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Por Claribel Marchena y Karoll Torres

A Ramona le deben 47 millones de pesos y por eso se lucha la vida como gestora cultural a punta de perrenque. 

Pa decir verdades, lo que más le importa es su Son de Pajarito, tener un pocillo lleno de tinto y compartir con su pequeño nieto, a quien le dicen el Hablapoquito porque va y viene por la sala de su abuela repitiendo todo como un loro al cantar.

Ramona, a quien le dicen Ramonita, es hija de Carmen Cervantes, la mayor exponente salaminera del Son de Pajarito. Este ritmo no solo hace parte de la cultura musical de la región Caribe, sino que, a partir de este, se han creado bailes que lo acompañan. Todas las manifestaciones que se desprenden del Pajarito han permitido que nazcan canciones icónicas como “La Tortuga”, “Volá mi Pajarito” y “La Hicotea”. 

Su turbante negro, su contextura gruesa y su pelo canoso son apenas un vistazo de lo que puede ser el carácter de Ramona. Por eso, regaños van y regaños vienen cuando su pequeño nieto se las quiere tirar de necio. Ese es el mismo carácter con el que recibe a quien se asoma por la puerta de su casa. 

— ¡No me pregunten na, ya sé a lo que vienen! ― es lo primero que dice Ramona. Quedamos tan tiesas como un pan de sal al oírla. 

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… detenemos el conteo. Detrás de Ramona hay una estantería llenita de trofeos polvorientos que, según ella, “no tienen nada que contar”. En realidad, son trofeos que tienen muchas historias detrás, solo que ella aún no quiere contarlas. Pareciera que esconde un misterio: las anécdotas que rodean cada uno de esos premios. 

Lo que no se cuenta, se olvida. 

Muchos son los premios, pero pocas son las veces que realmente esta tradición ha recibido apoyo para continuar. Personas como Ramona son la prueba viviente de ello. 

Sentada con su ceño fruncido y sus manos andando mientras elabora una flor con pedazos de cartón, cuenta que hace cuatro años la Alcaldía de Salamina, Magdalena le debe su reconocimiento como gestora cultural. Esta plata debería ser entregada por la administración municipal, según el Decreto 2012 del 2017 que destina el recaudo de la Estampilla Procultura a la seguridad social de los gestores culturales. A partir de este decreto, surge el programa de Beneficios Económicos Periódicos (BEPS) que es el que vincula a los gestores para recibir el beneficio.

Ramona Ariza, al ser gestora cultural del Son de Pajarito, es favorecida por el programa BEPS y debería estar recibiendo esa platica cada dos meses. Sin embargo, eso aún no sucede y desde hace cuatro años ella está esperando su billete. 

Si bien no ha recibido esa plata, Ramonita y el grupo Son de Pajarito son reconocidos con fervor en el Carnaval de Barranquilla. Un reconocimiento que obedece a la emoción del tambor y la recocha de la fiesta, pero ignora su importancia dentro de la cultura carnavalera. 

― El Carnaval de Barranquilla es aglutinante porque se nutre de los sones de la Costa Caribe. La esencia, lo rítmico y la musicalidad de los instrumentos del Carnaval viene de zonas ribereñas, ya que Barranquilla se ha convertido en un sitio donde todos quieren llegar y todos son bien recibidos. ― cuenta Javier Franco, investigador musical y periodista. 

En medio de su bacanería, el Carnaval de Barranquilla ha congregado danzas tradicionales como el Congo, el Garabato, la Cumbia, el Mapalé, el Son de Negro y el Son de Pajarito. 

Estas danzas tradicionales son para el Carnaval lo que la arcilla es para el alfarero. Su historia y su legado las convierten en el patrimonio cultural de las comunidades donde se practican, como es el caso de Salamina.

Aunque el Son de Pajarito se practique en este municipio, sus orígenes no son muy claros. En la época de su creación, aún no existían las divisiones políticas entre los departamentos actuales. Por eso, este ritmo pertenece a todas las comunidades que crecieron a orillas del Río Magdalena y que se reunían después de largas jornadas de trabajo a compartir con sus amigos. A pesar de ello, se discute mucho sobre quiénes son los verdaderos dueños de este ritmo. 

― ¡No, el Pajarito no es de Salamina! Es de Candelaria, Atlántico, porque de allá vino mi abuelo, Joaquín Cervantes. ― dice Ramona, con tono de regaño, mientras pelea con la pistola de silicona que se encuentra en sus manos tratando de pegar la flor con mucha maña. 

