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Por: Sofía Munévar                                                                      

Poco a poco van llegando a su oficina de trabajo. Vestida con una bermuda gris, una camiseta rosada, un par de sandalias y una gorra para resguardarse del sol, Cindy Moreno, la venezolana de rostro bonito, es quien primero se acomoda en su puesto de trabajo y le da la bienvenida a quienes transitan por la poblada, larga y ahora ancha calle Las Vacas.

Aprovecha los semáforos y la parada de los carros, motos y buses intermunicipales que llegan a la zona,carga en su hombro la nevera de icopor y corre hacia ellos para ofrecerles su servicio.Mete su mano en el bolsillo y cuenta algunas monedas. Con un poco de resignación las introduce nuevamente en su bolso canguro y espera que pasen los próximos carros para lograr reunir por lo menos una cifra que le permita llevar algo a su casa.

Aunque lo que gana no es mucho, le va mejor que en su país natal, entonces se dedica a vender agua en los semáforos porque dice que no le queda de otra. Cuenta que se cambia de sector cuando las cosas están difíciles. La calle 30 con carrera 38, zona de locales de materiales de construcción y aserraderos, por donde ya no hay tanta competencia de venta ambulante.

 

Al acercarse a los grandes mercados El Playón y La Magola, se forma un salpicón de aromas. En medio de carretillas llenas de verduras, frutas carnes y pescado, se encuentra Chucho, un hombre moreno de ojos marrones que desde hace cinco años, se acomoda a las afueras de ‘El Playón’ con una carretilla pintada de rosado para vender los plátanos más grandes y verdes que he visto.

Dice que por el tiempo que lleva trabajando en ese lugar, ya el nauseabundo olor del Caño de la Ahuyama, no le incomoda, tanto así que ni siquiera lo siente. Y más bien menciona que aunque no se gane mucho, es un placer trabajar en el lugar donde la brisa del río magdalena, refresca y recoge la tradición y el encanto de Barranquilla.

Entre grandes locales comerciales de arquitectura colonial y colores que resaltan la alegría del costeño como el amarillo, el rosado y el azul, se encuentra el “plateño”, Julio Cesar Torres. Él es otro de los vendedores informales quien desde el año 77 hace de la calle 30 su oficina de trabajo. Se vino desde El Banco Magdalena en búsqueda de una mejor oportunidad para él y su familia. Recuerda los tiempos en los que por la calle 30 todavía se veían las vacas que se salían de la finca del Señor Lucho Cuervo. Comenzó vendiendo ropa en el Rematazo, donde aprendió los gajes del oficio, luego vendió zapatos y ropa y ahora vende ´lo que sea´.

Actualmente vende relojes, pero no lleva uno. Todos los días se ubica a las afueras del almacén Catalina con un pedazo de madera en donde exhibe sus relojes. Sin embargo su tiempo en la 30, no garantiza la estabilidad de su trabajo. “Las Vacas ha cambiado mucho, antes esta calle no era tan grande y estaba más organizada (…) El comercio era estable. Uno contaba con un puesto fijo y la quincena todos los meses pero ya ni eso, hay días que no tengo plata ni para el pasaje”, comenta. Dice que a sus 63 años, le preocupa que su futuro sea incierto pero no pierde la esperanza de que las cosas mejoren.

Considera que el comercio informal en la calle ya no es tan rentable, porque lamentablemente ya los vendedores no tienen capital. Y tiene razón. La venta informal permea todos los rincones de la 30 y la competencia cada día es mayor.

La calle de Las Vacas es indudablemente una mezcla de tradición, historia y movimiento. Desde que se llega, se percibe un aire de autenticidad y dinamismo que se reafirma al ver los colores vibrantes de las paredes y los carteles de promociones, descuentos y remates.

Pero lo mejor de la 30, es su gente. Esa que alza su voz para vender zapatos, frutas, verduras, pescado, herbolarios, ropa y artesanías. Esa misma que lucha contra la competencia y se toma la calle y hasta los andenes para vender su mercancía y llevar dinero a sus hogares. Esa misma que es perseverante y hace de los rincones de la calle donde no hay ni una sola vaca, su oficina de trabajo.

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