Por: Randy Gomez Africano
Lo acababan de entrevistar en el Rincón Guapo, una sala de color blanco prístina y elegante, llena de fotos antiguas del Gimnasio Moderno y ventanales de patrones cuadrados que proyectan el exterior donde está sentada en el pastizal la masa que se congrega al campo principal del festival para verlo. Esta vestido con un elegante y clásico saco de ejecutivo, una indumentaria que lleva años como su estilo más reconocible sobre el escenario, y su actitud grita que está preparado y jovial a pesar de las siete décadas que lleva vivo.
El caballero es aquel que es llamado en su registro Julio Ernesto Estrada, pero que todo el mundo denominó, en acto involuntario de provocar el nacimiento de un nombre parteaguas en el mundo musical patrio, como Fruko. Su misión, en esta última de las tres noches del Festival Gabo, es clausurarlo con el broche más dorado, a través de la descarga de poder de su orquesta interpretando su emblemáticas e históricas composiciones en la salsa y música tropical. Esa gran multitud, que está en el prado al frente del escenario, con el baile y el trance de los ritmos, será la que confirme el cumplimiento de la tarea.
Varias canciones históricas suenan. Willie Colon, con su Gitana o Idilio, es quien lleva la mayor cantidad de reproducciones mientras su música aviva a los impacientes espectadores. La orquesta, agrupación principal de todos los destacables proyectos de Fruko, ya probó cada instrumento y se encuentra sobre la pequeña tarima con forma de cerro del festival, también impaciente por la llegada del caballero. La jovial muchedumbre pasa de estar contemplando las luces y sentada en el prado, a la espera de pie para el comienzo de la última fiesta del evento, este año, protagonizada por la rumba salsera.
En ese momento, el legendario musico salta en escena con paso lánguido pero fuerte. No necesita de alta velocidad para imponerse y hacer que cada miembro del público note su presencia propia de personaje principal. Al llegar se queda a un costado de donde se sitúa su pianista y deja pasar unos minutos. Los espectadores lo captan y gritan:
– !Ya llegó Fruko! ¡Fruko! ¡Fruko! Fruko!
Se queda revisando varios aspectos del escenario y la última de las preparaciones de la tarima. Unos minutos más toma la llegada definitoria del encargado de sonido a colocar los cuatro micrófonos que necesita la sección de voces. La acción confirma el inicio del espectáculo, y a la vez, lo hace moverse al centro por primera vez, recibiendo en sus brazos pesados al compañero fiel y arma principal de su arte: El eterno bajo de cinco cuerdas con clavijero y cuerpo de madera fina, potenciómetros dorados y pastillas azabache.
Mientras prueba con un par de notas la afinación de este, llegan sus tres vocalistas. El del centro, alto, trigueño y calvo, de no más de cuarenta primaveras introduce:
-Buenas noches, Bogotá, es un placer traerles nuestra música aquí, ¡en el Festival Gabo! Nosotros somos Fruko y Sus Tesos, y venimos a traerles buena música para ustedes.
Fruko está al lado de los tres intérpretes, gira un poco su paral a la diagonal para reconfortar su posición al tocar y hacer los coros. El espectáculo comienza con los trombones azotando la introducción de Tania. La multitud, compuesta mayormente por una juventud bogotana diversa en estilos, que varían entre muchachos con chompas artesanales hasta enchaquetados en denim, ambos teniendo por ley los jeans y botas, estalla. Cada uno de los miembros del publico canta con potencia coincidente esas estrofas que dicen:
Voy a la ciudad,
Voy a trabajar
Ahí está el casete,
Lo voy a buscar
Los primeros tres temas serian una travesía consecutiva dentro de los años del Joe con Fruko. Termino Tania, y reventó al instante El Caminante; y con la misma intensidad y velocidad, causando la misma locura entre el público que ya había colmado ese prado, suena inmediatamente y fulminante El Ausente. Cada tema es cantado por aquel extasiado público al mismo nivel que lo hacen los propios vocalistas con micrófonos en mano y sonido profesional al respaldo.
Después de la trifecta de canciones que alguna vez grabo e inmortalizo Arroyo y su voz. Fruko saluda con su lenguaje señorial pero que destila emoción, y su semblante satisfecho y contento al público. En esta intervención introduce unas memorias de su carrera que dan lugar a la siguiente canción, y primer cover de la noche.
-La siguiente es un tema que pertenece a una de las grandes orquestas de la costa norte, Los Corraleros De Majagual, del maestro Alfredo Gutiérrez. Mi primera orquesta, con la que tuvimos este que fue nuestro primer éxito que le llamamos La Reina.
– ¡Suelta la burrita! -grita uno de los vocalistas
Ese primer éxito del que hablo fue una de esas grandes canciones de guaracha costeña que solo un grupo como los mencionados Corraleros pudieron fraguarse, con el percusionista menor de la orquesta cambiando la campana por una güira, y el ritmo pasando de la clave salsera al azote de un ritmo que supera el centenar en los dígitos del BPM.