El Son de Pajarito se ha convertido en un caso interesante para diversos investigadores musicales de la región como lo es Adlai Samper, quien ha realizado trabajos sobre los ritmos cantados de los departamentos del Atlántico, Bolívar y Magdalena. 

― No es posible decir que el Son de Pajarito, así como otros ritmos, tiene un lugar de origen específico. De hecho, esa teoría de los orígenes musicales esta reevaluada porque son procesos que pasan en el tiempo a través de tamices socioeconómicos, étnicos y sociales. Entonces, nadie puede apropiarse de un aire o un son diciendo que lo inventó. 

 Además, el investigador resalta que el desarrollo de estos ritmos es gracias a las personas que se dedican culturalmente a ellos.  Precisamente, la manifestación del Son de Pajarito se ha mantenido en otros municipios gracias a lo que se hace en Salamina como: las investigaciones hechas por los integrantes del grupo que lidera Ramona. Estas han servido para diferenciar los tipos de Pajarito que existen y los significados que le pertenecen. 

La tradición oral del Son de Pajarito es algo que une al grupo o familia de pajariteros, así es como se les conoce a las personas que tocan o bailan dicho ritmo. Dentro de su oralidad está el Pajarito Volao, que representa las aves que alzan sus alas hacia la libertad; el Pajarito Sentao, que expresa la vida cotidiana y el Pajarito Alegre o Chandé, que representa la expresión del campesino hacia el río y la naturaleza. 

“Si Dios me manda la muerte, yo estaré aquí con mi vaina del Pajarito, porque este baile es de nosotros. Este baile es tradición de familia. Aquí, en esta vaina, han bailao los hijos míos y los nietos míos porque todos han aprendio a bailarlo”, dice Ramona, sin pelos en la lengua, mientras termina la flor. 

Ahora, dentro de las manos de Ramona se encuentra una nueva flor. Esta se une a la colección de artesanías propias que guarda en su casa y que hace por puro amor al arte. Para ella, el Pajarito crece y se mantiene por ese mismo amor al legado que le dejó su madre.  

*** 

A Carmen le robaron “La Tortuga”, pero muy pronto el Joe Arroyo se la regresó. 

Es medio día en el territorio ribereño donde la temperatura es más húmeda y calurosa que en otras partes de la Costa. Las láminas de Eternit son lo que nos resguardan de ese sol picante que se encuentra afuera y que sofoca. Así como lo hace la falta de recursos que asfixia a personas como Ramona que, además de no tener trabajo, no le alcanza el subsidio que recibe cada mes por el programa Colombia Mayor. 

En esa casa no ha comido nadie, ni Ramonita, ni el Hablapoquito. Sin embargo, el hambre no parece importar cuando ella decide levantarse y, con desparpajo, empieza a bailar una de las canciones más icónicas de su mamá: “La Tortuga”, interpretada por el Joe Arroyo. 

Taba la tortuga bajo del agua, bajo del agua, bajo del agua

Haciendo su ruido como cosa mala 

‘Taba la tortuga bajo del agua, bajo del agua, bajo del agua

Haciendo su ruido como cosa mala 

‘Taba la tortuga bajo del agua

‘Taba la tortuga de corazón

‘Taba la tortuga bajo del agua

‘Taba la tortuga de corazón  

Instantáneamente, su cuerpo siente el tumbao. Con 70 años se agacha y arrastra los pies mientras levanta su vestido para simular una gran pollera. Sus brazos, mientras tanto, se mueven con el vaivén de las alas de un pajarito. De un momento a otro, esa pequeña sala calurosa se vuelve un escenario rodeado del místico Son de Pajarito.

― ¿Cómo llegó La Tortuga al Joe? Encontramos una información que decía que él presuntamente se la había robado.  

― Al principio, sí. Al principio fue robá, pero después mi mamá estuvo allá y la presentó en el Carnaval de Barranquilla. ― responde Ramona sin tanto complique. 

Es ahí cuando empieza a recordar como en una tarde, mientras practicaba el grupo de Pajarito, llegó un hombre desde Bogotá en representación de un medio de comunicación nacional y le pidió a Carmen Cervantes, su mamá, que le mostrara lo que estaban haciendo. Entre risas y desparpajos, las muchachas y los muchachos bailaron al son de “La Tortuga” mientras el hombre los grababa. 

