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Por: Gloria Melissa Ángel Pérez

No es la brisa que mueve las ramas, son las ratas que saltan de árbol en árbol en estampida.

Las dos o tres primeras empiezan a salir a las seis de la tarde. El canto de los últimos pájaros parece anunciar que las negras están por salir. Cuando salen, los pajaron levantan el vuelo en susto masivo. Ahora el árbol es de ellas.

La expresión de Blanca es de asombro y asco. Blanca es ama de casa. Frecuenta el parque porque saca a pasear al perro de la casa. Al ver aquel árbol frondoso de Carao (cañandonga) esperaba encontrar ardillas por sus ramas, pero no contaba que en vez de ellas, las que saltaban de rama en rama fueran rodeores negros: las ratas de la Castellana en Barranquilla.

A nuestro alrededor hay unas 15 personas y entre ellos, niños que juegan contando hojitas. Blanca no deja de mirar hacia arriba. Dice que en el conjunto donde trabaja y los conjuntos aledaños de la zona, suelen encontrar ratas de alcantarillas; pero nunca las había visto ‘’mansitas’’ por los árboles, acostumbradas a andar por encima de nuestras cabezas.

-Ni siquiera en mi casa estrato 1 veo ratas como las que cazan por aquí. La gente cree que allá las tenemos al lado, pero cómo no: si tener alcantarillados así de grandes lo que llama es rata.

Pienso en lo que dice Blanca: Hay una gran diferencia entre estas ratas ‘’mansitas’’ y las ratas de alcantarillas, pues las que andan por los árboles del Paseo de la Castellana no se asustan con la presencia humana porque nacen y viven en esa superficie.

Blanca y yo podemos notar a leguas que saltan de rama en rama. Las ratas que interactúan dentro de los árboles de la rotonda del parque hacen de este escenario algo así como un espectáculo artístico.

Su pelaje negro y brillante, su cola peluda más grande que su propio cuerpo se arrastra por las hojas y las ramas, entre orines, excremento, pulgas y garrapatas.

Continúo mi recorrido por el parque del paseo. Ahora estoy con Carlos. Lo encuentro fumando un porro de lo más tranquilo. Entre olores de yerba y orina le pido que no interrumpa. Carlos vive cerca y frecuenta el lugar. Le pregunto si conoce el problema de las ratas en el parque.

– Sí. ¿Nota aquel matorral de ramas que están en el piso? -dice –. Ese es el nido. Hace unos días vinieron podando, creo yo. Por eso, yo las he visto-.

– ¿Es normal para usted?

– No deberían estar arriba por lo que expulsan, pero las de alcantarillas, que pasan por el piso. parecen gatos. Ees normal.

Entre matorrales, olor a humedad, hojas que decoran el piso, olor a orina, y algún que otro pinchazo de mosquito, es comprensible que los árboles de Carao sean la guarida perfecta para las ratas. Además de ser frondosos, lo que debería tener es fruto de cañandonga, pero ahora está despedazado y es un banquete de invitación a las ratas.

-Y así no se van a ir: el alimento está a su alcance- dice Carlos.

El parque es extenso, perfecto para un día de caminata, poco luminoso. Algunas hojas de los árboles están a la altura de nuestras cabezas. Pasear el parque y tropezar con ellas, hojas y ramas que han servido de nidos, pero también incubadoras de los parásitos que estos roedores dejan en la vegetación. Entonces pienso en aquellos niños que jugaban contando las hojitas.

Le pregunto a Carlos si tiene conocimiento de las enfermedades que puede dejar este animalito en el ambiente. Aunque dice no tener ideas específicas, menciona el hantavirus, y habla un poco de la peste bubónica.

– Conocimiento sí hay, pero que la sanidad haga algo, lo dudo. Las personas que dejan bolsas de basura fuera de los contenedores sepan que están favoreciendo su proliferación también.

Me parece una respuesta contundente para buscar una solución al problema de las ratas en los árboles del parque de la Castellana. Carlos se despide, pero por falta de puntería, la envoltura de papas cae al piso. A la larga, discutir si la envoltura de papas o el fruto de cañandonga serán un buen punto de reproducción es como pensar si las ratas prefieren vagar por los parques y calles de París, y no los por los árboles de cerezo cerca de la torre Eiffel.

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Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co