Por: Keiner Quiroz
Algunos me conocen como La Mala Hora. Otros creen que soy la mala suerte. Hay quienes piensan que soy producto de la brujería o de desafiar al diablo. Varios han sentido mis pasos en callejones vacíos. Otros han visto mi sombra en calles oscuras. He visto a muchos correr al sentirme, a otros sacar crucifijos, rezar y despavoridos irse. No todos son conscientes de mi existencia, pero muchos saben que siempre estoy detrás de una puerta, al costado de una ventana, o inclusive ahora mismo al lado de quien está leyendo esto.
Lo que me da vida es el miedo de las personas y las supersticiones. Las creencias populares son mis mejores aliadas para hacer que las personas crean en mí, y para que las historias de mis apariciones crezcan sin medida. Hay unas horas específicas en las que atormentar a las personas es más efectivo, sean las once de la noche, la una o tres de madrugada, porque es entonces cuando el silencio de las calles vacías y la oscuridad me sirven como escenario perfecto para sorprender a cualquier despistado y mitigar mi aburrimiento.
Siempre he estado presente en pueblos como Malambo: las creencias de las personas de allí y sus miedos hacen más fácil mi trabajo, transformándome en animales, o escondiéndome entre sombras, he impuesto respeto y pánico en la gente que le huye a una mala hora. Pero la mala hora soy yo.
EL CABALLO Y LA SOMBRA
En estos meses que han pasado me he encargado de molestar a Dionisia Rueda, una pobre mujer de 80 años, fácil de atormentar. Pasar por la calle de al frente de su casa convertido en un caballo todas las noches a las 12, ha sido la mejor forma que he encontrado de atormentarle el sueño a ella y sus nietos en el barrio San Jorge. Los he visto asomarse varias veces en la ventana, prender las luces de la casa, e intentar con sus ojos en la calle buscarme. Algo negro los levanta de la cama, y los hace sentir miedo.
Su hijo, Manuel Yepes, nunca le creía sus historias y tuve que buscar la forma de atormentarle la memoria. Tarde o temprano creería en los designios de la mala hora; de ahora no es extraño que ante cualquier ruido que escuche o sombra que sienta, tenga miedo y sobre todo si son alrededor de la 1:30 de la mañana. A él lo conozco bien, y el lugar donde trabaja con sus compañeros es un buen escenario para causarles pánico. Trabaja en una planta en el Parque Industrial, y en sus horarios de noche, mientras todo está oscuro lo observo, sé que el reflejo de mis ojos pesados causa angustia en él, y que los leves susurros que hago en el viento más de una vez le han puesto la piel de gallina. Muchas veces me ha intentado buscar con luces de linternas, pero sabe que no puede verme: yo vivo en su cabeza.
EL PERRO
Yolanda Palma es otra malambera a la que le hago la vida imposible hace un tiempo, por dudar mi existencia. Todo comenzó con el esposo de Yolanda, que en sus jornadas laborales en la finca, no podía dejar de sentir el ladrido de los perros en la madrugada, y ese mismo sonido se lo llevaba hasta su casa. Lo sé, lo atormentaba, pero cuando le contaba a Yolanda ella solo le decía que eran bobadas, que no era nada, que no buscara asustarla.
Con los días encontré la manera de asustar más a su esposo. Un perro de la finca siempre lo miraba, corría detrás de él, hasta que un día creyó verlo parado mirando al frente de su casa y Yolanda nuevamente no veía nada, hasta que en las noches comenzó a tener pesadillas con el perro, a las 2 de la mañana, con el mismo perro negro del que su esposo le contaba, y su hijo Richard, que la historia tampoco creía varias noches con sus amigos el amigo vio un perro negro que los perseguía entre los dos colegios Simón Bolívar y Antonia Santos. Entonces, desde ese día la familia creería en la Mala Hora.
Son muchas las historias de personas que han visto cosas, así que si un día estás en Malambo y escuchas un caballo o ves a un perro negro que te está observando, no te apures, no te afanes, porque solo tendrás una mala hora.
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