Tres días después, Ramonita vio que en Telecaribe estaba el Joe Arroyo entonando la canción de su mamá. Extrañada, metió un pique para avisarle a su mamá Carmen. 

― Eche, mamá. El Joe Arroyo canta La Tortuga. Pero claro, no la canta con las estrofas que usted tiene. 

― ¿Y los pelaos salen bailando alrededor de él?, ¿cómo así? ― respondió Carmen Cervantes. 

Ramona echa ese cuento entre risas y picardía. Además, dice que fue a donde un personero a buscar ayuda, pero no consiguió lo que esperaba. 

―Y le digo yo: nojoda, docto. Mi mama vino un viejo aquí, y esto y esto y esto. Y él dice: no, búscate un abogado periodista.  

En su esencia Caribe, Ramona no dijo nada y, al mismo tiempo, lo dijo todo. 

Cogida de tiempo para bañar al nieto, cuenta que el problema se solucionó porque pactaron los derechos de autor con el Joe Arroyo. Esto es respaldado por SAYCO, la Sociedad de gestión colectiva de Derechos de Autor. Ahí se encuentra registrado que la titularidad de la canción pertenece a Carmen Cervantes, así como el 100% de la participación autoral. Actualmente, este porcentaje se distribuye entre sus herederos. 

Así es como ahora todo el mundo puede disfrutar, enmaicenarce y arrebatarse al ritmo de La Tortuga bajo del agua que hace su ruido como cosa mala. Ramona cuenta que, hoy en día, las regalías de esa canción las reciben sus ocho hermanos y ella: una herencia que les dejó su mamá después de morir en el 2012. 

***

A Benito le deben 43 millones de pesos y le ha tocado salir adelante con un glaucoma no tratado y unas cataratas que lo están dejando ciego. 

José Benito Cervantes, a quien todo el mundo conoce como Benito, es un hombre tranquilo como el río por la mañana. Es muy diferente a Ramonita, su prima segunda, que se asemeja más al río cuando está picao por la tarde: uno bien bravo. 

 Benito es un adulto mayor que hace parte de los 156.000 registrados por el DANE en el 2020 que pertenece al departamento del Magdalena. Lo que lo distingue de ese gran número es su sombrero de palma, su sonrisa contagiosa y sus ojos saltarines que están blancuzcos por las cataratas. 

La herencia que le dejó el Son de Pajarito es su preciado tambor. Y gracias a este, se ha convertido en un tamborero muy cotizado en la región. Desde Ponedera a Santa Lucía lo buscan para pertenecer a diferentes grupos musicales que le ofrecen plata y mejores oportunidades de vida. Aun así, decide no irse porque no quiere abandonar a su Son de Pajarito que lo ha acompañado desde que tiene memoria. 

Cada vez que habla de su vida como tamborero, sonríe. Por eso, en una tarde de hace tres años, también sonrió cuando le pidieron tocar con su grupo. A la orilla del río, bajo árboles frondosos, su toque dio el llamado al Pajarito. Dos golpes de sus manos grandes fueron suficientes para que todos los pajariteros empezaran a tocar. 

Con su mirada hacia el cielo, el tambor se convirtió en una extensión de él mismo. Las palmas de sus manos subían y bajaban con la rapidez que ha logrado a través de los años.  

Pum. 

Los dedos chocaban contra el tambor. 

Pum. 

El cuero vibraba bajo sus manos. 

Pum. 

El espeluque comenzó. 

Cada golpe era más rápido, más contundente. Al son de cada uno de ellos, las caderas y las faldas se movían, de un lado a otro, con la sabrosura del Pajarito. 

 La postura de Benito demostraba su amplio conocimiento sobre los misterios del tambor. Los movimientos de sus manos y la figura que hacían sus piernas al tener el instrumento entre ellas son la viva muestra de sus saberes.  

Sus rodillas separadas y los tobillos un poco más cerca dejan el espacio perfecto para sostener un tambor. Esa misma posición es la que tiene ahora, mientras recuerda todo lo que le ha tocado hacer para seguir adelante como tamborero. 

Durante su vida fue pescador, albañil, agricultor y vendedor. Todo esto para poder ser tamborero sin morir de hambre. Hoy, muchos años después, no puede hacer varias cosas porque su enfermedad en los ojos no lo dejan, así como sus 68 años tampoco. 

