda la zona: dónde estaba la tropa guerrillera y la carretera que estaría libre a la hora en la que estarían almorzando la Policía y el Ejército. El hermano lo recogió donde le indicó, se subió al carro con tan solo lo que llevaba puesto: el suéter, el pantalón y las botas de caucho. Su hermano le dio ropa de civil, se cambió y siguieron en la aventura que les jugaría una mala pasada puesto que el carro se varó. Fueron quince minutos de retraso, tiempo suficiente para que la Policía ya estuviera de vuelta al casco urbano, zona por la que tenía que pasar.

Le indicó a su hermano que llegara al caño que había en el pueblo, mientras él se daba la vuelta por la zona montuna. Durante tres horas Gilberto corrió por el monte, mientras pensaba en sus primeras protestas luchando contra la privatización del colegio de su pueblo natal, mientras recordaba las palabras del comandante cuando llegó por primera vez a las milicias de las Farc, repasaba el sufrimiento que le causó a su familia durante años y sobre todo pensaba en la muerte de su padre y en cuál sería el futuro que el esperaría en lo que sería su nueva vida, si todo salía como planeaba.

Finalmente, y con algún contratiempo, como la requisa de una patrulla del Ejército al bus donde se movilizaba, Gilberto y su hermano estaban en Barranquilla para abrazar a cada uno de los integrantes de su familia.

Desmovilización y reintegración

Estuvo trece años en el monte por lo que subirse al transporte público, usar un celular o prender el televisor significaron grandes retos que Gilberto tuvo que enfrentar, cuando aún no tenía documentos y trabaja todo el día tirando pico y pala en la carrera 38, ganándose $20.000 que le alcanzaban para poco más que el transporte y la alimentación diaria.

Tan solo un año después, en 2012, oficializó su proceso de desmovilización a través de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) que le ha dado todas las garantías y beneficios en su proceso de reinserción a la vida civil.

Hoy hace parte de los 1.387 desmovilizados que recibieron o reciben los beneficios de la ACR en el Atlántico. Gana el salario mínimo, tiene casa propia, una esposa y dos hijas pequeñas a las que espera educarlas y explicarles el camino que tomó en su juventud para que ellas entiendan que la superación está por otro lado. Luego de la conversación, Gilberto me da la mano para despedirme, se le hace tarde para ir a clase, a terminar el bachillerato, aquel que dejó inconcluso cuando en 1998 la rectora le advirtió que lo iban a matar, y a ciegas se fue para la guerra.

*El nombre fue cambiado por petición de la fuente. Los nombres de los municipios y la institución educativa también fueron cambiados por petición de la fuente.

 

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