Al terminar, Fruko con intención de complacer un público que en cada canción aumenta su aclamación y alarido de alegría a causa del espectáculo, pregunta:
– ¿Que canción quieren escuchar?
Los pedidos se pierden al principio entre los diferentes títulos de sus composiciones, pero encuentran un consenso con un solo título formado con una sola frase definitiva, que gritan al momento sin intención de bajar el volumen: El Preso.
Al instante, tal vez presintiendo que sería la escogida y aclamada por la multitud, Fruko la anuncia, aumentando la emoción. El pianista, joven, delgado y siempre concentrado, entrega la ejecución de la brutal introducción de piano, y retorna el frenesí dentro de la muchedumbre. Todos cantan de forma unánime los versos de aquella legendaria canción que reza:
Ay ay ay, que negro es mi destino
Ay ay ay, todos de mi se alejan
Ay ay ay, perdí toda esperanza
Ay a Dios, solo llegan mis quejas
El público estaba en pleno goce, los cientos de personas se dejaron llevar tanto de la emoción que perpetro aquel tema, que terminaron llegando al punto en el que un grupo del que hacía parte un par de jóvenes minusválidos a veces bailaba y hacia su propio espectáculo con las muletas de uno de ellos por medio de usarlas como objeto para bailar o alzarlas hacia las estrellas. Había un aura de felicidad, camaradería y éxtasis gracias a las notas y ritmos que la orquesta ejecutaba.
En ese momento, aquella que es considerada la mejor canción de su obra salsera concluye, pero en una decisión que mantiene el ritmo del espectáculo, Fruko introduce una canción que solo le queda describir así:
– Esta es una canción que es original del Sexteto Cuba, tengan cuidado de que no se les vaya a volar la tanga.
El piano, timbal y campana batallan y se sincronizan a la vez para dar el fuerte golpe que es la introducción de Cachondea. El concierto, el público, y la noche en si reciben la mayor descarga del ritmo que ejecuta la orquesta. La gente baila tratando de alcanzar el ritmo infalible e incapaz de parar o ir lento de la canción, mientras el timbalero, que en otros momentos se encarga de azotar los platillos, lanza una ráfaga de golpes a su instrumento en medio de un solo que aumenta el poder del ritmo de la canción, la cual al terminar deja al público cansado, pero pidiendo más descarga.
Fruko regresa a su ya asimilado comentar cada que va a empezar una canción, esta vez introduciendo el segundo cover de la noche declarando:
-Hay unos amigos de Barranquilla, esa ciudad que es la capital de la alegría en el país. Esta es un cover de una canción, que hicimos con mucho cariño para aquella ciudad.
Estas declaraciones, generaron una especie de silencio notorio de una parte del púbico, a la par del vitoreo de un grupo de jóvenes que eran a quienes estas iban dirigidas en principio, con y unos cuantos gritando al fondo y sin tanto volumen “Cali, Cali”. Pero aquella extraña reacción y su tensión consecutiva se perdió al son de otra introducción de piano icónica, que da la bienvenida al cover de Barranquillero Arrebatao, y su homenaje a nivel lirico a las costumbres a nivel fiestero de los habitantes de aquella ciudad.
Es tiempo de tributar,
En un homenaje sincero,
Al bailador barranquillero,
Pues es este muy singular,
En una especie de variación, la orquesta pasa a interpretar una cumbia llamada Los Cien Años De Macondo, que en un pasado fue inmortalizada por Aicardi y su grupo Los Hispanos. La introducción se da con un desliz en los vientos al tocar las primeras notas, y el joven público, a pesar del desconocimiento plasmado en sus actitudes, logra acoplarse a la bajada del ritmo que supone la canción después de aquellas tres descargas salseras, llegando hasta formarse un tren de gente bailando, en este caso, hacia la rueda.
Al terminar este momento de calma musical, uno de los vocalistas, exactamente el ubicado a su izquierda comienza a introducir, tributando a la labor que se celebró en este festival que están cerrando y dando paso al último de los temas de una trifecta de covers que se concreta al decir:
-La música, al igual que la literatura y el periodismo, también cuenta historias, así que….
Quiero contarle a mi hermano un pedacito…….
La locura hace un retorno épico mientras la gente grita el resto de la frase acapella. Un último cover, en este caso de la canción más grande del Joe y de la salsa patria, consagra un final magnifico y lleno de ritmo, donde la gente vuelve a cantar al mismo nivel que los vocalistas. Así pasó también con la inesperada interpretación del clásico Nadando.
Finalmente se entrega, como un encore parecido al de cualquier concierto de estrella pop o de rock, una nueva ejecución de El Preso, marcando el cierre memorable del concierto que clausura con el poder de la música salsa, como si fuera para el gusto de un Padura o Caicedo, esta gran celebración al periodismo como lo fue el festival Gabo.