― A veces me aburro y me dan ganas de salir por la calle. Yo estaba acostumbrado a andar por ahí caminando y tocando. Pero estar sentao todo el día aquí, vea… eso es muy cruel. 

La crueldad con que lo trata la vejez y la falta de reconocimiento como gestor cultural lo ponen en una situación muy vulnerable. De hecho, esto no es de extrañar en las cabeceras municipales del país porque el 31,9% de los jefes adultos mayores tienen incidencia de pobreza monetaria, según el DANE. Este atropello desconoce la entrega de su vida a la cultura que tanto se celebra. 

Lo que no se reconoce, se olvida. 

Benito era el primer gestor cultural que aparecía en la lista de beneficiarios del programa BEPS. Actualmente, les pagaron a tres gestores que estaban después de él y sus esperanzas por recibir pronto esa plata se han desvanecido. Debido al manejo de pasadas administraciones del municipio, le embolataron esa platica. 

― El municipio no hizo los pagos en la administración que culminó el 31 de diciembre de 2019 y el Ministerio de Cultura, por política, tiene derecho a revolver el listado. Me perjudicaron al señor Benito que, de todos los gestores culturales, es el que mayor recorrido tiene y es el que más necesita eso. Él debió ser. ― manifestó Jaime Solano, secretario de Gobierno de Salamina del periodo 2019-2023. 

Benito no recibe la plata del BEPS, ni el subsidio de Colombia Mayor, ni ningún tipo de subsidio que lo sostenga, solo la ayuda de sus hijas. Por eso, nos atendió sentado en la casa de una de ellas, que está al lado de su acogedora vivienda. 

― ¿Será que nos puede mostrar su tambor? Queremos oírlo tocar. ―le pedimos admirando la serenidad que lo caracteriza, como si fuese absolutamente imperturbable. Relajao, se levanta para luego reírse. Parece que tiene todo el tiempo en sus manos. 

Va a su casa y se devuelve, minutos después, con un pesado tambor que lo hace tambalear. Cuando lo pone en el piso se ve un hueco que era más grande de lo que cualquiera hubiese podido imaginar. Es ahí cuando su risa cobra sentido, le estábamos pidiendo que tocara un tambor que ya no servía. 

― Me toca ponerle un parche, pero no puedo arreglarlo por ahora. Eso cuesta 120.000 pesos y no tengo plata pa pagarlo. 

Por el olvido cruel del Estado, este tamborero se quedó sin tambor. 

***

A Andrés no le deben nada, pero muchas veces le han cortado sus alas de pajarito. 

Andrés Coba es un joven pajaritero que pertenece a una de las generaciones más recientes del Son de Pajarito. Él recibió el legado de su tío Benito a través de la transmisión de los misterios del tambor, como dice él.

Su tez morena, sus ojos achinados y su sonrisa amplia como la de su tío Benito delatan que, aunque el Cervantes no sea uno de sus apellidos, lo lleva en la sangre. Es por ello que él mismo ha decidido tomar un rol importante dentro del grupo que dirige Ramonita. Su función es de motivar a los jóvenes, pero al mismo tiempo es tamborero, corista, bailador y cantador. Mejor dicho: de todo. 

Además de eso, Andrés trabaja como ingeniero agrónomo en una finca de palma aledaña a Salamina. Como cualquier otro día, se alistó bien temprano para ir a camellar y cuando el sol se escondió, se preparó para ir a bailar. Apenas llegó a la casa de Ramona, ya estaba todo el grupo esperándolo. 

De pie, sobre el asfalto, se organizaron en cuatro filas alternadas entre hombres y mujeres. Mientras ellas vestían una falda improvisada, ellos llevaban su característico sombrero de palma. De repente, la bulla del tambor empezó y los vecinos salieron con ella. El responsable de este ruido era, por supuesto, Benito.  

En un dos por tres, Ramona dio las indicaciones e, inmediatamente, Andrés comenzó a bailar junto al grupo de pajariteros. Era un Pajarito Volao el que estaba sonando y a medida que el tambor resonaba por los golpes en su cuero, los pelaos y las pelás alzaron sus brazos.  

 Los pies se movían dando leves pataditas hacia delante, lo que causaba la ilusión de un pequeño brinco. Los brazos, por otro lado, subían y bajaban al mismo ritmo que llevaban los pies. Estos movimientos se convirtieron en un aleteo armonioso que simulaba el volar de un pajarito.  

Hicieron este baile dos o tres veces más para, de esa forma, asegurar que todo estuviera en su lugar. Cualquiera podría pensar que es algo fácil, pero para este baile se necesitan tres cosas: elegancia, coqueteo y seguridad. Características que a Andrés no le faltan. Cada vez que baila Pajarito, sus alas se renuevan y el cansancio del día desaparece. 

Benito tocando el tambor durante la práctica. Foto tomada por Karoll Torres.

A través de los años, ha aprendido de forma empírica todas las funciones que existen en el grupo. Este está conformado por más de veinte personas que se reúnen cada vez que les sale una presentación en otros municipios. Para ellos, la coreografía no es un gran lío porque les sale naturalmente. El verdadero inconveniente es el billete para financiar estas salidas. 

Lo que no se promueve, se olvida. 

― Lastimosamente, no hay mucho apoyo a la cultura por parte de las administraciones municipales. Pero bueno, la tradición tiene que seguir, con ayuda o sin ella. Hay que echarle pa lante. ― dice Andrés aireando las palabras como si cada una de ellas le costara un suspiro. 

Se estima que a Salamina le corresponden 60 millones de pesos anuales para dinamizar las actividades culturales del municipio, según el Sistema General de Participaciones. Este dinero se prioriza en las festividades principales que son los Carnavales y las fiestas de la Virgen del Tránsito, lo que deja relegadas a manifestaciones culturales como el Son de Pajarito y a quienes las mantienen viva. Ramona, como dice Andrés, “es la carne viva del Pajarito” y es a quien le toca enfrentarse a la alcaldía para poder conseguir los recursos que su grupo necesita. 

― El grupo de Ramona sale cinco o seis veces al año, habría que tener un rubro para eso. Pero tenemos una limitante: Salamina es un municipio pequeño que no recauda muchos impuestos y por eso no hay muchos recursos económicos para impulsar estos procesos culturales. ― cuenta Jaime Solano, secretario de Gobierno de Salamina (2019-2023). 

De igual manera, Andrés Coba siempre ha reconocido el papel fundamental de Ramonita por todas las cosas que hace por el grupo. “Además de pelarse la cara con los alcaldes, Ramona hace los vestidos, busca los zapatos, los accesorios, se endeuda y hace lo que sea para que el grupo siempre tenga una buena presentación, aunque no haya de dónde”, cuenta. 

Andrés tiene una voz luminosa, alegre. Una que da esperanzas sobre el futuro del Pajarito. Pero una de sus mayores tristezas es que, además del poco apoyo de la administración, no siempre son bien recibidos por los salamineros. “Nadie es profeta en su pueblo”, dice.  

Aun así, a Andrés nada lo detiene para querer seguir con el legado porque “la sangre lo llama”. Este pajaritero sueña con un grupo más fortalecido, un gran semillero, un Congo de Oro y reconocimiento a nivel internacional. 

Allí, sentadas con él, añuñios en una mesita cercana al río, Andrés nos empieza a interpretar los diferentes tipos de pajaritos. Con la misma postura con la que toca el tambor, golpea la banca sobre la que está sentado.  Son golpes suaves, pero lo suficientemente fuertes como para que nazca una melodía.  

Mientras la banca vibra por los palmetazos de Andrés, él canta tranquilamente. De repente, su voz baja de volumen y aumenta su agudez. Su voz suena ronca, suena rustica, suena a pueblo. 

Inesperadamente, los pajaritos del lugar trinan como si se acoplaran al ritmo que el joven toca. Cuando Andrés canta, el sol ya no pica, la brisa refresca y su voz abraza. 

***

A todos estos pajaritos les deben reconocimiento, apoyo, amor y algo más. 

Ramona está a punto de irse a Villavicencio, obligada por sus condiciones económicas. 

Benito está tentado a irse a otros municipios del Atlántico porque necesita tratar urgentemente su ceguera. 

Andrés no sabe qué pasará con el Son de Pajarito en Salamina. Lo que sí sabe, en lo más profundo de su ser, es que la tradición corre el riesgo de perderse. 

Todos esperan algo que llegue lo suficientemente rápido para aliviar los años de ausencia con que los han olvidado. El Pajarito se está ahogando en la orilla del río donde todos pueden, pero no quieren verlo.